-Nació en el País Vasco, ¿puede relatar esa etapa, que intuyo mágica, de la niñez?

-Fue una etapa muy feliz porque, por suerte, tuve unos padres que se entregaban a nosotros. Éramos tres hermanos, el mayor fue misionero en Venezuela durante 42 años. Ha muerto este año pasado en unas condiciones muy tristes porque le faltaban alimentos, productos de limpieza y medicación. Padecía una EPOC y los últimos tiempos fueron muy duros, con el agravante de que no pudimos acompañarle porque nos dijeron que no fuéramos, que aquello no era seguro para nosotros. Se me pone la carne de gallina cada vez que lo recuerdo, porque que se te vaya un referente de tu familia, de esa categoría humana, entregado a los demás, y que tú no le puedas haber hecho absolutamente nada, es francamente lastimoso, pero bueno, estará en sitio mejor, porque méritos ha hecho para ello. Que le hayan faltado hasta las medicinas en los últimos momentos, con un proceso patológico como el que tenía, demuestra la situación en la que está Venezuela. Ese ya es un capítulo físico cerrado pero emocionalmente vivo. Tengo una hermana más pequeña. Fui al colegio de las Jesuitinas y con 17 años, a estudiar a Salamanca, conocí al que hoy sigue siendo mi marido, y espero que hasta el final de nuestros días porque si no, tenemos un negocio mal hecho (risas). En eso se puede resumir: una etapa maravillosa, de padres, de hermanos, de colegio, de población...

-¿Qué es ser un niño?

-Inocencia, enseñanza y sinceridad.

-¿Qué la trajo a Cáceres?

-Un cacereño: José María Galán. Nos conocimos en Salamanca, terminamos la carrera juntos y yo me fui a mi tierra provisionalmente porque él estaba haciendo las milicias, pero enseguida nos juntamos aquí.

-Usted es pediatra, ¿por qué?

-Porque me gustan los niños. Pero aparte de eso cuenta mi familia que yo siempre decía que de mayor sería médico para cuidar a mi prima María Luisa, que tenía un problema motor, sensorial; era un trastorno hereditario, y por desgracia no tenía un padre que ayudara, al revés. No tenía coordinación de movimientos, había cosas que se le caían, alguna rompía. Entonces me enfrentaba con su padre, la prueba está que me cogió una tirria que no me podía ni ver. Yo le decía: «Es que eso no se hace, no le tienes por qué pegar, pégame a mí». Y eso quizá fue algo que me caló dentro. Cuando hice la carrera, ya en 4º empezamos a ir a la cátedra de Pediatría y me dediqué a ello, desde luego con alma, vida y corazón.

-¿Qué le ha aportado esta profesión?

-Todo. Trabajar con niños te hace pasar malos momentos, sobre todo cuando ves que un niño tiene un proceso grave, irreversible, una muerte accidental... La gente se cree que somos insensibles, no señor, te graba hasta el fondo del alma. Esta mañana hablaba con una madre cuyo hijo murió en un accidente, y me decía: «Te acuerdas de cuando íbamos con el niño, y estábamos juntas...» Sí, he visto morir niños y te produce muchísimo dolor, mucho más de lo que la gente se cree. Pero te da muchas satisfacciones porque es una especialidad en la que tienes que conseguir un equilibrio entre lo que es la realidad y lo que tú te imaginas, porque el niño no te lo dice. O sea, yo a un adulto le puedo preguntar dónde le duele, pero con el niño valoras si tiene fiebre, si tose, si cambia el color de su piel... pero lo que sí es cierto es que tú miras a un niño que conoces, le ves los ojos, la expresión de la cara. Cuando un niño está en una preconsulta, brincando, saltando, aunque tenga 40 de fiebre, ese niño no tiene nada grave, afortunadamente, pero cuando miras la cara, está el ojo triste, la cara está muy seria, dices, este no es mi niño, este tiene algo, vamos a buscarlo porque hay que prevenir que vaya la cosa a mayores.

-¿Qué es lo más importante para que un bebé crezca sano y feliz?

-Primero que el embarazo sea controlado, que la madre se cuide, que cuando nazca el niño tenga una buena asistencia obstétrica. La lactancia materna, por encima de todo. Y esto se tendrían que concienciar nuestros políticos para que la madre tenga el tiempo suficiente para hacer lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud y la Sociedad Española de Pediatría: seis meses de lactancia materna exclusiva y a partir de ahí la alimentación complementaria. Y enseñar a las madres a tener paciencia, ayudarlas, porque el problema es que muchas veces la familia, el entorno, el marido que reclama su atención, y ojo, que la madre se tiene que poner a trabajar. He tenido madres que me han dicho: «Gloria, me dan una semana», pero ¿dónde está el permiso maternal? no se lo daban. A mí eso me parece cruel. La cuota de nacimientos está en franca regresión. Y ya no es que no tengamos niños, es que no tenemos futuro.

-¿Por qué es importante cumplir con el calendario de vacunación?

-Para evitar las enfermedades, eso está clarísimo. Hemos visto en zonas de España niños de 3 meses que han muerto de difteria. Eso nos debe dar una idea de que algo estamos haciendo mal. He conocido en Cáceres dos polios en dos niños que no estaban vacunados recién venida aquí.

-Pero a algunas vacunas solo tiene acceso la gente con dinero...

-Hay vacunas que son obligatorias, están financiadas por la sanidad pública. Son las más exigibles porque nos han traído las enfermedades más importantes, hablemos de un sarampión (que es una enfermedad muy grave aunque nos parezca una tontería), una rubeola, una tosferina en un lactante puede ser mortal, puede producir hemorragias cerebrales. Cada día tenemos más vacunas que están acogidas al sistema de financiación de la sanidad pública.

-¿Qué hacer ante un niño llorón?

-Tener paciencia. Si es un lactante puede tener hambre, estar sucio, dolerle algo... Si no se tranquiliza en brazos de sus padres estamos los pediatras para valorar si hay algo importante. He conocido una niña que lloraba hasta en el Tambo. Lloraba con 12 años, y su madre decía: «Es que no le pasa nada, pero le gusta llorar». Bueno, ya sabías que no tenía nada y te daban ganas de darle un meneo, pero realmente era algo que no podías hacer (risas).

-¿Alguna vez un padre le ha rebatido un diagnóstico?

-Normalmente no. Cuando a un niño o a un adulto se le hace un diagnóstico hay que explicar la situación. Los padres si te tienen confianza, que es lo primero que tiene que haber, lógicamente están de acuerdo con lo que les dices.

-¿Cuál es el peor caso que recuerda?

-Ha habido muchos. Recuerdo un niño que teníamos un entente cordial. De esos niños que son el oso amoroso, que viene, te besa... y un día me enteré de su fortuito fallecimiento. Y fue de esas veces que te produce una tristeza tan grande... Bueno, de esos muchos. De eso que te dicen: «Oye que ha tenido una sepsis y ha muerto, que ha tenido un accidente y se ha muerto». Niños que has conocido conforme nacen y los estás viendo a lo largo de los años...

-¿Y el más satisfactorio?

-Cualquier niño sano.

-¿Qué hacer con la alimentación y sus alteraciones?

-Tiene que ser equilibrada. En un niño pequeño lactancia materna exclusiva de seis meses. Cuando hice Pediatría en la facultad había un profesor al que llamaban ‘el lechero’; este señor solo te hablaba de las leches de fórmula, no te hablaba de la lactancia materna para nada, y luego lo recapacitas y piensas: «Ha habido un periodo de años en los que se ha perdido la cultura de la lactancia materna. Se ha cortado la transmisión de la información por la vida misma de la madre hacia sus hijas y daba mucho postín el tener un bote de leche al lado para darle un biberón al niño. Se ha perdido totalmente la cultura». Pero una serie de profesionales empezamos a ver que aquello era un disparate, que aumentaban los problemas de tipo digestivo, de tipo alérgico, y dijimos: «Esto hay que remontarlo como sea». Hay que hablar con los padres, hay que hacer cursos preparto para que las madres estén preparadas, hacerles comprender que es difícil, que es incómodo porque lógicamente la lactancia tiene que ser a demanda.

-¿Por qué?

-No hay ningún mamífero en la naturaleza que tenga un reloj puesto para tomar su alimento. Sin embargo, nosotros cada tres horas. Yo he conocido en un hospital cómo decían: «Señoras sáquense los pechos, lávense los pechos que llevamos los niños a mamar». Oiga, que no, que eso no está en la norma de la biología. Que la biología dice que si el niño tiene hambre, mama, y si no tiene hambre, no mama, y si tiene que lactar por la noche porque estimula la producción de hormonas que ayudan a mantener la secreción de leche, lo hace. Si realizas en un principio un espacio amplio desde la última toma de la noche, las doce, hasta las seis de la mañana, por ejemplo, logras que la secreción de leche vaya fluyendo conforme el niño lo va necesitando, porque la lactancia materna no es: ‘la madre se queda embarazada, estimula la secreción de leche, pone al niño y el niño mama’, no. La composición y la cantidad de leche varía según necesidades del bebé y horarios. La leche es distinta, lo primero es el calostro: muy rica en grasas y proteínas. Es más, la leche de la mañana no es la misma que la de la noche, luego entonces ¿para qué queremos un biberón, y encima es de leche de vaca?, y luego tenemos las vacas locas (más risas).

-¿Qué opina del famoso ‘tirón’ que se les hace a los bebés varones?

-Creo que es un poco disparate porque en algunos momentos si no se ha hecho bien se ha producido alguna herida y es muy molesto. Hoy tenemos medicaciones para niños que tengan fimosis o adherencias y evitamos esas maniobras.

-¿Cuánto tiempo debe dormir el niño?

-Lo que cada uno necesite. O sea, hay niños que duermen media hora y se ponen como motos, y otros que duermen mucho. Recuerdo uno que era hijo de un celador del hospital, que decía la madre: «Es que no se despierta, es que está dormido, él come dormido, le cambio dormido, le cojo dormido, pero el niño está estupendo, el rato que se despierta está fenomenal, pero el resto del día se pasa el día dormido». Y yo le decía: «Pues será león, a ver» (más risas).

-¿El niño que se queda con la madre es más feliz que el que se queda en la guardería o con los abuelos?

-Estamos sacando las cosas de quicio. La evolución de la vida de la mujer se ha ido adaptando a los tiempos. La mujer que trabaja tiene que llevar a su niño a la guardería o tenerlo con una persona que lo cuide. He tenido tres hijos, consulta en el hospital, consulta privada, pero a mis hijos no les ha faltado el cariño ni mío ni de su padre. Y eso que muchas veces era tremendo, nos saludábamos en la puerta del hospital: «Adiós Galán, adiós Ugartemendía», decíamos. Pero yo no estaba dispuesta a dejar mi trabajo. Me acuerdo que cuando nació mi hija mayor, que fue un embarazo malo, un parto malo, estaban mis padres aquí y me plantee una excedencia. Mi padre era un hombre de pocas palabras, como buen vasco, pero muy efectivas, y me dijo: «Si dejas de trabajar no eres hija mía». Luego le he dado la razón.

-¿A qué edad suelen echar los niños a andar?

-Los he tenido con 8 meses y parecían ratoncitos de campo, y hay niños que a los 16 meses no andan, los hay que son grandotes, les cuesta mantener el equilibrio, son torpones y buscan un apoyo o reptan por el suelo o se las ingenian.

-¿Y a hablar?

-Los hay muy lentos que tardan mucho en hablar. Tengo una nieta, que mi hija comentaba: «Es que no habla nada». Y además era gracioso porque su padre le decía a la niña: «Vamos a ver, María, di pa-pá, y la niña ni mu». Y de repente decía: «ma-má»; pero a los dos años abrió la boca y todavía no se ha callado (risas).

-¿Y se les abriga en exceso?

-A muchas madres las veía con una blusita y al niño lo traían con gorro, guantes y bufanda. Es usar el sentido común. Si los niños son muy fáciles y duraderos porque si no, no estaríamos ninguno aquí.

-Afloran casos de cáncer infantil, ¿es importante el diagnóstico precoz?

-Por supuestísimo. El diagnóstico precoz da posibilidades de vida. Más que aumentar el cáncer infantil creo que ha aumentado el diagnóstico de los procesos, porque hay una mayor atención que hace 60 años. Hay casos, por supuesto, pero no nos asustemos pensando que van en aumento.

-Desde los 7 meses los niños viven con las nuevas tecnologías. Es cierto que hay que adaptarse a los nuevos tiempos, ¿pero no cree que habría que buscar un equilibrio?

-Si nos fijamos, ahora hay más niños con gafas. Hay muchos niños que están encerrados dentro de ese mundo. Los niños tienen que correr y saltar, que mancharse, que meterse en los charcos.

-Ahora en las aulas hay niños disléxicos, con necesidades especiales, asperger... ¿qué está pasando?

-Está pasando que están haciéndose diagnósticos con más exactitud, antes había muchos más niños que no terminaban sus estudios. A un niño disléxico le haces un tratamiento y es una persona completamente normal, la prueba está que Einstein era disléxico y fíjense lo que consiguió hacer con las matemáticas.

-Y para terminar esta entrevista, existe una diferencia brutal entre esa Europa en la que el niño es el centro indiscutible de la sociedad, y el tercer mundo, donde los niños mueren por decenas a diario...

-La diferencia entre el primer mundo y el segundo o tercer mundo son los recursos, que los seres humanos no estamos haciéndolo bien. En vez de obligarles a buscarse las pateras y marchar a otros países sin saber qué futuro les espera, si fuéramos honestos, sensatos y recapacitáramos lo que haríamos sería llevar a esa gente lo que necesita, llevarles los recursos a su tierra. ¿Por qué tenemos que obligarles a abandonar su casa?