China ha entrado en una nueva era donde se multiplican las oportunidades y los peligros y que exigirá mucha disciplina. Lo afirmó ayer el presidente chino, Xi Jinping, en un discurso de inauguración del 19º Congreso del Partido Comunista (PCCh) con el que enfatizó su trascendencia en la historia del país y reivindicó los éxitos de su modelo frente al de Occidente.

«La situación interna y en el exterior está padeciendo profundos cambios. El desarrollo de China sigue en una fase de importantes oportunidades. Las perspectivas son brillantes, pero los desafíos también son serios. El socialismo con características chinas entra en una nueva era», resumió Xi ante los casi 2.300 delegados en el Gran Palacio del Pueblo, de cuya pared más noble cuelgan una hoz y un martillo.

Fue el discurso de un líder carismático, encendido y con las inflexiones de voz marcadas en busca del aplauso, animando a los presentes a seguirle en el camino hacia la grandeza del país y apuntando más al corazón que a la cabeza. Su intervención marcó las diferencias con sus predecesores y especialmente con el átono Hu Jintao, epítome del grisáceo tecnócrata que abunda en el gremio político y que se ventiló el discurso del anterior congreso en hora y media con una ortodoxa radiografía de logros, problemas y directrices.

La intervención de Xi, de 65 páginas en su versión inglesa y casi tres horas y media, roza los parámetros castristas y subraya que disfruta bajo los focos, da igual que esté rodeado de la élite capitalista global en el Foro de Davos que de sus camaradas. El título del discurso ya insinuaba una mañana larga: Asegurar una victoria decisiva en la construcción de una sociedad moderadamente próspera en todos sus aspectos y luchar para el gran éxito del socialismo con características chinas de una nueva era.

Xi pidió a sus compañeros que aprieten las filas y luchen por el progreso del país. «Cada uno de nosotros tiene que hacer más para sostener el liderazgo del partido y el sistema socialista con características chinas y oponerse a todas las declaraciones y acciones que lo minen, lo distorsionen o lo nieguen».

En su intervención, que sirve de balance de su primer mandato, el presidente incidió más en los éxitos que en los fracasos con un espíritu crítico más matizado de lo habitual. El mensaje que late es que China funciona y vale más perseverar en el rumbo que cambiarlo. «No debemos copiar mecánicamente los sistemas políticos de otros países», dijo.

MILAGRO CHINO / La prensa oficial se ha esforzado en subrayar los desastres en el mundo de lo que llaman sistemas democráticos «de confrontación» en contraste con su «democracia de consenso». El milagro chino descansa, según esta visión, en el desprecio de Pekín hacia esas fórmulas liberales que Occidente le ha sugerido durante décadas y que hundieron a la antigua Unión Soviética.

Los aplausos más estridentes se escucharon tras la mención de Xi a la lucha contra la corrupción, el sello personal de su política. Más de un millón de los 90 millones de miembros del partido han sido castigados, según cifras oficiales. Tampoco faltaron ingredientes habituales del discurso oficial de Pekín de la última década como la defensa del medioambiente, las reformas económicas o la soberanía nacional. La última alude tanto a las tensiones en el Tíbet, la región uigur de Xinjiang o Taiwán como a los anhelos separatistas en Hong Kong o las islas artificiales que China levanta en aguas discutidas por sus vecinos.

Xi también prometió que China peleará por el libre comercio en un contexto inquietante por el neoproteccionismo de Washington o Londres. El presidente aseguró que abrirá «las puertas al mundo» y permitirá más presencia de las compañías extranjeras en su mercado interno. Los lamentos en ese aspecto no han escaseado en los últimos años

Esa es la receta en gruesos trazos de Xi, aliñada con un efervescente nacionalismo que le da un nuevo aire.