Las llamadas a la calma ayer se acumularon un día después del atentado que costó la vida a 16 policías e hirió a otros tantos en la provincia noroccidental de Xinjiang. "China se ha esforzado en fortalecer la seguridad en las instalaciones olímpicas y estamos preparados para responder a cualquier amenaza", aseguró Sun Weide, portavoz del comité organizador chino. El COI reconoció que se ha hecho "todo lo posible por asegurar el orden", sostuvo un portavoz.

El control policial se ha incrementado en Xinjiang, la lejana región que acuna movimientos separatistas de raíz musulmana. La policía controla los coches que entran en la capital, Urumqi, y cada autobús cuenta al menos con un agente a bordo.

Ayer se conocieron más detalles del atentado. Los presuntos autores, ya detenidos, son dos uigures de 28 y 33 años de la región de Kashgar, de profesiones verdulero y taxista. Atropellaron con un camión de basura a los policías mientras se ejercitaban en un puesto fronterizo, lanzaron un par de bombas caseras y acuchillaron a los que se movían. La policía encontró en la zona otras nueve bombas, una vieja pistola, machetes y propaganda sobre la yihad .

Las medidas de seguridad en la capital no se han incrementado porque el margen es exiguo. La única novedad anunciada ayer es que un policía escoltará a los periodistas que filmen en la plaza de Tiananmén. Más que al atentado, la medida responde a la protesta del lunes de unos 30 pequineses desalojados por las bajas indemnizaciones recibidas a cambio de sus casas.

Esta protesta es la primera desde que el aluvión de periodistas llegó a Pekín, y la policía mostró moderación. Sin embargo, el suceso mereció portadas en todo el mundo, lo que demuestra que la mayor amenaza para Pekín no son los uigures sino el temor a más protestas ante unos invitados hostiles, sobre todo si las protagonizan causas tan mediáticas como la tibetana.