-La pasada semana ocupaba esta misma tribuna el grupo musical Sidecars, que le lanza la siguiente pregunta: «¿Podría describir su infancia?»

-Uy, ¿que si podría describirla? necesitaría un libro para escribirla. Pero mi infancia ha sido maravillosa, tengo buenos recuerdos, malos recuerdos también porque cuando tenía 10 años hubo una guerra y lo pasamos muy mal en Italia. Mi casa fue destruida, nos quedamos sin casa, sin nada; y fue tremendo, pero lo he superado (lanza una ligera carcajada más parecida a una señal de victoria).

-Usted siempre comenta que decir la edad es vulgar...

-Sí, claro. Pero ya la puedo decir, lo saben todos que tengo 87 años (sonríe).

-Dice también que es Acuario. ¿Qué significa ser Acuario?

-No sé. Dicen que los manicomios están llenos de Acuario. Tenemos todos un ramalazo de locura, que es lo que nos salva.

-Fue dependienta de una pastelería milanesa, Pasticceria Galli, ¿Cómo recuerda aquella época?

-Sí. Fue una etapa muy bonita porque entonces tenía 15 o 16 años. Estar en contacto con la gente, con el público, a mí me encantaba. Fue una época maravillosa, una experiencia bonita. Y ahí cambió mi vida porque entraron un día dos señores; yo no sabía quiénes eran. Eran el actor Giorgio de Lullo y el director Luchino Visconti. Y Visconti me miró y me dijo: «Usted tiene una cara cinematográfica, hará usted cine». Yo me quedé... Entonces el actor me preguntó: «¿Sabes quién es este señor?». Y yo le contesté: «No, no lo sé». Él exclamó: «¡Es Visconti!». Y yo insistí: «No sé quíén es el señor Visconti, lo siento mucho, pero no sé quienes son ustedes». De ahí salió que él llegó a Roma, habló con Giuseppe de Santis, un director de cine que en 1950 estaba buscando una chica para hacer su película ‘Non c’è pace tra gli ulivi’ (‘No hay paz debajo de los olivos’), y le comentó: «¿Por qué no le haces una prueba a esta chica de Milán?». Y así empezó toda mi vida en el cine. Volvieron a venir, pero yo aún no tenía los 18 años, tenía 17. Entonces no te dejaban hacer nada antes de los 18, todo estaba prohibido. Pero mi madre dijo: «Bueno, la llevaré». Me llevó a Roma antes de los 18 a hacer la prueba, y la gané. La gané e hice la película, de protagonista; fíjense, así de repente, cogida de la calle directamente al Cinecittà.

-En 1947 se convirtió en Miss Italia. A usted eso le abrió las puertas del cine. ¿Cree que con el paso del tiempo este tipo de concursos de belleza se han desprestigiado?

-Así es. Todo eso fue antes de la película, pero sí es verdad que me abrió camino. ¿Que los concursos de belleza están hoy desprestigiados?, creo que no, sino que han cambiado completamente, les han dado un significado más económico que de belleza, se han transformado en un ‘affaire’, no es ya un concurso, es todo demasiado organizado. Entonces me acuerdo que lo hacía Giviemme, que era una casa de perfumes, de la Carlo Erba. En aquella época, ya se pueden figurar ustedes, eran cuatro personas las que se dedicaban a esto, no era tanto glamour como es ahora, no teníamos ni traje, nos dieron el traje de noche de milagro. Me acuerdo que el traje de baño me lo hizo mi madre con retales que encontró en casa. Era todo muy simple, muy de verdad.

-Fue protagonista de ‘Crónica de un amor’, espléndida ópera prima de Michelangelo Antonioni. Interpretó a una señora de 30 años y tuvieron que caracterizarla para que pareciera una edad real ¿Qué supuso para usted aquel rodaje, puede describir a Antonioni, uno de los grandes directores que ha dado la historia de la cinematografía?

-Para esta película pensaron en Gina Lollobrigida, la Lollobrigida dijo que ‘no’ y entonces me la propusieron a mí. No recuerdo la edad que yo tenía entonces, era muy jovencita, pero tenían que caracterizarme como una mujer de 30 años y lo hicieron tan bien que se lo creyeron, que yo tenía 30 años, porque el cine puede con lo que sea. Antonioni entonces no era Antonioni porque empezaba, pero era un intelectual muy famoso ya. Era un personaje muy extraño, muy severo, muy antipático, y era amigo mío porque en Roma éramos todos amigos, pero con el trabajo era duro, frío. A veces le proponía: «Yo haría la escena así». Y él zanjaba: «No, ni hablar». Ya de entrada me decía siempre que no. Siempre se hacía lo que él decía. No olvidaré nunca que un día hice una escena cuarenta veces y no conseguía acabarla, me mataba de risa. Tenía que hacer creíble a aquella señora tan seria, con un sombrero, unas veletas... Estaba allí el ayudante, que entonces era Citto Maselli, que ahora es un famoso director también, que me hacía reír y yo me reía. Me decían: «¿Pero cómo te ríes haciendo esa escena? No puedes». Era un pasillo largo, yo me paseaba, me colocaba el sombrero, ¡cuarenta veces! Al final Antonioni se enfadó conmigo y me dio una bofetada. Y claro, desaparecieron todos cuando me dio la bofetada, se escaparon, se escondieron todos preguntándose: «¿Y ahora qué va a pasar?». Y claro, no pasó nada, me la merecía. Me dije: «¿Pero qué pasa aquí, me ha dado una bofetada?», bueno, me la merecía. Es como mi madre, me la ha dado, y como si nada. Luego se calmaron todos, salieron y por fin conseguimos la escena. Pero cuarenta veces... Eran muchas.

-En 1951 realiza el papel de Simona en ‘Roma ore 11’, película que aborda el desempleo femenino. Ahora muestra en Cáceres su exposición de platos ‘Piatti’, concebida, ha dicho usted, como un homenaje a las mujeres guerreras, valientes, desobedientes y heroicas ¿A propósito de esto, cómo ve a la mujer de hoy, qué opina de la reciente manifestación feminista en España?

-Todo un desastre, un gran desastre, no se organizan, dicen que se organizan, pero no me lo creo, vamos. Me parece que estamos todos un poco desmadrados y no cogemos el papel de la verdadera mujer. Todos hablan de la libertad, la libertad, pero más que libertad es un libertinaje. Tendríamos que ser más severas, no imitar a los hombres. Tenemos la obsesión de imitar a los hombres, tenemos la obsesión de ser hombres; y no, somos mujeres. Seamos realmente mujeres, pero de verdad. Y hay muy pocas mujeres de verdad. ¿Usted las ha encontrado? Yo no he encontrado todavía a ninguna.

-¿Y qué es una mujer de verdad?

-¡Una mujer! (exclama contundente). El comportamiento tiene que ser el de una mujer, no ser como un hombre. Quieren siempre imitar a los hombres y somos mujeres. Nos hemos dejado quitar la cocina, la cocina tendría que ser de mujeres y es de hombres famosos. ¿La decoración? Las casas de las mujeres tendrían que ser las mejores, no, son las de los hombres. Médicos, hay muchísimos, abogados, ya ni hablamos; nos estamos dejando robar todo lo que podíamos haber sido. Pero dejamos toda la parte que pertenece a la mujer al hombre. La organización de una casa es de la mujer, y es verdad que casi siempre las mujeres mandan, pero mandan, no saben organizarse. Creo que es cuestión de organizarse.

-Para decir esto demuestra usted que es valiente...

-Creo que siempre he sido valiente, más que valiente, ‘re bel de’ (enfatiza cada una de las sílabas). Y es mi rebeldía lo que siempre me ha salvado.

-1955 fue un año fundamental en su carrera, con títulos como ‘Muerte de un ciclista’, dirigida por Juan Antonio Bardem, y ‘Así’, dirigida por Buñuel... ¿Cómo vivió aquel éxito?

-He trabajo con los mejores, pero entonces el cine era eso, estaba todo al alcance de la mano. Y claro, he tenido la suerte de encontrar a esos directores, que entonces no había mánagers, era el director el que venía a proponerte la película, ahora es el mánager el que decide siempre todo, cosa que no apruebo. Los mánagers son los que te organizan; y no, perdone, yo no, yo quiero organizarme. Eso me parecía más normal, pero ahora ha cambiado completamente. Por eso hacer cine hoy es como ir a la fábrica, ya no es un arte. Antes había un contacto más humano, ahora todos tienen su papel, mánager, abogado...

-Y llegó a España y se casó con un torero, que no sé si fue también un acto de rebeldía...

-Más que una rebeldía parece otro mundo (ríe a carcajadas), ¡una señorita de Milán que se casa con un torero es la cosa más absurda! Si me lo hubiera dicho una quiromante me lo hubiera creído casi más; pero así fue...

-¿Y cómo fue?

-Bastante complicado. No es tan simple como parece.

-¿Cómo se conocieron Luis Miguel Dominguín y usted?

-Nos conocimos porque yo estaba rodando ‘Muerte de un ciclista’ y él era amigo del productor. Entonces nos encontramos una noche en una cena y me cayó como un tiro, no me gustó nada. Y me dije: «¿Quién es este fanático, este engreído?», con una capa, un sombrero tenía entonces el torero. Pensé: «Bueno, hay gente para todo». Después nos reunimos en otra cena, después nos vimos en otro evento, y siempre me lo encontraba, hasta que un día que nos vimos y estábamos los dos solos, ¡todavía no me había ni tocado!, me dijo: «Nosotros nos vamos a casar». Yo le contesté: «¡Pero usted está loco!, ¿cómo que nos vamos a casar?, yo tengo novio», ¡mentira, uno que decían que era mi novio! (risas) y dijo: «Eso es lo de menos, el novio, pero nos vamos a casar». Y así fue.

-¿Qué opina de la cruzada antitaurina española?

-Tengo un gran respeto por todo lo que es la tauromaquia, es un arte maravilloso, pero nunca me ha gustado, soy sincera. Pero un gran respeto y no apruebo cuando están en contra. Todos estos movimientos me parecen absurdos.

-Usted se separó de su marido en 1967. ¿Cómo era divorciarse en la España de entonces, porque hoy es algo habitual, pero en esa época...?

-Fui la primera en España. Le dije: «Nos vamos a divorciar», y se cayó el mundo, sobre todo porque me divorciaba de un torero. Fui yo la que quise divorciarme, no él. Me aguanté, se me cerraron las puertas, las ventanas, todo... La gente me decía que cómo me había atrevido y todos me atacaron, me dijeron de todo. Y pensé: «Bueno, me la juego, me voy a separar». Porque entonces no había divorcio y la mujer no tenía derecho a nada. Para trabajar necesitaba el permiso del marido, no podía tener una cuenta corriente en el banco, no podía tener pasaporte, era un mundo de verdad duro en esa época, pero me la jugué.

-Aquello era ser mujer de verdad...

-Era ser mujer de verdad. Y él me decía: «Yo soy amigo de Franco, te puedo echar». Le dije: «Bueno, si tienes pelotas me echas». Y le dije: «No quiero nada tuyo, te lo has ganado jugándote la vida, todo es tuyo, firmo todo menos mis hijos; me dejas mis hijos, si me quitas mis hijos te pego un tiro». Y en el baño de los niños se desmayó, ¡bummmm!, porque me vio cargar la escopeta; estaba dispuesta a pegarle un tiro, pero dispuesta.

-Tras su divorcio vuelve al cine. Trabajó con Fellini...

-Así es, interpretaba a una mujer casada con un senador que se suicida, pero fue muy bonito.

-De modo que al casarse dejó el cine y al separarse volvió...

-Dejé el cine porque me casé con un torero. Cuando me separé volví, hice bastantes películas para mantener a mis hijos porque el torero nos daba muy poquito y para vivir en Somosaguas había que trabajar. Así que volví al cine y mantuve a mis hijos todo lo que pude, después entró Miguel con sus canciones, se convirtió en un cantante famoso y me ayudó.

-En el año 2000 decide hacer realidad un sueño de su juventud: abrir el primer Museo de Ángeles del mundo en Turégano (Segovia)...

-Como tenía un poco de dinerito mío, ganado con mi trabajo, me pregunté: «¿Qué voy a hacer, me voy a hacer un pisito (risas) en Somosaguas, me hago una casa?». No, me parece muy aburrido, así que hice un museo de ángeles, que era mi sueño. Que no me ha entendido nadie, por cierto. Solo lo he hecho para mí, para cumplir mi sueño. Sobre todo para los españoles las cosas de los ángeles son cosas de niños, y no son cosas de niños. Me pasó que una noche paseando por Castel Sant’Angelo vi que los ángeles se movían. Y dije: «Un día haré algo para vosotros». Y cuando llegué a los 70 al fin pude hacerlo, un museo de ángeles, y lo hago como sea. Entonces encontré en Turégano una fábrica grande, muy bonita, y lo hice. Por lo menos fue un sueño realizado.

-Y ya para terminar esta entrevista, qué mejor que volver a esa exposición que muestra estos días en Cáceres y en la que hay una pieza dedicada a su nieta ¿Cómo recuerda a Bimba Bosé?

-No me gusta recordar. Prefiero no hablar de ello.