Lolita Flores se asoma a los 60 -los cumple el 6 de mayo- dejando atrás una zona de turbulencias. «Estoy en un momento dulce -dice-. Me encuentro muy guapa, con ganas de hacer cosas y mis hijos están encarrilados. Cada mañana agradezco al universo lo que me da». Y, al menos en el capítulo laboral, la da en abundancia: es uno de los ganchos de Tu cara me suena; La 1 no descarta una segunda parte de Lolita tiene un plan (versión sandunguera del domestic show de Bertín Osborne) y estas Navidades las vivirá en el Teatro Goya de Barcelona con la comedia Prefiero que seamos amigos, obra con la que ya ha recorrido este año otras ciudades españolas, como Madrid, Valladolid o Zaragoza. En ella forma tándem con el argentino Luis Mottola.

Ha pasado más de una página amarga. En el 2009 la operaron de un carcinoma de útero («el miedo sigue ahí dentro, aunque no lo hubiera tenido», dice, aludiendo al antecedente materno). Poco después rompió con el cubano Pablo Durán, su segundo marido. Tuvo que vender la casa de La Moraleja para enjugar deudas y pasó a vivir de alquiler («algo que es muy corriente en Europa», zanja). No le llegaban ofertas pese a tener en el salón un Goya a la actriz revelación.

Incluso contó en El Hormiguero que en el 2015 llamó a Tu cara me suena y soltó: «Yo para concursante no, porque soy una imitadora fatal, pero si alguna vez os falla alguien del jurado, llamadme». La llamaron y ahí está, contando anécdotas del faranduleo, emocionándose con Miquel Fernàndez y Fran Dieli -sus favoritos- y jugando a Tom y Jerry con Àngel Llacer. «Menos para mentir, sirvo para hacer cualquier cosa», asegura.

Ha tardado tiempo en «dejar de ser un volante de la bata de cola» de La Faraona y, de susto en susto, hacer la suya. «A Lolita le falta tener otra madre», dijo la matriarca, reconociendo lo larga que era su sombra. Lolita tenía que ¿competir? con alguien capaz de parar un show para buscar un pendiente perdido, de pedir una peseta a cada español para pagar los 28 millones que le reclamaba Hacienda, de respetar al Pescaílla y no descuidar al Junco, de jurar que tenía «más fuerza que Chernóbil» en las pausas de la quimio. Era como querer ser Pepsi viviendo en la fábrica de la Coca Cola.

«Cuchibili, cuchibili»

La carrera musical de Lolita nunca acabó de despegar desde que debutó en 1975 con el flamenco-satén de Amor, amor. Se la recuerda más por perforar el cerebro colectivo con el «cuchibili, cuchibili» de Sarandonga (2007), y por sacar su punto reivindicativo cantando A tu vera con Miguel Poveda en la gala de los Goya del 2015. En cine tampoco se fundió su teléfono tras llevarse el premio de la Academia por Rencor. Siguió en su empeño «por amor propio». «Hace años que decidí no competir», dice. «El ego ha matado a muchos». El secreto está, concluye, «en vivir el presente y proyectar el futuro».

Y llegó el teatro, dándole una insospechada forma de vida. Hizo una estupenda doña Brígida en Don Juan Tenorio (2010), vendió entradas a porrillo con Sofocos (2012) y llevó su monólogo de La plaça del Diamant (2014) a Sudamérica. Prefiero que seamos amigos, la obra de Laurent Ruquier que la ha tenido muy ocupada este año, plantea esa ingrata sensación de ser invisible para el sexo opuesto después de los 50.

No es el caso, a juzgar por el formato juvenil que presenta («reír te quita arrugas y te da brillo a la piel»). Menuda y fibrosa, es más Lola Flores en la manera de llenar el espacio. «Noto que cada día me parezco más a mi madre en la forma de encarar la vida -admite, con un raro brillo en los ojos-. Pero no soy Lola Flores. ¡Ella era de otro planeta!». Y matiza: «Si alguna virtud tengo es que soy noble». Y que necesita poco para vivir: «trabajo, comida, dormir, fumar, una cervecita con amigos y estar con mis hijos».

Se le oye más la palabra salud, que dinero y amor. «Estoy soltera y tan a gusto», dice. No, no hay relación con su pareja teatral, Luis Mottola -«¡Por Dios, que está casado y tiene hijos!»-. Pero sí, está abierta al amor. «Eso llega, no se busca». A estas alturas ya no es presa de los abusadores de la industria, que los ha habido en España como en Estados Unidos. «Gracias a Dios nunca me ha ocurrido lo que a las compañeras de Hollywood -asegura-. No he sufrido abusos ni violaciones, ni dentro ni fuera de la profesión».

Y como por la tele -el plató de Tu cara me suena está en Sant Feliu de Llobregat- Lolita está instalada en Barcelona, ay, no puede evitar que le pregunten sobre el procés. Flamenca, recuerda a que es «hija de catalán» -Antonio González, el Pescaílla- y que, en cualquier caso, eso le da «derecho a pasaporte». Diplomática ella, se apresta a afirmar que lo mejor es que sus dos patrias sean amigas. «El amor sin amistad no existe, pero la amistad sin amor sí puede existir», apostilla.