No hace falta ni citar su apellido. Tú dices «Jorge Javier», a secas, y todo el mundo sabe de quién hablas. Le ayuda, eso sí, disponer de dos nombres que se dan de patadas mutuamente -nada que ver con José María o Juan Carlos, lo suyo está más cerca del Borja Mari de la película de Cavestany y Lavigne-, motivo por el que se te quedan grabados, aunque no quieras.

Rey indiscutible de la telebasura, este exreponedor del Caprabo (Badalona, 1970) nos acaba de dar un susto -y se lo ha dado a sí mismo- con un ictus que al principio confundió con un ataque de ansiedad, cosa comprensible si tenemos en cuenta cómo se gana la vida. Fuera de peligro, lo primero que ha hecho nuestro hombre es alterar su testamento para volver a incluir a su exnovio Paco, al que había desheredado convenientemente cuando la ruptura y que ahora, al parecer, vuelve a colarse en el encuadre de su existencia. A los que no les arriendo la ganancia es a los médicos que se empeñan en que descanse y se tome las cosas con calma, pues estamos ante un workaholic de manual que no concibe la vida lejos de sus queridos platós.

Estudios

Jorge Javier es un personaje singular en general y en el mundo del chismorreo en particular. A diferencia de la mayoría de los sujetos con quienes debe compartir su experiencia laboral, el hombre tiene estudios, ha leído lo suyo y no tiene un pelo de tonto. Podría haber iniciado una carrera literaria o periodística más o menos seria si el cotilla que llevaba dentro y que pugnaba por salir no le hubiera acabado dominando, obligándole a pasarse al lado oscuro de la fuerza. Es ese cotilla interior el responsable de que este fan de Gil de Biedma haya acabado convertido en el maestro de marionetas que es en la actualidad y al que vemos por la tele moviendo los hilos de sus títeres de cachiporra, azuzándolos para que se crujan entre ellos y asistiendo al espectáculo con una media sonrisa de esas que ponen los malos de las películas de James Bond cuando manifiestan su deseo de ser los amos del mundo. Jorge Javier, sin duda alguna, es el máster de su propio universo. Y lo ha conseguido a base de empeño, tenacidad e inteligencia, tanto emocional como de la habitual.

Traslado a Madrid

Hijo de una familia obrera de Badalona, nuestro hombre se trasladó a Madrid con una mano delante y otra detrás, pues se dio cuenta enseguida de que Barcelona no daba mucho de sí en los asuntos que le interesaban y de que el star system de la cochambre nacional estaba en la capital de España. Poco a poco, se fue abriendo camino, como siervo (aparente) de Ana Rosa y donde le dejaban meter la nariz para soltar sus comentarios disolventes. Con Aquí hay tomate ya se vio que ahí había madera de líder. Y desde que se puso al frente de Sálvame, su carrera fue imparable y su cuenta bancaria empezó a crecer de manera exponencial: Paolo Vasile se dio cuenta de que había encontrado una mina, un pozo de petróleo, una fuente inagotable de rentables conflictos, un liante extraordinario que había puesto su talento y su cultura al servicio del Planeta Berlusconi, y le recompensó convenientemente.

A Jorge Javier le debemos también la puesta en práctica de la teoría de que todo el mundo puede ser una estrella. Todos tienen derecho a los 15 minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, y de ellos depende lo que hagan con ese cuarto de hora. Si el buscavidas de turno sale espabilado, pronto ocupará una silla en Sálvame (véase el caso del ponzoñoso Kiko Hernández); y si es un tarugo espectacular que solo crea problemas, pues que lo zurzan (pensemos en la no menos venenosa, pero mucho más irritante, Aida Nízar). Jorge Javier tuvo en su momento la mejor idea surgida hasta entonces en el inframundo de las celebrities de estar por casa: sustituir a famosos y famosillos (ahorrando dinero) por sus propios títeres de cachiporra (Kiko Matamoros y la parienta, Lydia Lozano, María Patiño y su vena en el cuello siempre a punto de estallar, e tutti quanti). Supo ver que España no necesitaba a los famosos, que con una corrala de vecindonas gritonas iba que chutaba. Y Jorge Javier nos dio esa y otras corralas, entre Sálvame, Gran Hermano, Supervivientes y cualquier engendro en el que hiciese falta un ringleader desfachatado e implacable.

Lástima de muchacho, podría decir alguien que lamentase el paso de Jorge Javier al lado oscuro. Sin embargo, yo creo que es mejor que alguien como él esté al cargo del cotarro, tirando de los hilos, metiendo cizaña y batallando por la audiencia. Solo nos faltaría que al frente de una banda de cantamañanas hubiese un tonto abismático.