Si se pregunta cuál fue la mayor catástrofe del siglo XX, pocos contestarán que la gripe española, pero esa pandemia -cuyo inicio oficial se fecha en marzo de 1918- mató mucho más que cualquier guerra mundial o genocidio en el mismo periodo. Este olvido puede explicar cierta despreocupación ante futuras pandemias. No cabe duda de que un día u otro surgirá otra gripe de alcance mundial. No necesariamente será tan mortífera -sin ir más lejos, la pandemia gripal del 2009 fue más suave que una gripe estacional-, sin embargo, si fuera tan virulenta, las consecuencias serían mayores. Y se tardarían meses en desarrollar una vacuna, pues la investigación que persigue una inmunización universal aún no ha dado con ella.

De la treintena de pandemias de gripe conocidas (entre las más famosas: la rusa de 1889, la asiática de 1957 y la de Hong Kong de 1968), «ninguna fue tan grave como la española», explica Anton Erkoreka, director del Museo Vasco de Historia de la Medicina. «Es la mayor de las enfermedades infecciosas, el peor escenario posible, el terremoto de San Francisco de la epidemiología», afirma Antoni Trilla, epidemiólogo del Clínico y de la Universidad de Barcelona.

Fue incluso peor que la peste negra. Se estima que murieron unos 50 millones de personas (la gran guerra mató a 10 millones), pero podrían ser más. La mortalidad superó a la natalidad por primera vez en 150 años. Y en menos de un año durante el cual se sucedieron tres olas, siendo la segunda (la de final del verano) la más letal.

Lo peor fue que se cebó en los jóvenes: personas de entre 20 y 40 años, en plena edad fértil. Las gráficas sobre afectación de la gripe por edades suelen tener forma de U: niños y mayores son las víctimas principales. Sin embargo, la de 1918 se conoce como la terrible W porque en ese caso también fueron duramente golpeadas las personas de mediana edad. La explicación de esta agresividad se obtuvo hace poco más de una década, cuando unos investigadores dieron con restos del virus, preservados en muestras de pulmones de soldados muertos y en un cadáver congelado en el permafrost de Alaska. En el 2005, el virólogo militar estadounidense Jeffery Taubenberger secuenció los genes del virus. Con posterioridad, Adolfo García Sastre, genetista español del Mount Sinai de Nueva York, consiguió reconstruir el virus e inocularlo en animales.

El virus manifiesta una extraordinaria capacidad de replicarse. Los animales reaccionan a su agresión generando una respuesta inmunitaria exagerada -la tormenta de citosinas- que acaba por atacar el propio organismo. Este mecanismo explicaría por qué los jóvenes, cuyo sistema inmunitario está en el máximo de su potencia, se vieron especialmente afectados. Además, los mayores, que habían sobrevivido a la gripe rusa de 1898, podrían haber tenido alguna forma de inmunidad.

Las muestras revelaron también que el virus tenía gran cantidad de genes de aves. Esto sugiere que podría haber saltado a los humanos directamente desde las aves (su reservorio natural) sin pasar por el cerdo (que a menudo actúa de coctelera, mezclando virus aviares y humanos). Además, la mutación que lo hizo mortífero podría haber ocurrido muy poco antes de la epidemia.

«Aunque en cada familia hay recuerdos de la gripe, es como si no existiera una memoria colectiva», afirma Laura Spinney, periodista científica y autora de El Jinete Pálido (Crítica, 2018), un relato divulgativo de la pandemia. «Se le llamó el asesino eclipsado porque ocurrió a final de la primera guerra mundial, y ese acontecimiento la eclipsó», afirma Mark Honigsbaum, historiador de la medicina de la Queen Mary University de Londres y autor del documental radiofónico Going viral: the mother of all pandemics. Parte de este olvido fue intencionado. «Las potencias en guerra no querían dar pistas de que tenían militares enfermos. Solo en España, que era neutral, se informó de la epidemia en las noticias: de ahí el nombre de gripe española», explica Trilla.

Hoy, los historiadores están reconsiderando el alcance de su impacto. «Por ejemplo, aceleró el final de la primera guerra mundial», explica Spinney. Y pudo influir en la segunda: el presidente estadounidense Woodrow Wilson no pudo participar en la conferencia de paz por estar enfermo y esto propició las condiciones punitivas que luego espolearon a Adolf Hitler. Según Spinney, la gripe precipitó también la imposición del apartheid en Sudáfrica, donde blancos y negros se acusaban recíprocamente de ser portadores. «El impacto principal fue el cambio en la medicina. Antes, algunos pensaban que los pobres se infectaban más porque eran inferiores. La gripe sembró la idea de la sanidad universal en países como Alemania, Rusia y el Reino Unido», afirma Spinney.

¿Cuestión de tiempo?

«¿Podría repetirse? Desde un punto de vista biológico, es plausible: tiene probabilidad baja, pero no cero», explica Trilla. La gripe aviar A(H5N1), detectada en Hong Kong en 1997, y la A(H7N9), detectada en China en el 2013, son muy letales para los humanos contagiados, pero hasta ahora no pueden transmitirse entre humanos. «El epidemiólogo pesimista diría que solo es cuestión de tiempo; el optimista, que si no han mutado en una década quizá tengan algún problema en hacerlo», comenta.

«Si volviera a pasar estaríamos más preparados: tenemos controles sanitarios, mejores hospitales, antivirales, antibióticos [contra las coinfecciones]», reflexiona Trilla. De entrada, se sabría más sobre las causas: en 1918 se atribuyó la enfermedad a una bacteria y no fue hasta los años 30 cuando se identificó el virus. «Si embargo, hoy somos muchos más, nos mezclamos más y los desplazamientos son mucho más rápidos», prosigue Trilla para ilustrar la expansión que podría alcanzar un virus tan letal como el de 1918.

La prueba general de la gripe del 2009 desanima. «Los comités de expertos estaban infiltrados por investigadores que trabajaban con farmacéuticas. Los políticos acumularon millones de dosis de antivirales por presión popular, para enseñar que estaban tomando medidas», dice Erkoreka. Habría sido más lógico compartir antivirales con los países de origen de la enfermedad, donde habrían sido útiles para contenerla.

«El escollo principal es que es muy difícil crear una vacuna rápidamente, se necesitan seis meses», afirma Honigsbaum. La gripe estacional de este año es ilustrativa. La vacuna empleada en el hemisferio norte se basa en los virus que circulan en el invierno del hemisferio sur. Y cuando el virus llegó al norte, había evolucionado tanto como para hacer poco eficaz la vacuna.

Por eso, los investigadores están persiguiendo una vacuna universal de la gripe que abarque tanto la estacional como la pandémica. Actualmente ya existen incluso ensayos, pero de momento no se puede contar con este escudo contra la reina de las epidemias.