Abogada

Una de las cosas que más duele de esta guerra es la manipulación, esto es, el "estado de sitio mediático" en la que los dos bandos nos están metiendo. No importa el individuo, no importa la vida humana, las ideas; de todo se prescinde. Lo que importa es la audiencia, y acaparar toda la justificación de lo injustificable --una guerra-- mediante patrañas y excusas que nadie se cree.

Es vergonzoso, daña y fastidia verse tan ridiculizados frente a estos países contendientes, enfrascados en una lucha en la que el asesinato de la persona es el mayor de los trofeos. Pues nadie va a la guerra sin un arma en la mano, ya sea un fusil o un misil. De este conflicto bélico sólo cabe esperar odio, resentimiento, angustia y muerte. No deja de sorprender, por tanto, que aquellos países que han iniciado la guerra estén planeando ya cómo ofrecer ayuda humanitaria, después de ser los causantes del daño. Esto ya es la manipulación más absoluta.

Se está traficando con la vida de las gentes, se está traficando con el significado de la paz; que nadie, pues, hable de paz cuando está dispuesto a matar, porque son meros tropiezos en el camino de esta guerra tan absurda y tan dura, al mismo tiempo.

La película de Billy Wilder, el Gran Carnaval, nos muestra esa clase de periodismo amarillo, morboso, capaz de comerciar con la vida humana, tendente a hacer de una tragedia un espectáculo lucrativo; es el lado negro del periodismo --el show business--. Es esto lo que pretenden hacer estos países, a través de sus puestas en escenas televisivas, algo así como el voyeurismo de las masas. Hay que parar la guerra, hay que parar la mentira de este conflicto, y hay que parar a aquellos dirigentes políticos que comercian y trafican con nuestra paz.