La llegada de Jacob Zuma a la presidencia de Suráfrica no podía haber sido más celebrada. Arropado por mandatarios internacionales, los expresidentes Nelson Mandela y Thabo Mbeki, la flor y nata de la cultura y la música nacionales, y más de 30.000 personas, Zuma se convirtió ayer en el cuarto presidente democrático desde que el país abolió el apartheid , en 1994.

A esta fecha se refirió el nuevo presidente en su primer discurso, en que prometió seguir "el camino de Mandela" para lograr "la reconciliación entre razas". Objetivo que, 15 años después del fin del régimen racista, aún está lejos de conseguirse.

En un tono moderado, Zuma se olvidó de todas las promesas lanzadas durante la campaña electoral y se centró más en "lo que nos une como nación", tratando de reforzar su perfil de estadista. Aun así, tuvo momentos para agradecer al pueblo surafricano el masivo apoyo a su candidatura --logró casi dos tercios de los votos-- y a los presentes.

También ayer se dilucidó el misterio que en las últimas semanas ha tenido a Suráfrica en vilo: quién será la primera dama, pues Zuma es polígamo. Al final fue Sizakele Khumalo, la mayor de sus esposas --están casados desde 1973--, quien le acompañó en el podio.

Pero el momento de la verdad de Zuma empezará a partir de hoy, cuando inicie la formación del Gobierno. Aunque su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA), es una organización disciplinada, también está formada por diferentes tendencias y cuenta con diversos aliados que han apoyado a Zuma estos últimos años, con la esperanza de lograr cargos e influencias.

Más allá de los cargos, durante la campaña Zuma ha prometido "no tocar la política económica" y "reorientar las prioridades en beneficio de los más pobres". Su principal reto será reducir las desigualdades sociales que amenazan Suráfrica como país viable sin provocar una estampida de la minoría blanca, que concentra la mayor riqueza y gran parte de los cuadros técnicos y profesionales necesarios en una economía compleja.