Los fans de la ciencia ficción, y del cine excitante en general, tenían marcada la fecha del 23 de febrero con rotulador rojo. Era el día de estreno de Mudo (Mute), cuarta película de Duncan Jones, hijo de David Bowie y autor de la obra de culto Moon (2009). Protagonizada por Alexander Skarsgärd, ambientada el Berlín del 2052 y con un impactante diseño de producción a lo Blade runner, Mudo era una de las novedades más esperadas de la temporada, pero, como viendo siendo habitual en los últimos tiempos, no se puede ver en salas de cine, sino exclusivamente a través de la plataforma de streaming Netflix.

Algo parecido a lo sucedido, en lo que llevamos de año 2018, con The Cloverfield paradox, Bright, Good time o The outsider; o lo que sucederá con Aniquilación (mañana mismo) o Benji (el próximo vienes): largometrajes producidos o distribuidos por Netflix que han llegado o llegarán al público solo a través de la multipantalla: el televisor, el portátil, la tableta o el móvil. Cine, en fin, que nunca se verá en el cine, en otro síntoma de la volubilidad de este periodo de encrucijada, con nuevos, y confusos todavía, modelos de exhibición, distribución y consumo. Este diario quiso pedir su opinión a Netflix sobre esta y otras circunstancias vinculadas a su modelo cinematográfico, pero la empresa declinó hacer declaraciones.

Un ejemplo de la mutación en marcha: el pasado 4 de febrero, Netflix revolucionó el panorama audiovisual con el estreno de The Cloverfield paradox, tercera entrega de la gran minisaga originada en el 2004 con Monstruoso. La película, un relato de terror y ciencia ficción ambientado en el espacio, no ha pasado del 16% de votos favorables en Rottentomatoes, pero sus destartalados valores fílmicos son irrelevantes. Lo que cuenta ha sido su innovador modo de estreno: Netflix compró los derechos de la película a Paramount por 50 millones de dólares, lanzó el tráiler por sorpresa durante la Super Bowl y, justo después del final de la liga de fútbol americano, ya se podía ver en todo el mundo en la plataforma digital. Sin promoción previa. El misterio obró en favor de la película, que fue devorada a nivel planetario por un público que no sabía apenas nada de ella, al mismo tiempo que la crítica, llegando tarde al corte, la consideraba un despropósito. Una película que apuntaba a batacazo en salas pero que acabó siendo un gran éxito de audiencia.

«Es delicado y complicado, pero los hábitos de la industria y del público están cambiando, y nos encontramos ante una cierta revolución», opina Quim Casas, crítico de El Periódico y profesor de Comunicación Audiovisual en la UPF, quien, pese a la confusión general, observa los cambios con optimismo. «Yo lo veo bien. Los grandes estrenos de cine siguen viéndose en las salas, pero buena parte de la producción más innovadora se halla, ahora mismo, en Netflix, HBO, Amazon o Filmin. Además, desde hace años hay películas (sobre todo las de pequeño formato, las más radicales) que ya no tienen la necesidad de estrenarse en salas: hay otros canales (festivales, filmotecas, museos....), así que estrenar en sala como algo sagrado es una cosa que ha cambiado».

Evolución

Ángel Sala, director del Festival de Sitges, también se muestra animoso ante el nuevo horizonte. «Lo positivo es que las películas se estrenen, que no se queden en un limbo que solo beneficia a la piratería. El cine debe verse ante todo en salas, pero las formas de consumo evolucionan y se pueden crear sinergias entre ellas». Su colega Carlos R. Ríos, director del D’A Film Festival, abre sin embargo un necesario flanco crítico: «Netflix y las otras plataformas son un agente más que produce y estrena películas. ¿Pero cuántas? ¿15, 20, menos? En los cines de todo el mundo se estrenan miles, pero hemos caído en el juego de que estas 15 o 20 son las que salvarían las salas de cine... Solo son otras películas, unas muy buenas, otras normales e incluso algunas malas».

El profesor de cine y director de los estudios de comunicación de la UOC Jordi Sánchez-Navarro considera que las transformaciones en exhibición y pautas de consumo están produciendo efectos en tres dimensiones. «La primera es la propia exhibición. Las salas de cine han perdido definitivamente la centralidad en las experiencias vinculadas al ocio y se han convertido en algo diferente a lo que han sido durante un siglo. La segunda es el negocio de la distribución, que tendrá que adaptarse a todos estos elementos cambiantes. Y la tercera es la de los propios creadores, que están encontrando aliados inesperados en las plataformas por streaming al pasar de ser meros exhibidores a productores de películas».

Valdría la pena detenerse en este último punto. Es el caso de Duncan Jones y su película Mudo. En una entrevista a Uproxx, el director inglés reconoció que la única manera que ha tenido de tirar adelante el proyecto es haber recibido la ayuda de Netflix, aunque ello conlleve un peaje no siempre fácil de asimilar. «Antes, las películas de presupuesto medio, de 20 a 40 millones de dólares, tenían el apoyo de las divisiones independientes de los estudios, pero ahora eso ha desaparecido. Solo Netflix, Amazon o Apple están dispuestos a afrontar ese tipo de proyectos. El problema es que a veces duele darte cuenta de que nunca habrá un gran estreno en sala de cine… Ni siquiera se podrá editar en blu-ray».

El director -y muchas cosas más- Carlo Padial apoya la tesis de Jones, aunque rehúye la nostalgia fetichista de su colega inglés. «Sin el apoyo de plataformas de vídeo bajo demanda muchas obras no existirían. Mi película Algo muy gordo es inconcebible en un sistema de producción convencional, ya sea por teles generalistas o subvenciones. No hay un modelo viable de producción para películas intermedias, y mucho menos para películas que vayan por libre. Por lo tanto, menos mal que están apareciendo estas plataformas». Padial considera que el debate no es de un modelo frente a otro, es de una opción realista frente a algo que está desapareciendo: «Estamos en el 2018, no en 1990. Yo también echo de menos poder ir al teatro de sombras chinas, que me encantaba de niño, pero casi no hay funciones en España». En relación al papel de Netflix como productora, Quim Casas abre una llamativa nota a pie de página: «¿Qué pasará con The irishman, la nueva película de Scorsese que ha financiado Netflix? ¿Se atreverán a mostrarla solo en Netflix, con la pasta que ha costado, o esta sí que llegará a salas comerciales?»

IrreversibleAlberto Marini, guionista y profesor de guion, observa también el cambio de hábitos y de soportes como algo irreversible: «Con espíritu romántico puedes cerrarte a los cambios, pero me temo que acabarás como quien sigue haciendo fotos con carrete, con pocas tiendas a las que acudir y gastándote una pasta gansa». Lo mismo que Concepción Cascajosa, profesora de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), que añade otro factor positivo, el de la descentralización: «La mayor parte de la gente no vive en grandes ciudades, no tiene tantas opciones, y el modelo de Netflix o el de Filmin es, en ese sentido, democratizador».

La pregunta, en cualquier caso, es inevitable: ¿De qué manera va a afectar a las salas tradicionales el estreno, cada vez más frecuente, de cine por streaming? «Hace décadas que se anuncia la muerte de la exhibición comercial en salas y esa muerte no se ha producido. Es como los vinilos», apunta Casas. «No creo que vaya a morir, al menos a corto plazo», secunda Marini. «Creo que en las salas convivirán los dos modelos, el del blockbuster y el de la película indie, aunque la parte grande del pastel será para los blockbusters como, por otro lado, ha ocurrido siempre», estima Sánchez-Navarro.

En términos similares se manifiesta Sala: «El cine de gran formato será la gran porción del negocio, pero los cines especializados, con calidad de proyección y programación centrada en el cine de autor o en estrenos limitados o recuperando clásicos, tienen un futuro asegurado. Solo hay que trabajar con nueva mentalidad». Cines con algo especial, distintivo, como el Phenomena de Barcelona o el Numax de Santiago de Compostela.

Modos de exhibición

Cascajosa tampoco cree que la sala vaya a convertirse en patrimonio exclusivo de blockbusters y cine bombástico en general, pero apunta a la necesidad de un cambio en los modos de exhibición: «He visto Tres anuncios en las afueras o Los archivos del Pentágono en salas llenas de gente. Pero quizá es hora de que el negocio del cine valore si un modelo basado en tantas sesiones diarias que encarece el producto es un modelo de futuro, porque quizá el problema ya no es tanto la distribución como la propia exhibición».

Desafiante, provocativo, Padial va por libre en su diagnóstico sobre el futuro de las salas: «No sé qué pasará, pero no me da ninguna pena nada de lo que suceda. Al final, todo esto del cine es mucho más sencillo, es un acto de comunicarse, de generar estados de ánimo, no importa mucho el envase o el medio. A quien le gusten las salas encontrará su espacio, como pasa con el teatro o con la literatura. Pero supongo que será un espacio cada vez más reducido».

Algo parecido vendría a sugerir Sánchez-Navarro: «La sociedad y tecnología actual permiten la convivencia de muchos modelos. La vida cinéfila se abrirá camino y siempre encontraremos formas de cultivar la manera clásica de ver cine». En este sentido, Ríos se muestra también optimista: «Algún día mucha gente volverá a pensar en la sala oscura de cine. Tanta pantalla en casa cansa. A veces queremos socializar, hacer comunidad. La prueba son los festivales, las proyecciones evento, los cines premium especializados...»