El deporte de elite no se dirime por las mismas reglas que el resto de actividades humanas. De los atletas, de los mejores atletas, se espera siempre voracidad, tiranía incluso.

Por eso, desde primera hora de la mañana, aficionados de todas las nacionalidades se concentran en las inmediaciones del Cubo de Agua, en Pekín, a la caza de una entrada de reventa, algunos con carteles colgados al cuello en los que se puede leer "looking for tickets, please" (por favor, busco entradas). Una localidad, cualquiera, no importa el precio, que dé acceso a contemplar las exhibiciones que cada día ofrece Michael Phelps, el gran tiburón blanco, en la piscina olímpica.

La última la protagonizó hoy de buena mañana, en la final de los 200 libres, que concluyó en 1:42.96, lo que le ha valido el tercer oro y el tercer récord del mundo en otros tantos días. El chico de Baltimore, gorro de látex blanco, bañador de tirantes estampado con las barras y las estrellas, apareció puntual y concentrado, enmarcado en los auriculares de su iPod, como envasado al vacío, ajeno a la algarabía de la grada, que lo recibió con el júbilo y la devoción que sólo obtienen para sí los elegidos, los más grandes.

Se zambulló con uno de los peores tiempos de reacción (0.73), cualquiera diría que no se sintió cómodo en el poyete, y al aproximarse al primer giro, sin aparente esfuerzo, nadie tocó antes la pared. La ovación de la grada envolvió el recinto, y como la leche al fuego, fue subiendo hasta alcanzar su punto de ebullición y derramarse del cazo cuando Phelps paró el crono con 90 centésimas de antelación a la plusmarca mundial, que él mismo poseía.

Por detrás llegó el surcoreano Taehwan Park, a 1.89 segundos, un mundo en una disciplina deportiva en la que la distancia entre el éxito y el fracaso se mide en centésimas de segundo.

Más cerca del récord

Michael Phleps, el nadador con branquias, se ha propuesto regresar a Baltimore con ocho oros colgados del cuello. Ya tiene tres: los de las pruebas de 400 estilos, 4x100 libres y 200 libres. Le faltan cinco: 100 y 200 mariposa, 200 estilos, 4x200 libres y 4x100 estilos, una hazaña mayúscula que nadie ha completado jamás. "Lo puede lograr", dicen los expertos que se pasean estos días por el Cubo de Agua, "porque es un privilegiado". Pero, ¿cuál es el privilegio de Phelps? Entre otras cosas, que no se cansa o se cansa menos que los demás.

"Tiene la ventaja de los grandes nadadores que es que no acumula lactato. Ocho es el índice máximo que ha dado cuando hay deportistas que llegan a 20, y a partir de 14 ya se sufre", dice el entrenador holandés Paul Wildeboer. Es decir, cuando los demás se hunden, Phelps cambia de marcha y sincopado, plástico, añade un cuerpo de ventaja sobre sus competidores.

Pero Phelps tiene otras ventajas: "Su cuerpo. Parece asiático, como el de los japoneses o los chinos, pero es más alto. Tiene una sobreextensión de las piernas que le proporciona una patada más profunda, es un fuera de serie en piernas, lo que le da una mejor posición del cuerpo en el agua que los demás", explica Wildeboer. Si a esto se añade una técnica exquisita producto de 17 años en la piscina y el gen competitivo que por naturaleza parecen poseer los deportistas estadounidenses, el cóctel resultante es Michael Phelps, el hombre que devora oros, el tipo que está llamado a convertirse en el mejor deportista de todos los tiempos.

Así que Phelps tocó la pared, vio su récord con cara de póquer, salió del agua y el público le recibió en pie, como en el teatro, en una muestra de reconocimiento a un atleta único. Después, como si tal cosa, se escabulló por el túnel de vestuarios y no apareció en la zona mixta para charlar con la prensa, como acostumbra. Tenía que nadar las semifinales de los 200 mariposa para estar mañana en la final, que es donde se zampa las medallas el gran depredador blanco, de Baltimore, EEUU.