No son buenos días para el judo español. Cada visita al gimnasio de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Pekín se transforma en una mala noticia. Cuando no se luxa el hombro Ana Carrascosa y pierde toda opción de medalla, como sucedió el domingo, llegó ayer Isabel Fernández, la apuesta más clara para el podio, y se quedó tan lejos que incluso se despidió de la competición. No solo de los Juegos --era su cuarta cita olímpica--, sino del tatami. Lo decía con un inevitable aire de tristeza bajo la mirada lejana de Javier Alonso, entrenador y marido. Marido y entrenador. "Estos iban a ser mis últimos Juegos y no creo que siga compitiendo", afirmó abatida la judoca española, a pesar de que luego quiso darse "unos días de reflexión".

Tal vez para digerir lo que le sucedió en la universidad china. Ni ella misma acertaba a explicarse el desastre que había vivido. Venía dispuesta a comerse el mundo, a despedirse por la puerta grande con una medalla, pero se tuvo que marchar deprisa y corriendo, casi sin tiempo de saborear nada. "A veces, te toca la china con el arbitraje. El combate había estado igualado, pero no ha podido ser. Me he quedado ahí, sin poder disputar el bronce", se lamentó recordando que lo había "dado todo en los tres combates". Pero solo pudo ganar uno. Y así no podía llegar a ningún sitio.

Fernández se va después de iniciar su periplo olímpico con una medalla de bronce en Atlanta-96, se coronó con la conquista del oro en Sídney-2000.