-Describa su infancia...

-Una infancia normal, en una familia de clase media, en una ciudad pequeña del oeste peninsular: Cáceres, en la que voy al colegio, con mis compañeros, me relaciono en principio con normalidad y cuando llega el momento de decidir voy estudiando en dirección a las ciencias, para, posteriormente, dedicarme a la Medicina, entre otras cosas porque era muy mal estudiante de Lengua y Literatura.

-Recite su primer poema...

-No lo recuerdo. No recuerdo ni el primero, ni el segundo, ni el tercero, pero además es que aunque los recordara no podría recitarlos, no tengo esa memoria.

-¿Qué decía ese primer poema?

-Hablaba de un paseo nocturno por una calle de una ciudad en la que uno iba con sus pensamientos, con su propio mundo, al margen del resto del universo.

-¿Qué es poesía?

-El oficio del espíritu, pero matizando un poco creo que es también el cruce de dos intimidades en el espacio de las palabras.

-Trabaja en una UCI, ¿qué es la muerte?

-Desde el punto de vista biológico es el cese absoluto e irreversible de todas las funciones orgánicas; desde el punto de vista humano es el fin de la persona, entendiendo como tal alguien con capacidad para ser consciente de sí misma, de su realidad, de su entorno y de las decisiones que afectan a su vida.

-¿Qué de poético tiene ese hilo que une la vida y la muerte?

-La poesía, de alguna forma, está presente en todo lo que hacemos, en todo lo que vivimos y en todo lo que experimentamos, también la muerte; lo que pasa es que cada cosa tiene su momento; si yo estoy ejerciendo como médico en el límite de la vida y la muerte de un paciente, estoy en eso exclusivamente. La elaboración que uno hace más tarde de esa experiencia vital es lo que puede transformarse en poesía.

-¿Morir es decir adiós?

-Morir es decir adiós definitivamente.

-¿Los médicos están mal pagados?

-Tal y como está la vida hoy en día y las dificultades de muchas familias, yo creo que están bien pagados.

-¿Usted se enfada alguna vez?

-Sí, por supuesto (risas), más de las que parece. Lo que pasa es que tiendo a dejar las cosas en su contexto y no dejarme influir demasiado. Soy una persona que intenta llevar las cosas de la vida con tranquilidad, pero reconozco que algunas me sacan de quicio.

-¿Cuáles?

-La estulticia, la falta de tolerancia, de tacto, de compasión... Hay tantas cosas que me sacan de quicio; pero nadie lo nota.

-Con su primer libro, ‘A este lado del alba’, consiguió un accésit del Premio Adonáis de Poesía en 1983. Ya empezó apuntando maneras...

-Aquello fue llegar y besar el santo. Publicó la colección Adonáis aquel libro que recogía 25 poemas que había escrito en los ocho o diez meses anteriores. Eran mis primeros poemas y si ese accésit no hubiera llegado, probablemente no estaríamos hoy hablando aquí. Sencillamente hubo suerte con aquel jurado, le gustó mi poesía y, eso, de alguna forma, me obligaba y me motivaba a seguir escribiendo.

-‘Los bosques interiores’ fue su particular itinerario hacia la luz...

-‘Los bosques interiores’ fue un libro que aparece 10 años después y supone la toma de conciencia de mi poesía, ahí es donde encuentro la voz o al menos el tono que se va a mantener luego en mi obra posterior.

-Ha recibido el Premio Internacional de Poesía Loewe (2018), con el que definitivamente se ha consagrado gracias a ‘He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes’... No sé si alguna vez le habrán dicho: ‘Ah, pensaba que Loewe era solo una marca de bolsos’...

-Para mucha gente seguro que lo es, pero los que escribimos poesía sabemos desde hace 30 años que el Loewe es el mejor premio de poesía al que uno puede aspirar, porque tradicionalmente en el jurado han estado los mejores poetas vivos del momento.

-¿Salir en los medios de comunicación más prestigiosos de este país es lo que hace que existas?, lo digo porque desgraciadamente los poetas aparecen poco en los medios...

-Los poetas salen poco en los medios porque la poesía sigue perteneciendo a un ámbito que se acerca mucho a lo privado. El premio te permite que salgas durante una temporada, pero luego vuelve uno a esa normalidad asociada al hecho de escribir poesía, a ese círculo íntimo y reducido de lectores que se mantiene fiel y en el que continúas creyendo.

-Tuvimos una generación del 27, otra del 98... ¿Ahora hay generaciones de poetas capaces de cambiar el mundo, hoy que los poetas son más necesarios que nunca?

-Alguien ha hablado de la nuestra como Generación de la Democracia porque empezamos a escribir nuestros poemas en los primeros años de la Democracia, pero creo que las generaciones se ven siempre desde perspectivas muy alejadas del momento histórico en el que se producen.

-¿Y de esa Generación de la Democracia se hablará bien o mal, cómo será recordada?

-Espero que se hable bien, porque todas las generaciones poéticas ponen en orden el pensamiento y el sentimiento de una juventud, el momento de arranque de un grupo de poetas. La nuestra era una generación que arrancaba como mucha ilusión, en la que la expresión no tenía ningún tipo de limitaciones, en la que publicar estaba exclusivamente ligado a la calidad de una poesía.

-¿Su último libro, ‘He heredado un nogal...’ también se acerca a los lectores jóvenes?

-En el jurado alguien dijo que es un libro que podía gustar a jóvenes y mayores. Es un libro que en lo formal es perfectamente accesible a todo el mundo, pero también como dijeron Antonio Colinas en el acto de entrega del premio, o Luis García Montero en la presentación en el Instituto Cervantes, es un libro de doble lectura. Se ha dicho que es muy profundo, dentro de lo que es la suma de los Premios Loewe. Eso quiere decir que la sencillez o la transparencia en el lenguaje no está reñida con un pensamiento que permita, a quien lo quiera, llegar más allá del poema. Es decir, es un libro que puede gustar en una simple lectura pero que puede gustar aun más en una segunda o en una tercera.

-¿Y es un viaje a sí mismo?

-Es una especie de diario del espíritu, un libro de meditación; es también el cuaderno de campo de un naturalista, el breviario de un contemplativo, o el diario secreto de un paseante solitario. Son poemas que de algún modo recogen en forma de reflexiones, a veces muy breves, mi forma de ver y de relacionarme con el mundo y con lo que me rodea, e incluso de verme a mí mismo en esa relación con el mundo.

-¿Y en esa forma de relacionarse con el mundo, se ha vuelto más libre?

-Mi relación con el mundo es compleja porque en este libro, como digo, se recogen muchas inquietudes actuales, entre ellas una preocupación importante: que el positivismo deshumanizado, la transformación de los valores, nos están dejando en herencia una sociedad muy pulcra en lo material pero enormemente pobre en lo espiritual; una forma de vida en la que la riqueza, la comodidad y la complacencia hedonista se han acabado pagando con sordidez moral. Este libro, como el anterior, ‘Esperando las noticias del agua’, se rebela contra eso. Intenta establecer en la poesía una especie de reducto moral, un espacio ético, de resistencia activa frente a todo eso, estableciendo una forma de conducta y de pensamiento que se oponen a ese desbaratamiento de un sentido humanista de la existencia. Mi relación con la vida sigue siendo compleja, lo que pasa es que todo eso intento contarlo, escribirlo para mí y para los demás de una forma sencilla.

-¿Y falta ascetismo?

-Falta soledad, falta silencio, falta humildad, falta sencillez, falta un cierto apego a la vida natural, un retorno a la lentitud, faltan una serie de cosas que todo el mundo sabe que faltan pero que nadie toma la iniciativa de buscarlas. Y la poesía es una forma precisamente de acercarse a todo eso de una sola vez, porque la poesía reúne todo eso que yo digo que falta.

-¿Son compatibles los 25 con los 50?

-Con los 50, con los 80 y con los 10. Cabe todo y a veces caemos en una especie de selección en la que solo lo joven vale, solo lo guapo vale, solo lo bueno vale, y en la vida vale todo. Todas las etapas tienen su sitio, no hay que magnificar la juventud, tampoco hay que magnificar la madurez ni la ancianidad ni la niñez; todas son épocas que enriquecen. A mí, personalmente, cada una de ellas me ha ayudado a ser lo que ahora soy, y espero vivir las que me queden de la misma manera que he intentado vivir las anteriores; con honradez y dignidad, procurando disfrutarlas.

-¿La poesía habla de amor?

-No siempre en el sentido amoroso de la poesía clásica. En el fondo hay un amor a algo, hay amor a la vida, al entorno, al otro, también a uno mismo en el sentido de que uno intenta lo mejor. La poesía nace a la vez que el fuego en la caverna del hombre primitivo y con la finalidad de dar calor, de tranquilizar, de sosegar inquietudes, es decir, aparece como un intento de acompañar, y la compañía es una expresión del amor. La poesía lo que hace es acompañar y es una expresión pura del amor.

-Hablaba antes de ‘Esperando las noticias del agua’, que se centra en un enigma: el motivo de la desaparición de un mundo, del destierro de un pueblo. ¿Qué hacer para prevenir la despoblación rural?

-Desde el punto de vista institucional, apoyar las iniciativas de protección de la naturaleza y de mundo rural, y por otra parte, para la gente que vive en las ciudades, valorar si realmente lo que obtienen de la vida urbana, las comodidades, la inmediatez, la facilidad de acceso a determinados medios de consumo compensan un tipo de vida en la que a lo mejor se pierden muchas cosas esenciales que se tienen en el medio rural aunque se tenga que prescindir de otras cosas, pero es verdad que estamos mediatizados por una sociedad absolutamente mercantilista, en la que el consumo es el nuevo Dios que ocupa nuestras oraciones.

-Si hay un paraíso renovable, ¿cómo se llega a él?

-Me eduqué en una forma muy relacionada con la no violencia, con Gandhi, Luther King o Lanza del Vasto, que promovían una revolución social basada en la transformación personal del individuo; no dejaba en manos de un tercero la gestión de las soluciones que nos atañen a todos.

-Citaba antes a Dios y me ha venido a la mente el padre Pacífico, franciscano que dijo: ‘El cielo está donde uno sea feliz’...

-Pacífico tenía razón en todo lo que decía.

-Ciñéndonos al cuidado del planeta, esa demanda sigue vigente como lo manifiestan en el mundo millones de jóvenes que luchan contra el cambio climático...

-Nosotros, cuando éramos jóvenes, también teníamos la sensación de que cambiábamos el mundo cuando participábamos en determinadas actividades de tipo social o cívico, como la protección de edificios de Cáceres o de determinados entornos paisajísticos. Y ahora es más necesario. En 30 o 40 años la sociedad en la que vivimos está más al límite de sus propias capacidades, estamos más al borde de una verdadera catástrofe mediomabiental. Somos más, más descuidados, y vivimos en un mundo en que dependemos de una serie de medios artificiales que contaminan. Espero que cuando la presión sea insostenible los responsables sí puedan hacer caso. Me gusta hablar de iniciativas de ciudades habitables, de ciudades lentas, me gusta oír que se habla de volver a una alimentación y una forma de vida natural, que no tiene nada que ver por cierto con esas artificialidades que se nos venden como comida natural, que no deja de ser también un consumo abusivo de productos artificiales para parecer que somos más naturales. Me refiero a la simplicidad, a la sencillez en lo que tenemos.

-¿Por qué habla usted tan bien?

-Porque yo hablé mal de adolescente. Dejé a un lado la Lengua y la Literatura y me dediqué a la Medicina porque tenía problemas de comunicación, una especie de dislexia, tartamudez o taquilalia que me dificultaba enormemente mi comunicación con las demás personas. Entonces me dediqué a la ciencia porque no se me exigía un verbo ágil. Curiosamente, después de acabar Medicina la poesía me llamó, el hallazgo casual de algunos libros me estimuló a escribirla y pude descubrir a lo largo de los años cómo precisamente el ejercicio de la poesía, el trato diario, afable y lento con las palabras me iba facilitando mi manera de comunicación. De modo que pasé de no saber hablar o de tener miedo a expresarme a poder hablar con la tranquilidad de cualquier persona; y fue a través de la poesía.

-Habla de la tranquilidad, ¿vivimos una época de ansiedad irracional?

-Sí. Vivimos en una vida ansiosa porque no damos tiempo a que las cosas ocurran. Está pasando algo y rápidamente estamos deseando que lo que esté por venir vuelva a ocurrir, es decir, no saboreamos el momento, el instante, no sabemos disfrutar del tiempo, va delante de nosotros y se nos escapa, como decía Juan Ramón; en lugar de ir tan despacio que el tiempo vaya detrás de nosotros, como un buey manso.

-¿Qué opina de los populismos?

-Es otra de las formas que los poderosos han encontrado para engañar a una población que se deja engañar.

-¿Los referéndums del Brexit o de Cataluña son una estupidez?

-Una de tantas.

-Antes los poetas hablaban de Hércules, ¿de qué hablan ahora?

-Nunca he sido un poeta que utilice la mitología griega para construir sus imágenes, tuvo su época, la sigue teniendo en determinados escritores, pero he preferido extraer la iconografía de mi poesía en el ambiente, en el paisaje en el que vivo. Y específicamente en esta zona, en Cáceres, en los alrededores, que es el sustrato y el escenario de todos mis poemas.

-Vive en Cáceres, ¿la ve muerta, como un almacén donde habitan todas las tumbas de los reyes?

-Cáceres es una ciudad viva si están vivos sus habitantes, muerta si sus habitantes se desentienden y se dedican exclusivamente a sobrevivir. Cáceres es una ciudad viva y me siento muy orgulloso de vivir en un enclave que no solo tiene un casco antiguo extraordinario, que es la envidia de los foráneos, sino que es una ciudad hermosa fuera también de sus monumentos, en la que se tiene lo humanamente necesario para vivir con dignidad y en la que uno puede aspirar a ser feliz.