Trescientas mil personas visitaron oficialmente el último año la catedral de Valencia y la mayoría de ellas lo primero que preguntaron en la puerta es el lugar en el que se encuentra el Santo Grial, la mítica reliquia que supuestamente Jesucristo habría usado en la última cena. El número de visitantes del Santo Cáliz valenciano no deja de subir y seguramente se disparará aún más a partir de ahora, ya que el viernes salió a la venta El fuego invisible, la novela ganadora del premio Planeta de 2017 del ya habitual de los superventas Javier Sierra.

En ella, un joven profesor y investigador universitario, como el protagonista de Indiana Jones y la útima cruzada, deja su tranquila vida de despacho y clases para perseguir el rastro del grial. No es este el primer empujón mediático que ha recibido la venerada copa valenciana, que en el 2010 ya fue objeto de un documental del canal National Geographic y a la que han visitado televisiones de todo el mundo. Valencia, consciente de que El código da Vinci de Dan Brown revitalizó el histórico turismo de griales aunque fuera a base de disparatadas teorías, empezó a reivindicarse como sede en el 2014, el mismo año en el que el Papa le concedió a la reliquia el Año Jubilar cada lustro, un espaldarazo poco habitual y por tanto especialmente significativo. Juan Pablo II y Benedicto XVI ya le habían hecho un guiño claro al celebrar misa con él cuando visitaron la ciudad.

Pese a la ornamentación inferior y a las llamativas asas, el grial solo sería la vasa de piedra superior de la copa. Adiós al lujo pero también a la romántica idea de un vaso de madera realizado por un carpintero. «Es una idea bonita pero Jesús no iba de viaje con una copa en la mochila. Además una copa de madera para un hebreo es completamente imposible porque son impuras», explica el canónigo Jaime Sancho. El guardián de la reliquia asegura que «la familia que recibió a Jesús para esa última cena era acomodada, así que lo más probable es que le ofreciera para la bendición pascual el cáliz de la familia, que era ya una reliquia en aquel momento».

Reinado de Tiberio

Más allá de la fe, es cierto que hasta ahora hay unanimidad científica en que el vaso pudo estar allí. Ferran Arasa, profesor de la Universidad de Valencia, aseguraba en un estudio reciente que se puede realizar una datación amplia del cáliz que iría del siglo I antes de Cristo al II después de Cristo. «Así que técnicamente sería posible ya que la datación es amplia e incluye el siglo I después de Cristo, que es cuando, bajo el reinado de Tiberio, se sitúan los hechos», explica ahora. Pero, inmediatamente, recuerda que «es imposible demostrar desde el punto de vista científico que lo sea», entre otras cosas porque «ignoramos prácticamente todo sobre la copa que utilizó Jesús en la última cena, si admitimos que la hubo». Así que creer que lo fue, resalta, «no está en el ámbito de la ciencia sino de las creencias».

A Jaime Sancho le sobra fe pero intenta refugiarse en el hecho de que nadie ha conseguido probar que este no pueda ser ese buscado cáliz y cree que ningún otro puede decir lo mismo. «Todos han caído. El de Nueva York es del siglo IV y no era una copa sino una lámpara de aceite, el de Génova, es un vaso romano que no cumple ninguna característica, el de Inglaterra es un trozo de madera y es impensable, el de León es más grueso y parece que con una técnica posterior. Yo siempre digo lo que dijo una investigadora alemana que vino: ‘Nunca sabremos si este fue exactamente el cáliz que estuvo en la mano de Jesús, pero si se ha conservado solo puede ser el de Valencia’. Es histórico que Jesús tuvo en sus manos un vaso de bendición y tuvo que ser este o uno idéntico», sentencia Sancho.

Un gemelo

El catedrático emérito explica que en el British Museum hay un gemelo de esta vasa alejandrina de piedra ágata, de apenas 7 centímetros de altura, 9,5 de diámetro y entre tres y cuatro centímetros de grosor y sin más ornamento que un borde superior algo irregular. «Si no es del mismo taller, es muy parecido», apunta. Pero ahí, destaca, entra la historia para inclinar la balanza del lado valenciano y eso que no todo está tan claro.

«Hay dos momentos difíciles. Uno es la traslación de Jerusalén a Roma y el otro de Roma a España, son los dos momentos complicados de documentar», admite Sancho. La tradición católica dice que San Pedro guardó el cáliz y lo trasladó a Roma, donde sus sucesores lo conservaron hasta que Sixto II se lo encomendó a San Lorenzo para evitar que cayera en manos del ejército del emperador Valeriano y el oscense lo habría hecho llegar a su familia. Ya en la península pasó por varias localizaciones pirenaicas hasta llegar al monasterio de San Juan de la Peña. En 1399 aparece la primera constancia histórica del cáliz en el acta de donación al rey Martín I de Aragón, que se lo llevó a Zaragoza. Fue Alfonso V quien lo trasladó a Barcelona, aunque también quien se lo llevó de la ciudad catalana en 1432.

«El Rey lleva la Corte al Palacio Real de Valencia y traslada toda la capilla. Hay dos caravanas, una de mulas que viene por Alcañiz y se fletó la galera real y se alquiló una nave de carga, el Sant Jordi, y esos dos barcos vienen por la costa», retoma Sancho, que apunta a este segundo transporte como más probable por la «pompa» que supone. Con la marcha del Rey a Nápoles se esconden las reliquias en una casa particular y luego se depositan en la catedral. Poco después se utilizan como aval de diversos préstamos que pide la Corona y que no se devuelven, por lo que finalmente el relicario revirtió en la Seo. En 1744, una caída en la procesión de jueves santo le produjo algunos desperfectos que fueron arreglados ante notario y que le dejaron una minúscula muesca. En cambio, salió indemne de sus cuatro años de peregrinación durante la guerra de la independencia huyendo de las tropas napoleónicas y también sobrevivió a la guerra civil, escondido en casa de Carlet.

Acabada la contienda despegó su fama. En los últimos años, le ha salido un competidor en León, el llamado Cáliz de doña Urraca, al que el ensayo Los reyes del grial de Margarita Torres y José Miguel Ortega quiso encumbrar como el verdadero pero que fue recibido con un alud de críticas de los expertos. Torres, actual concejala de Cultura de León por el Partido Popular, ha intentado socavar al grial valenciano haciendo referencia a un documento del archivo de la Corona de Aragón en el que Jaime II, señor de Valencia, le pide al sultán de Egipto que le envíe el cáliz a lo que este responde que no puede mandarle lo que ya está en la península aunque no en su reino. La teoría de Torres y Ortega es que se lo habría enviado ya al emir de Dénia en agradecimiento por los víveres que hizo llegar en una hambruna y que este se lo habría regalado al rey leonés Fernando I. Pero el propio arabista que habría traducido los documentos que soportarían esa teoría, Gustavo Turienzo, asegura que «no puede deducirse, en modo alguno, que este fuera finalmente trasladado a la península, y aún menos que fuese entregado a Fernando I».

Lo dicho, cuestión de fe… y de dinero, porque quien tiene el grial posee un tesoro.