"Estoy más feliz que nunca, sinceramente ojalá la mayoría de las semanas fueran así. Me encanta convivir con tanta gente, me encanta". Hubo dos versiones de Rafa Nadal en Pekín. El primero fue el tenista. El nuevo número uno del mundo que sufre ante el italiano Potito Starace para pasar la primera ronda del torneo olímpico (6-2, 3-6 y 6-2 en 2.15 horas) tras un partido cargado de más tensión y sudor del que podía intuirse. No tan solo por la humedad de la pista central del complejo olímpico de la capital china. "Tenían que poner una secadora", bromeó.

Ese fue el primer Nadal, desconocido en algunos momentos, irreconocible incluso hasta para él mismo de la cantidad de errores que cometió, especialmente en el segundo set cuando regaló 21 puntos, casi lo mismo que en la primera y tercera manga juntas (22). Un Nadal extraño, a quien le pesaban las bolas más de lo habitual. No se le veía nada cómodo. A veces, hasta se maldecía. Starace, un larguirucho italiano, llegó a pensar que tocaría el Everest. "Nadal es Nadal", dijo luego al asumir educadamente su condición terrenal.

Problemas externos

Eran los momentos del partido, el segundo set. Sus piernas no reaccionaban con la velocidad que suelen, sus manos estaban resbaladizas. La cinta en la cabeza, las dos botellas de agua colocadas en oblicuo, de forma maniática y obsesiva, los continuos gestos de rabia con el puño, teniendo al Príncipe Felipe por testigo en la zona noble de la pista. Sí, todo era propio de Nadal, excepto su tenis, que emergió en el tercer set cuando Starace se fue apagando. Tanto corrió el italiano que se quedó sin energía en el momento de la verdad. Entonces, Nadal se reencontró consigo mismo y liquidó la manga decisiva con autoridad, espantando miedos. Con la autoridad que desprende el que será el próximo lunes número uno. Horas después en compañía del catalán Tommy Robredo ganaría también el doble al imponerse a los suecos Jonas Bjorkman y Robin Soderling (6-3, 6-3).

El segundo Rafa

Después de ese primer Nadal, llegó el segundo Nadal. El joven de 22 años que se lo está pasando bomba en Pekín. Literal. Disfrutó de la ceremonia inaugural como un poseso y se ha convertido en una de las grandes estrellas de la Villa Olímpica porque todos quieren hacerse una foto con él. "Es un placer que estén a mi lado, todos ellos son igual que yo", dijo con modestia. El domingo veía el debut de España de baloncesto, charlaba con el Príncipe y descubría sensaciones extraordinariamente nuevas.

"Es una vida distinta a un torneo, las facilidades y las comodidades son distintas. Pero te tienes que espabilar porque no tienes un chófer a la puerta del hotel para llevarte a donde quieras ni una habitación grandiosa. Pero no hace falta nada de eso para ser feliz". Rafa lo es porque ya tiene, además, una de las cosas que quería: "Me he hecho una foto con Phelps".