Por Sevilla entran del orden de 90.000 africanos esclavos. Un 10% embarca para América. Pero, ¿y los 80.000 restantes?». Esta pregunta lanzada por el catedrático de historia José Antonio Piqueras abre en canal uno de los grandes silencios sobre los que se sustenta la historia de España: su pasado esclavista. Porque nuestro país no solo comerció con esclavos sino que también retuvo en la península a decenas de miles de ellos, como prueban incontables documentos de compra-venta consultados por la catedrática de antropología Aurelia Martín Casares para elaborar su estudio La esclavitud en la Granada del siglo XVI.

Piqueras y Martín Casares son dos voces protagonistas de Gurumbé. Canciones de tu memoria negra, documental del antropólogo y cineasta Miguel Ángel Rosales nacido para revolver nuestra conciencia. Y es que esas escenas de película con barcos que atracaban en el puerto con esclavos para subastar no solo ocurrieron en América, sino también en Sevilla y Cádiz. «Igual que hoy la gente va al centro comercial cuando sale un nuevo libro, también entonces la gente iba al puerto a ver a los esclavos nuevos», explica el antropólogo social Alberto del Campo en Gurumbé. Y solo en Sevilla vivieron 95.000 esclavos.

«La historia, sobre todo la de España, está construida sobre capas de silencio», lamenta Rosales. Y advierte de que Gurumbé busca «deshacer» esos silencios. El poder no solo impone su fuerza, sino que también impone el relato histórico que se asentará como única verdad muchos siglos después. Por eso, y como denuncia en la cinta el periodista Abuy Nfubea, «Guinea Ecuatorial, que fue provincia española, no aparece en ningún libro de texto». También por eso, «en Sevilla apenas existe memoria de la presencia negra», lamenta Christiane Stallaert, del Centro de Estudios Interculturales de la Universidad de Lovaina.

Un 15% de negros

Según Stallaert, la Inquisición española aspiraba a construir «una comunidad biológicamente homogénea» y para ello había que exterminar la idea de que en Andalucía hubo negros. Sin embargo, demasiados datos rebaten ese ideal de una España 100% blanca. El catedrático de antropología social Isidoro Moreno afirma que Sevilla llegó a tener un 15% de población negra o mulata y que hacia 1700, cuando Cádiz tenía 40.000 habitantes, 4.000 eran esclavos. Si se le suman los ya libres, la población negra también sería del 15%.

Cádiz y Sevilla, como Lisboa, fueron puertas de entrada de esos barcos de Guinea, Angola y Senegal cargados de esclavos que nunca irían a América, sino que se venderían por Andalucía y Extremadura. Explica Martín Casares en Gurumbé que sus propietarios procedían de todos los estratos sociales: «El pueblo también tenía esclavos. Los tenían los mercaderes, los sacerdotes...».

En esa época, teoriza Rosales, empieza a forjarse la idea del negro como el otro y «comienza un proceso de deshumanización que pretende justificar la explotación de estas personas. La maquinaria se pone en marcha sostenida en un gran complejo ideológico que evoluciona desde las primeras descripciones de los viajeros portugueses y españoles sobre África hasta el racismo biológico y social que se desarrolla en el siglo XIX. Las figuras que han atravesado este relato siempre son las mismas: el salvaje, el ser infantilizado, el salvajismo sexual, el inadaptado». Esa imagen del negro como ser inferior ha llegado hasta hoy, profundamente arraigada, y constituye lo que Piqueras denomina «racismo milenario». Un racismo que perseguirá al negro incluso cuando ya sea libre.

La presencia africana en Andalucía no se reduce únicamente a los esclavos. Muchos obtuvieron la libertad y se afincaron en Sevilla y Cádiz. A ellos rinde homenaje el músico y también antropólogo Raúl Rodríguez en su canción El curro negro, del disco Razón de son. Como Rosales, Rodríguez también siente que el silencio sobre la presencia africana en España nos está robando parte de nuestra identidad cultural; muy particularmente, sobre la construcción del flamenco. Rodríguez apunta que el baile flamenco, golpeando el cuerpo con las manos, ha de tener una raíz africana. Incluso remarca que la palabra que da nombre al palo flamenco del fandango viene del bantú; fanda significa fiesta.

Gurumbé también visibiliza a las mujeres, más numerosas y caras que los hombres, pues se usaban como esclavas sexuales. Esa población blanca, negra, mulata y gitana es la que compondrá Andalucía a partir del XVIII. Sin embargo, apunta Del Campo, el romanticismo inglés y francés fascinado por el pueblo gitano, influirá en la creación de una identidad andaluza donde lo gitano se asume como propio y lo negro es visto como foráneo. Como añade Rosales, «lo negro desaparece como parte de la cultura andaluza y española» y nace «un nuevo relato donde lo gitano tiene el papel protagonista. Pero este proceso no tiene nada que ver con la verdadera aportación de los gitanos a la historia de esta tierra, una historia importantísima que está aún por escribir».

De aquellos barros

Gurumbé, proyectada en festivales de Nueva York y Londres y premiada en Sao Paulo y en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, ha iniciado esta semana su carrera a los Goya, optando a siete candidaturas. La noticia llega en plena gira estadounidense, donde la cinta se está presentando en festivales de cine latino y seminarios universitarios sobre la diáspora africana. Y es que el documental también busca cuestionar nuestro presente.

«La mayor parte de Europa se ha construido sobre los beneficios que generó el sistema esclavista», expone Rosales. «La política de fronteras de la Unión Europea, donde España tiene un papel fundamental como puerta sur, son el nuevo capítulo de un proceso que comienza con la esclavitud Atlántica, sigue con la colonización y el reparto de los territorios africanos y continua hoy con las relaciones desiguales de poder político y económico que China, Rusia, Estados Unidos o la Unión Europea imponen a los países africanos», añade.

En aquella cultura colonial y esclavista, silenciada por el poder como ha silenciado tantas otras barbaries, está la raíz de nuestro racismo. «Los silencios y la indiferencia que nos provoca que en las costas andaluzas estén muriendo cientos de personas están directamente relacionados con nuestra mentalidad colonial. Esas personas siguen siendo ese otro extraño al que negamos la humanidad. Nos han enseñado a ello», lamenta Rosales. «Ese deseo de dominar y explotar al otro sigue ahí, en el siglo XXI», añade Martín Casares.

Esta última reflexión de Rosales, radiografiando un 2017 en el que cada día cenamos con noticias sobre tráfico de personas, deportaciones en caliente y CIEs, insiste en la urgencia de revisar nuestro pasado, por indigno que sea. «La esclavitud aún existe en los mercados de personas en Libia y podríamos extender los métodos esclavistas a los talleres textiles, a la minería o a la explotación sexual de mujeres. Seguimos consumiendo productos hechos con mano de obra esclava y nuestro silencio sigue siendo igual de cómplice».