El pintor y escritor Wyndham Lewis justificaba la superioridad de su gusto artístico afirmando que coincidía con el de Dios. «Aquello venía a decir -diría John Carey- que sus preferencias culturales no eran meras preferencias, sino el equivalente a leyes cósmicas». Lewis creía en la atemporalidad de los valores estéticos y la superioridad intrínseca de la «gran literatura». Siguiendo ese razonamiento, negar la calidad de los clásicos o afirmar que son aburridos, o incomprensibles, o que «solo sirven para envolver pescado» (como se decía en Yo, Claudio) rozaría la herejía. La lectura de «buena» literatura es buena para ti, y punto. Mikita Brottman desafia ese mandato.

Doctorada en Lengua y Literatura inglesa en Oxford, ha desmontado las supersticiones asociadas a la lectura en Contra la lectura (Blackie Books). En él afirma que los clásicos «suelen resultar poco satisfactorios, están sobrevalorados y es improbable que ofrezcan algo más que un dolor de cabeza». Que «no hay libros que debamos leer». Y que los Cuentos de Canterbury son «como un episodio de El show de Benny Hill de ambientación medieval». Herejía pura y dura.

-Dice que los libros le inculcaron «absurdas ideas sobre el romance», aumentaron su separación del mundo…

-Creo que eso es algo que no le sucede a todo el mundo, y yo formo parte de una minoría, pues fui una lectora muy precoz. El analfabetismo es un problema mayor que los problemas derivados de la lectura. Lo que sucede es que de lo segundo nunca se habla. El énfasis siempre se pone en la lectura en sí misma, pero no se habla de qué libros lees. El acto de leer se fetichiza como si fuese bueno por defecto.

-¿Y por qué no lo es?

-Yo leí indiscriminadamente todo el romance victoriano, Jane Austen… Seguro que a muchos padres les encantaría que su hija leyese ese tipo de libros, pero a mí me dieron una imagen idealizada del mundo que no me preparó para la deprimente realidad. Leí también muchos libros de terror, que pintaban un mundo mucho más excitante. La gente dice que los libros son buenos para «escapar», pero creo que primero deberías vivir, y luego hallar algo de lo que escapar. No estoy segura de que un niño necesite escapar. Creo que lo más urgente para un niño es vivir experiencias.

-Proponer un argumento «contra la lectura» sigue siendo escandaloso.

-Para mí es más fácil, pues soy profesora de Literatura. Tengo más margen para decir que odio ir a ver obras de Shakespeare o que nunca he terminado Finnegans Wake. Muchos profesores de literatura no se atreverían a confesar eso, porque son la gente que decide cuáles son los clásicos, y la fetichización viene precisamente de ellos. Pero, ¿cuánta gente es capaz de disfrutar de la lectura de Finnegans Wake? Quizá algún día conseguiré apreciar el lenguaje de Joyce y abarcar su intención, pero quizá no. Quizá sea un esfuerzo inútil. Joyce no es para todo el mundo, y pretender lo contrario es una bobada. La mayoría de clásicos no son solo difíciles en términos de lenguaje, sino increíblemente aburridos. Nunca sucede nada en ellos. Con los clásicos ha sucedido lo mismo que con el concepto de familia: se ha sacralizado. Realizar cualquier crítica es un pecado.

-Nick Hornby se queja de que se ha universalizado la idea de que los libros «difíciles» son mejores y que, a no ser que estés rompiéndote la cabeza, no estás recibiendo conocimiento.

-A mucha gente nunca le ha sucedido lo de estar absorto en un libro, y no ser capaz de dejarlo, porque los únicos que han leído son los obligatorios de la escuela. Por supuesto, nunca los disfrutaron. Así que jamás han escogido un libro ellos mismos, no han accedido a la experiencia de amar un libro. Y eso es triste, porque al final se trata de que te gusten. Los libros tienen el potencial de proporcionarte más placer que cualquier otro tipo de medio. Se pone mucho énfasis en que la literatura posee innumerables cualidades positivas potenciales además de proporcionar placer. Como si el placer no fuese suficiente. Se dice que una educación humanística ayuda a la gente a entrar en Silicon Valley, o en ingeniería, en lugar de decir: «Hey, quizá esto solo va de placer y punto. A lo mejor no tiene aplicaciones externas. A lo mejor solo deberías estudiar literatura porque te lo pasas bien».

-«Los libros no te hacen mejor persona» es algo que repites en el libro. Hitler era un gran lector.

-Los libros no son el autor. Muchos libros te dan ganas de conocer a quién los escribió, pero aprendes pronto a disociar ambos conceptos. En mi libro comento el caso de alguien que se encontró con Henry James en una librería londinense, y estuvo un rato charlando con él, y se aburrió tanto que solo deseaba volver a su casa para leer a Henry James [ríe]. Creo que hay dos tipos de autores: uno de ellos utiliza la escritura como sustituto de estar en el mundo; el otro la utiliza como una extensión de estar en el mundo. Para la mayoría de autores, que son gente horrible, su obra sustituye el estar en el mundo. Quizás empezaron a escribir porque eran introvertidos, o no tenían ningún éxito, o tenían problemas de comunicación, y escribir se convirtió en un sustituto de vivir.

-Lo de que «deberías leer tal libro» suena a amenaza encubierta, como el «consejo» de una madre pasivo-agresiva.

-«Deberías leer» es, en efecto, una orden. No mereces pertenecer a una sociedad culta hasta que leas esto o aquello. Pero eso no solo sucede con los clásicos. También se da en esos libros que se ponen de moda en un momento dado, como los de Karl Ove Knausgaard o Elena Ferrante. Tiene lugar una presión mediática y social para que todos leamos lo mismo. Pero yo no los leo. El hecho de que se hable tanto de ellos me causa rechazo. Quizá los lea en 10 años, cuando ya no estén de moda. La presión social me desalienta.

-El canon de la alta cultura me parece clasista y elitista.

-Sin duda. Pero nunca se verbaliza de ese modo. Siempre se disfraza de filantropía y justicia social. Lo peor es cuando se te dice que te «encantará» ese libro, pero tú sabes que no va a ser así. Te lo dicen porque a ellos les gusta, y ellos asumen que eres como ellos, o como mínimo deberías serlo, porque son los cultos y sofisticados, y sus gustos deberían ser los tuyos. Es algo que se te impone. Mucha gente se horroriza al escuchar que leo libros de terror, y biografías de celebridades, en lugar de alta literatura. Es absurdo. La gente debería leer lo que les proporciona placer.

-Existe un problema añadido con los clásicos: no solo estás obligado a leerlos, sino que debes hacerlo de la forma «correcta».

-Y en la edición adecuada. Y no te saltes las descripciones. Ni se te ocurra escucharlo en audiolibro. O traducido. A menudo me preguntan si me gustó un libro concreto, y cuando digo que no, la conversación pasa a otro tema. Pero a mí me gustaría hablar largo y tendido sobre por qué no me gustó. Especialmente si no me gustó en absoluto. Las razones por las que no nos gusta algo suelen ser más interesantes que las que esgrimimos cuando algo nos gusta sin más. Pero alguna gente se toma ese desagrado como un fallo por tu parte: algo que no pudiste hacer.

-¿Sus argumentos contra la lectura podrían aplicarse a cualquier actividad solitaria llevada a un extremo? Quizás leer 12 horas al día sea malo, pero también lo sería hacer pulsos.

-Sí, pero la gente no se pasa el día diciendo que hacer pulsos es bueno para ti [sonríe]. O que hacer pulsos te hará crecer como persona. Las campañas contra la lectura me tocaron la fibra de una forma particular, porque hablaban de la actividad que yo practico de un modo que no reconocía. Pero tienes razón: todas las actividades llevadas a extremos, incluso las que teóricamente tienen que sentarte bien, como el yoga, o ir a la iglesia, o ayudar a ancianas, pueden aislarte del resto del mundo.

-Mucha gente utiliza la palabra ‘escapismo’ de un modo derogatorio, como si escapar de este mundo a través de la fantasía fuese condenable. Pero el crítico literario John Carey dice que «el escapismo es una necesidad humana básica».

-Es cierto. Por añadidura, existen muchas formas perniciosas de escapismo, como el alcohol y las drogas. La lectura, por comparación, es mucho mejor. Es relativamente barata, no es adictiva… Es un vicio que puedes llevar demasiado lejos, como digo en mi libro, pero hay vicios mucho peores. La gente necesita escapar de la realidad. Llevé un club de lectura en cárceles de máxima seguridad, y escapar a través de la lectura era esencial para los presos.

-Su libro establece un punto fundamental: que aquellos clásicos fueron escritos por y pensados para gente muy distinta a nosotros, en un mundo radicalmente distinto.

-Choca que nunca se hable del contexto histórico, que es lo primero que debería considerarse. Dickens era la cultura pop de su tiempo, y la mayoría de sus trabajos aparecían serializados en revistas: era el Netflix de esa época. Extendía sus novelas porque le pagaban por palabras. Incluía nuevos personajes, y no paraba de adjudicarles rasgos. Lo mismo pasó con Joseph Conrad, que publicaba en revistas juveniles. Es difícil de imaginar, porque sus trabajos tienden a ser complicados y reflexivos, pero la gente tenía otro gusto y, como he dicho, estaban serializados. Solo leías una decena de páginas de golpe, y esperabas al siguiente episodio. Nadie leía esos libros de 700 páginas de Dickens del tirón.

-Son muchas páginas.

-Además, se asumía que los lectores, de una clase social concreta, tenían tiempo libre suficiente para disfrutar de descripciones de casas de varias páginas. La gente leía así. Igual que un par de siglos antes la forma habitual de lectura era la obra de teatro en verso, y el público no esperaba leer en prosa. Los lectores modernos deberíamos juzgar esos clásicos como artefactos históricos. No debería esperarse que los disfrutemos como a Stephen King. Son otra cosa.