Hay una Hedy Lamarr conocida por todo el mundo. Es la mujer de rasgos perfectos, fichada para ejercer como cazafortunas y destrozahogares. La belleza que viajó de Austria a Hollywood, vía Londres, a finales de los 30, escapando de un matrimonio infeliz y del escándalo de Éxtasis, una película en la que (chocante para esos días) aparecía desnuda y (en apariencia sin saberlo) simulaba un orgasmo.

Hedy Lamarr (1914) ha pasado a la historia del cine como una de las mujeres más bellas jamás filmadas. Fue inspiración de la Blancanieves de Disney y la Catwoman cocreada por Bill Finger y Bob Kane. La famosa crítica Pauline Kael la comparó con Greta Garbo, Marlene Dietrich y Marilyn Monroe, aunque podríamos decir que casi peyorativamente: era otra «diosa sexual con un rastro de sonambulismo».

‘Sex simbol’

No se la tenía por una gran actriz, aunque, quizá como con Monroe, el brillo de su físico impedía a muchos apreciar su talento. El mejor pasaporte a la fama de Hedwig Eva Marie Kiesler (ese fue su verdadero nombre) se convirtió en una condena. Incluso cerca del final de su contrato con MGM, Lamarr/Kiesler tenía que ver cómo el crítico Robert Agee solo destacaba de ella su belleza en una reseña de Su alteza y el botones. ¿Habría sido su reputación diferente de no haber lanzado a la papelera el guion de Casablanca?

Lamarr fue sex symbol casi a su pesar. George Hurrell, fotógrafo de las estrellas del Hollywood clásico, dijo en una entrevista con John Kobal para el libro People will talk: «Era tan flemática; no proyectaba nada. (...) Tenía un cuerpo bastante bueno. Pero no se vestía para él. Siempre iba de negro. Le gustaban los trajes de chaqueta».

El documental Bombshell: la historia de Hedy Lamarr -que Movistar Estrenos presenta mañana- recuerda la carrera cinematográfica de la artista y sus problemas con la imagen que los demás tenían de ella, pero se interesa, sobre todo, por la carrera paralela que desarrolló como inventora. Es un relato revelador, emotivo y, por desgracia, muy relevante: ella no fue la última mujer obligada a ocultar su inteligencia para no incomodar en una industria sexista al extremo.

La película de Alexandra Dean nos explica cómo a principios de los años 40, en los días de gloria de Camarada X, Las chicas de Ziegfeld y Cenizas de amor, Hedy Lamarr trabajaba de sol a sol. Y cómo, llegada la noche, en lugar de descansar, se dedicaba a su verdadera pasión: inventar cosas. Desde pequeña quiso saber cómo funcionaban los tranvías, las cajas de música… Para saber esto último, con solo cinco años desmontó y volvió a montar una.

Su poderosa familia le enseñó a amar la ciencia, pero también las artes, y de adolescente dejó los estudios para ser actriz. A los 19 años ya aparecía como protagonista en Éxtasis, haciendo de mujer insatisfecha en un matrimonio asexuado y poco romántico con un hombre mayor que ella. Su primer marido en la vida real también la superaba en años (14): era Fritz Mandl, algo así como el Henry Ford de Austria, aunque su especialidad no eran los coches sino las armas, que fabricaba para los nazis.

Como la heroína de Éxtasis, Lamarr escapó de su destino (según se dice, disfrazada de sirvienta), pero al contrario que aquella tuvo tiempo para vivir una vida intensa. Tenía las películas, sus inventos y sus amores. Entre los segundos, unos cubitos que convertían el agua en Coca-Cola. A veces, creaciones y affaires se entrelazaban: de Howard Hughes no le interesaba tanto su cuerpo (fue su peor amante, dijo) como su cerebro, y trató de ayudarle a mejorar un avión estudiando la aerodinámica de los pájaros y la fisonomía de los peces.

Su mejor obra

Pero si por algo Lamarr está considerada diosa nerd es por el «salto de frecuencia», concepto que desarrolló durante la segunda guerra mundial. De la mano del compositor de vanguardia George Antheil, diseñó un sistema para impedir que los nazis identificaran los torpedos aliados. Siguiendo el mecanismo de la pianola, se trataba de sincronizar cambios entre 88 frecuencias durante el viaje del torpedo; las 88 teclas que tiene un piano.

Los ingenieros navales ignoraron la patente y animaron a Lamarr a ayudar de formas supuestamente más apropiadas para ella, como por ejemplo subastar besos. Pero años después, una versión del sistema se empleó en la llamada crisis de los misiles en Cuba. Y el planteamiento está en la base de mecanismos modernos como el wifi y el bluetooth; «Es la tecnología de mi madre», dice uno de los hijos de Lamarr en Bombshell.

La actriz e inventora falleció en el 2000 a los 85 años, después de una época de reclusión a causa del maltrato de Hollywood y la prensa; nadie quería permitirle envejecer. Ella merecía otra suerte. Merece este documental, pero también un biopic espectacular. Nunca la olvidemos.