El baloncesto olímpico cerró una noche triste para todos en el pabellón Wukesong, donde muy probablemente en pocos días la selección de los Estados Unidos celebrará la medalla de oro, no por el abultado resultado cosechado por los Estados Unidos sobre Alemania, sino porque, a trece minutos de la bocina, Dirk Nowitzki, el 'Kaiser' del baloncesto, pisó el parqué olímpico por última vez.

Jason Kidd, uno de los iconos de la NBA de la década de los noventa, un hombre respetado y admirado, ocho veces 'All Star', dueño de un récord 49 victorias sin derrota alguna con el equipo senior estadounidense; oro en la última ascensión norteamericana al podio olímpico (Sydney 2000); deportista masculino del año de 2007 en los Estados Unidos, cinco veces seleccionado en el quinteto ideal del campeonato profesional y nueve entre el primer y segundo mejor equipos defensivo de la competición, asistió a la despedida de Nowitzki como inmejorable maestro de ceremonias.

Kidd entró en el quinteto inicial dispuesto por Mike Krzyzewski, el alabado 'Coach K', para levantar el telón del adiós al equipo germano de su compañero de equipo en los Mavericks de Dallas. Se entrenan, viajan, comen, cenan, desayunan y juegan juntos desde hace años. Pero el estadounidense, como todos los grandes deportistas, dejó los sentimentalismos al margen cuando el balón surcó el cielo en dirección al techo de Wukesong.

El rodillo estadounidense arrancó con un 11-3, pasó a un 20-5 en medio de un aluvión a cargo de Dwight Howard (ocho puntos) y LeBron James (siete). Al final del primer cuarto, el adiós del gran ala-pívot germano revestía tintes de paliza para una selección a la que ha llevado a las cotas más de su historia.

Pero los americanos, pese al respeto, la admiración y el cariño que profesan por uno de los jugadores 'internacionales', como denominan en la NBA a todo aquel que no tiene un pasaporte del 'Tío Sam', que más profunda huella ha dejado en la Liga de 'Magic', Michael Jordan, Larry Bird, Kareem Abdul Jabbar, y tanto y tantos grandes, siguieron a lo suyo.

Han situado el oro olímpico en el punto de mira y van a por él como cosacos desbocados, a todo galope, sin piedad, a sangre y fuego. Al final del primer tiempo se apearon de sus grupas para darse un respiro (53-29) y subirse de nuevo a los corceles alados por los que, una noche tras otra, han cabalgado como espectros aniquiladores por encima de todos sus adversarios.

El casillero alemán apenas detectaba la respiración de los chicos de Dirk Bauermann, afligidos como cuando se pierde a un ser querido. Más que por el marcador, por no poder regalarle algo inolvidable al hombre que les ha permitido ser una selección de primera línea en tantos y tantos campeonatos, en tantos y tantos países, en tantas y tantas ciudades; en partidos imposibles, en situaciones aparentemente insalvables, en vestuarios abatidos, en momentos de gloria, en lo bueno y en lo malo, con los ojos cubiertos de lágrimas y en la más inmensa de las felicidades.

Alemania olvidará pronto lo que pasó sobre el parqué. Era lo de menos. Lo que nunca olvidarán los alemanes, los que disfrutan con el baloncesto y aquellos que no lo hacen; también quienes carecen de sangre nibelunga pero aman el deporte -sea el sea- los que reconocen la grandeza de los irrepetibles; quienes son justos y otorgan a Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César, jamás olvidarán el vigésimo tercer minutos del choque.

La bocina del pabellón Wukesong sonó y pareció que los aros olímpicos refulgían de púrpura. Nowitzki alzó una mano al cielo y se despidió del atestado pabellón chino. Los aficionados no entendieron el significado de semejante momento. Apenas se escucharon aplausos. Oriente está muy lejos de Occidente. Se estaba marchando una leyenda. Un deportista de época. Alguien que siempre figurará en los anales del baloncesto.

El reloj mostraba el minuto 27 de juego. La estadística del 'Kaiser': veintitrés minutos, tres de seis de dos, uno de cuatro de tres, cinco de cinco tiros libres, catorce puntos, una asistencia, ocho rebotes y ninguna falta personal. Los número de su último servicio a la selección y al país que aman. Todo lo demás era accesorio.