"Estas elecciones tienen un carácter casi único, ya que se trata de ejercitar la democracia bajo la ocupación extranjera". El exprimer ministro francés Michel Rocard, jefe de los observadores que la Unión Europea (UE) ha enviado a la franja de Gaza y a Cisjordania con motivo de las elecciones a la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), definió de forma exacta la experiencia que se vivirá hoy en los territorios ocupados: los palestinos decidirán quién sustituye a Yasir Arafat al frente de la ANP, bajo el control de Israel.

Las circunstancias en las que se ha desarrollado la campaña electoral y se celebrará la votación son, en palabras de un diplomático europeo, "anómalas". No hay libertad de movimiento para los electores, no hay una atmósfera de libertad exenta de incertidumbres sobre las consecuencias de ejercer el derecho al voto y no han faltado actos de intimidación contra candidatos.

La misma campaña demuestra que éstas no son unas elecciones normales. Ninguno de los siete candidatos ha prestado mucha atención a temas sociales o económicos. No se han presentado programas económicos para reflotar una economía en crisis, ni ha habido debates, por ejemplo, sobre el auge del islamismo o el papel de la mujer en la sociedad palestina.

Líneas rojas

El conflicto con Israel, cómo solucionarlo y, sobre todo, cuáles son las líneas rojas que jamás deben cruzarse han marcado las intervenciones de los candidatos. Y todos se han mostrado de acuerdo en que Arafat ya estableció qué es lo que un líder palestino nunca debe ceder.

Síntoma de esta anormalidad ha sido la imagen que han querido transmitir los candidatos. Los pósteres del favorito, Abú Mazen, lo mostraban constantemente al lado de Arafat. El resto de aspirantes han intentado con mayor o menor éxito ser fotografiados mientras les arrestaban soldados israelís. El triunfador en esta pequeña y significativa --por lo que implica-- batalla ha sido, sin duda, el independiente Mustafá Barguti, que logró ser detenido dos veces en Jerusalén y que denunció que fue agredido por los soldados en Cisjordania.

Apatía popular

La población, por su parte, ha respondido con apatía. Sólo Abú Mazen ha logrado mítines más o menos multitudinarios, en gran medida gracias a la movilización de Al Fatá y sus juventudes y al favoritismo de la ANP: a Barguti le prohibieron dar mítines en edificios oficiales que sí abrieron a Abú Mazen. Además, personal de la campaña de Barguti fue agredido por activistas de las Brigadas de Mártires de Al Aqsa.

Sin duda, la asignatura pendiente de los candidatos y, a la vez, el símbolo de lo que significa celebrar unas elecciones bajo ocupación, ha sido la inexistente campaña efectuada en Jerusalén. Para celebrar un acto en la ciudad, los candidatos debían pedir autorización a las autoridades israelís que, por ejemplo, quisieron imponer a Abú Mazen un descomunal dispositivo de seguridad de la policia israelí. Una fotografía que habría tirado por tierra toda su estrategia de endurecer el discurso contra Israel.

Por todo ello, facciones y políticos palestinos se toman estas elecciones como un trámite para dar legitimidad al liderazgo de Abú Mazen, y ya se preparan para las citas realmente trascendentes: las legislativas del próximo julio, a las que concurrirá Hamás, y, sobre todo, la convención de Al Fatá de agosto. Será en ese foro cuando de verdad se dilucide quién es y con qué fuerza el sucesor de Arafat. Porque no hay que olvidar que quien negocia con Israel en nombre del pueblo palestino no es la ANP, sino la Organización para la Liberación de Palestina, y que ésta está controlada por Al Fatá.