Ayer no hubo actores ni actrices. La sonrisa de Ana Belén y la belleza de Aitana Sánchez Gijón no iluminaban las tribunas del Congreso. La nieve caía sobre la Carrera de San Jerónimo, inútilmente cerrada por la policía a unos manifestantes inexistentes. Todo parecía en calma.

Sin embargo, hubo espectáculo. Como aún no se han inventado los detectores de ideas, cuatro incontrolados lograron colarse en el Parlamento. Xabier Lechuga, barcelonés de 30 años, trabajador del 061 en la capital catalana, burló el cerco. A veces la imaginación suple cualquier traba a la libertad de expresión. Armado con boli y libreta, Lechuga se entretuvo en la tribuna pintando un "no a la guerra", que exhibió ante los diputados casi un minuto. Nadie se percató del hecho, ni siquiera Aznar, que no interrumpió su discurso hasta que la presidenta, Luisa Fernanda Rudi, rompió la calma reinante y ordenó el desalojo "de la persona que está perturbando el orden". El orden quedó perturbado a partir de ese momento.

A Lechuga le secundaron poco después en su acción otros tres exaltados , que también fueron expulsados. Eran Angel, Chesús y Sara, miembros de un colectivo de Huesca que lleva 14 días encerrado en un colegio mayor madrileño en huelga de hambre para evitar el ataque. Ayer se habían metido una infusión para mantenerse firmes antes de perpetrar su acción en las Cortes.

Mientras estos coletazos tardíos de la manifestación del sábado eran desarticulados, Aznar y Zapatero estaban enzarzados en un agitado debate sobre quién da la legitimidad al Gobierno en la crisis de Irak: la calle o las urnas. Aznar dijo que las urnas, claro. Y Zapatero le restregó el apoyo de millones de ciudadanos a sus propuestas de paz. Tanto discutieron, que Aznar encargó a su ministro Michavila consultar el diccionario. Con la definición en la mano, respondió al líder del PSOE que "ilegítimo" significa "al margen de la ley". Y le conminó a mantener que el Gobierno de España es ilegítimo. Zapatero no respondió.

EL INSULTO MAS ORIGINAL

Aunque la voz de la calle no fue protagonista ayer en el Congreso, los diputados se encargaron de convertir el Hemiciclo en una bulliciosa avenida. Fue tal la algarabía, que la severa Rudi no cesó de llamar al orden. Sin embargo, dejó pasar el insulto más original que salió nunca de los bancos del PP. "¡¡Wyoming!!", gritó un popular, tal vez convencido de que tamaño improperio derrumbaría las defensas de Zapatero. No se recuerda precedente de que un insulto sea acogido con aplausos por sus destinatarios.