No es un clásico suramericano más. Ni tampoco un Argentina-Brasil de toda la vida. Uno de tantos. Es una semifinal olímpica (16.00 h. TVE, en diferido). Es Messi contra Ronaldinho. O Ronaldinho contra Messi, con una medalla de oro, un título que ninguno posee, pendiente de dueño. En el podio de Pekín solo hay lugar para uno, por mucho que Leo admire a Ronaldinho. El argentino quiere consagrarse como el heredero del 10, mostrarse como el mejor del momento.

Hace un tiempo, cuando era un chaval (tenía apenas 17 años), Ronnie le abrió las puertas del Camp Nou para tutelar su irrupción en el Barça. Suyo fue el primer pase, bombeado, suave y extraordinario, para que Leo marcara al Albacete en mayo del 2005. Suyo fue el gesto de levantarlo en su espalda, entre la alegría desaforada del culé, sin saber entonces Ronaldinho que estaba elevando a quien luego sería su sucesor en el trono.

Ambos se cruzaron en el camino, vestidos de azulgranas, dos Ligas y la Champions de París, compartiendo los mejores años de su vida, en el caso del brasileño, hasta que se separaron. Pero Leo nunca olvida lo bien que se portó el número uno del mundo con él. Era Ronaldinho. "Messi es mejor que Ronaldinho, es el mejor del mundo", declaró esta semana el Kun Agüero, la estrella del Atlético, abriendo así la batalla dialéctica que ha presidido este tenso encuentro entre las dos claras favoritas a hacerse con el oro olímpico en Pekín.

Agradecido

De Messi no se ha oído jamás una mala palabra hacia ´Ronnie´, como siempre lo ha llamado. De bien nacido es ser agradecido. Y Messi lo es porque lo acogió cuando no era nadie. Ahora él lo es casi todo. El destino les coloca hoy en Pekín, muy lejos del Camp Nou donde juntos dieron tardes de gloria a la grada azulgrana. Con un oro olímpico en juego. Aquí no hay lugar para la amistad. Si Argentina ha llegado tan lejos es gracias a Leo, mucho más decisivo que Riquelme. Pero si pierde hoy, aunque sea ante un amigo, Leo llorará.