Llora España cada día. Llora de alegría. Lloraba ayer, al pie de la gran muralla china, un ciclista medio desconocido. Asturiano, de 30 años, nacido en Oviedo, pero reside en Güañes (Vizcaya). El no había ganado el Giro, como Alberto Contador, ni tampoco el Tour, como Carlos Sastre, ni siquiera es triple campeón del mundo como Oscar Freire. Pero desde ayer, tras una maravillosa carrera de seis horas y media en un escenario irrepetible, Samuel Sánchez duerme con una inolvidable medalla de oro olímpica.

Y España, que hace un tiempo nadaba en la escasez, ha empezado los Juegos a todo tren. Como corresponde a lo que es ahora mismo: una potencia deportiva de primer nivel mundial. "Espero que esta medalla abra el fuego para todos mis compañeros. El deporte español está en una época dorada. Hemos ganado la Eurocopa en el fútbol, Alberto se llevó el Giro, Carlos, el Tour, Rafa es el número uno del mundo, Gasol y Garbajosa son estrellas en la NBA..." recitó un emocionado Sánchez, un ciclista que figura ya desde ayer en esa, cada vez más amplia, lista de estrellas. "Estamos en lo más alto, hay unas grandes generaciones de deportistas", añadió el nuevo campeón olímpico de ciclismo.

EL EXITO, POR RUTINA Llora España y no solo de alegría. También de asombro porque el 2008 resulta poco menos que irrepetible. Así lo había sido hasta el inicio de los Juegos. Ayer, primera prueba con opciones, el ciclismo en ruta con un equipo de ensueño, la envidia del pelotón mundial, y primera medalla. ¡Y además, de oro! Quedan lejanos las épocas en que se festejaba cualquier metal, del color que fuera. En Sydney-2000 y en Atenas-2004 se necesitaron tres días para besar alguna medalla. En China, ni 24 horas pasaron desde que se abrieron los Juegos y ya sonaba el himno español.

Ahora, el éxito se ha convertido en rutinario, con deportistas que simbolizan la cultura del esfuerzo, alejados del divismo, huyendo de los caprichos. Bastaba mirar la pequeña figura de Samu Sánchez en el centro del podio olímpico. No sonreía. Parecía encogido por la grandeza del desafío que había conquistado. Lloraba y lloraba sin parar, pero no de forma desconsolada. Ni mucho menos. Lloraba íntimamente, expuesto a los ojos del mundo, como si a su alrededor no existiera nadie. Cuando el asturiano cruzó la meta, castigado por una humedad insoportable, un calor inmisericorde y un circuito, tan bonito como duro, se echó las manos a la cabeza.

LAGRIMAS DORADAS Después, Sánchez empezó a llorar. Allí, con la gran muralla china escoltándole, quedó impresionado por una histórica carrera que empezó en Pekín, pasó por delante de la Plaza Tiananmen, circuló luego por la Ciudad Prohibida, se asomó más tarde al futuro del Nido, el estadio olímpico,y el Cubo de Agua, y terminó entre piedras milenarias. Sabía Sánchez que abrió la ruta del oro para España. Allí estaba él, un ciclista que parecía no entrar en los planes de nadie.

Nada más puede pedir el ciclismo español, que domina dictatorialmente el mundo. Y con Miguel Induráin, que revolucionó este deporte en la era moderna, mirándolo feliz y orgulloso desde su casa de Pamplona, mientras Perico Delgado, otra leyenda, lo contaba desde China. Samu, entretanto, bajaba de la muralla con gesto pausado..

"¡Samu, Samu! El Rey quiere hablar contigo", le decían recién cruzada la meta. "Toma el móvil, es el Príncipe", oyó luego camino del control antidopaje. "Gracias, majestad, gracias majestad", respondía. "Ah, princesa, creo que usted y yo somos parientes lejanos, muy lejanos", le dijo a Letizia. Es verdad. Samu es el nuevo príncipe olímpico, pero habrá más.