Ese día vimos a chicos enfrentarse a la policía montada, a abuelas insultando a represores, a periodistas intentando salvar a algún detenido, a gente que se jugaba su vida por la de desconocidos. Y también vimos morir". El relato de los familiares de las 32 víctimas fatales de las protestas del 19 y 20 de diciembre del 2001, que marcaron el final del presidente Fernando de la Rúa, no le debe ser desconocido a millones de argentinos: aquellas escenas quedaron acuñadas en el cuerpo social como un tatuaje.

Y no fue la única marca. Cuando De la Rúa huyó de la sede del poder ejecutivo en helicóptero, sobre la tierra anegada empezaba a sentirse el peso de un gran fracaso político: corralito , devaluación de la moneda en casi un 400%, un paro superior al 40%, 60% de la población en la pobreza.

TOCAR FONDO

"Y pensar que entonces creíamos que se había tocado fondo", dijo ayer Juan Carlos Alderete, dirigente de un grupo de piqueteros (ciudadanos sin trabajo) que, un año después de aquellas jornadas, volvió a la plaza de Mayo, centro de la tragedia, para evocar, igual que miles de personas, lo que había ocurrido y alertar sobre los peligros por venir. "Que se vayan todos, que no quede uno sólo", volvió a escucharse ayer en las calles.

Fueron horas de zozobra y reivindicación, de análisis triunfal y escepticismo. Unos 15.000 policías custodiaron la ciudad. Los comerciantes del centro cerraron temprano sus puertas. Los grandes supermercados pidieron seguridad especial y entregaron comida a indigentes antes que pagar el coste de un hecho violento.

SAQUEOS ARTIFICIALES

Desde el Gobierno se denunció que caciques del expresidente Carlos Menem trataron de sobornar a grupos de parados para crear saqueos artificiales. La maniobra, se dijo, buscaba poner al expresidente argentino como garante del orden.

Los hechos de hace un año siguen teniendo distintas lecturas. "Marcaron el fin de una década de neoliberalismo", dicen algunos. "Fue una revolución", creen, aún, grupos de izquierda radical. "Ninguna fuerza alternativa se logró consolidar", acotan otros. "La clase política no sólo no se fue sino que se quedaron todos y no cambiaron nada", consideró José Pablo Feinmann, uno de los intelectuales que con más agudeza pasó revista a esos días.

No todas las variopintas fuerzas políticas y sociales que conmemoraron ayer el estallido social lo hicieron al mismo tiempo. Cuando unas entraban en la plaza de Mayo, otras salían, imagen inequívoca de las divisiones que aquejan a los que se atribuyen la "gesta". Nada que los argentinos no conozcan en estas horas de intranquilidad, cuando emergen nuevos peligros de cimbronazos --el posible fallo del Supremo ordenando "dolarizar" los ahorros pasados a pesos-- y se acercan en abril unas presidenciales en las que ningún candidato tiene por ahora más del 20%.