Cuenta Plutarco que Pirro, general y rey de Epiro -antigua Grecia- contaba al filósofo Cineas sus planes para conquistar el mundo: «‘Primero vamos a someter Grecia’, decía. ‘¿Y después?’, le pregunta Cineas, ‘Ganaremos África’. ‘¿Y después de África?’, ‘Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia’. ‘¿Y después?’, ‘Iremos hasta las Indias’. ‘¿Y después de las Indias?’. ‘¡Ah!’, dice Pirro, ‘descansaré’. Y entonces Cineas le increpó ‘Si de descansar se trata, ¿por qué no te sientas aquí conmigo y descansas inmediatamente?’». La disquisición de Cineas bien podría parecer llena de sentido, pues si de descansar es de lo que se trata, se podría hacer directamente sin necesidad de bregar con todas esas cuitas arriesgando su vida y la de todo su ejército. Pero aquí hay un doble engaño. Por un lado Cineas pasa por alto que el hecho de descansar sería sólo posible cuando Pirro sienta que ha cumplido su fin, pues todo goce es proyección del pasado superado hacia el presente, y solo entonces uno se puede sentir digno del citado descanso. Y por otro lado, Pirro también se engaña, pues no podrá solazarse en el descanso tras aquellas ímprobas empresas, sino que en ese momento se exigirá una meta aún mayor, pues la meta del hombre es el mismo camino; vamos, que no hay meta real sino un camino que tras ser recorrido dimana nuevas bifurcaciones que hay que seguir eligiendo para continuar hacia adelante. Ya Heidegger decía del hombre que es un «ser de lejanías», pues está siempre mirando hacia adelante, hacia lo que quiere ser. Y así no importa tanto la meta conseguida sino saberse presente en el camino de la siguiente.

La opción del fracaso es clave para que el fin tenga sentido. Porque si no hay opción de fracaso -incertidumbre- sólo queda esperar el devenir como efigies quiescentes. La ilusión del triunfo deriva de que he conseguido lidiar con el destino y llegar a hacer presente mi voluntad. Si estoy contento de que la chica que me gusta haya aceptado salir a cenar es porque también me podría haber dicho que no. Así de simple. Y así como sin incertidumbre no hay disfrute en la victoria, sin esfuerzo contra el que bregar no hay disfrute en la lucha. Pues como exponía Kant, la paloma no puede volar si no tiene aire que vencer para mantener el vuelo, y caería míseramente en el vacío sin que su aleteo sirviera para nada, pues es el mismo aire que la obstaculiza el que permite mantenerla en vuelo.

El indolente Bukowski aplicaba la máxima «encuentra lo que te gusta y deja que te mate» arguyendo que dado que vamos a morir lo queramos o no, tendría sentido buscar para este tránsito un coadyuvante que al mismo tiempo actuara también de lenitivo. En su caso esto incluía la tríada: escribir, beber y pernoctar con mujeres de vida disipada (cosa bastante entendible en cualquiera de sus tres vertientes). Pero esto no lo tenemos que ver limitado a bajas pasiones, sino que también incluiría los grandes proyectos de la vida de las personas: una vida de trabajo, de estudio, un amor. Dejar que aquello que supone la médula del deseo se apodere de nosotros y vivamos para llevarlo a cabo dará sentido a nuestra existencia. Y ya salgamos supérstites o claudiquemos exánimes siempre tendremos la tranquilidad de haber podido elegir. Incluso cuando el hombre ahíto de la vida se abroquele en no tomar ninguna decisión estará decidiendo con su renuencia a ello; pues el querer volitivo se proyecta y nunca podrá entenderse de manera vicaria o a través de coadjutores.

Sartre en El Ser y la Nada nos cuenta cómo los anhelos, ausencias o vacíos que el hombre tiene se crean siempre a partir de una voluntad de querer llenarlos. Es decir, que no existe ausencia (la nada) antes de que exista el deseo (el ser). Primero el hombre ha de estar en el mundo y entonces descubrir cuáles son sus anhelos, y entonces generará la voluntad necesaria para conseguirlos y hacer ese fin suyo. Y sólo entonces nacerá una ausencia o sensación de vacío que tiene que llenar, y eso es lo que origina la acción. Pero ésto no se limita sólo a la experiencia, pues se puede anhelar un amor pasado, pero también se puede anhelar un amor idílico que nunca se tuvo y probablemente nunca se tendrá. Lo imaginado es tan real en el mundo de la voluntad del deseo como cualquier otra cosa que sí exista en el mundo de los sentidos. Y pobre del hombre que no sienta esto pues significará que está muerto en vida, que es una de las infinitas maneras de morir.

Pero finalmente, casualmente, felizmente, la conquista llega, y entonces dos tipos de comportamientos dividen a las personas en sendos grupos: los que quisieran que ese excelso momento durara para siempre

-cosa imposible-, y los que nos gustaría que en ese momento se acabara todo -cosa improbable-.

Por si acaso, cuando tengo un momento de verdadera dicha siempre miro por la ventana por si un meteorito jalonara la tierra y llegara a culminar con benevolencia la magnanimidad de ese instante. Por el momento no ha sucedido, pero les aseguro que no pierdo la esperanza.