Era medianoche en Pekín. Un grupo de jóvenes bailaban y cantaban en el interior de un autobús, golpeando los vidrios del mismo, en las afueras del Workers Stadium. Eran los jugadores argentinos, que esperaban a Riquelme para marcharse juntos a la Villa Olímpica. El estaba dentro, atendiendo a los periodistas, y hasta sonriendo. ¡Sí, es verdad, Román también ríe!

Sumergido en otro lugar de las entrañas del estadio andaba Ronaldinho, sometido al control antidopaje para completar una noche desastrosa. Después del abrazo con Messi, se fue al vestuario con los ojos vidriosos. Destrozado, abatido y estupefacto, dejó el césped tapándose la cara con la mano derecha. No es ninguna exageración. Es literal.

Dos goles y un palo

Ronaldinho no quería ver lo que había a su alrededor. Una auténtica ruina futbolística. Se preparó para reconquistar su espacio en los Juegos y se marcha, perdón, debe jugar el bronce en Shanghái ante Bélgica el viernes, dejando solo un buen partido ante Nueva Zelanda, con dos goles. Anoche, en la semifinal, no se vio nada de lo que llegó a ser un día Ronaldinho. Si acaso, un buen lanzamiento de falta que se estrelló en el poste argentino. Después, desapareció. Un reportero de Radio Gaucha contaba, con esa musicalidad brasileña tan característica, a sus oyentes la reflexión final. "Ronaldinho es el rostro de la decepción de Brasil". Era cierto.

Mientras Ronnie aún seguía en el control antidopaje, se escuchó a Zabaleta. "No es el Ronaldinho del Barça. Antes cogía el balón y se iba a portería. Ahora, no. Mantiene la magia, pero...". Ni acabó la frase el defensa del Espanyol. Por no ser, no es ni el 10. Cuando juegue con el Milan, será el 80.