-La pasada semana participaba en esta misma tribuna el biólogo Jaime Culebras que le hacía la siguiente pregunta: ¿Qué próximo conflicto le gustaría captar con su cámara, acometer esa locura de gran bravura?

-Irme a Brasil, continuar el trabajo sobre transexualidad que inicié en Extremadura. Quiero irme allí a hacer lo que llamo la cara B, la parte fea de vivir el hecho de ser transexual porque lo que he hecho en España ha sido la cara A, lo bonito, el que si tu familia te apoya no tienes problemas por ser transexual, que es lo que está pasando, afortunadamente con más frecuencia, en el territorio español, que hay gente con 14 o 15 años que vive la transexualidad de manera muy natural. Quiero hacer este trabajo desde que un día me llegó un video en el que vi cómo apaleaban y mataban a un transexual, y eso me traumatizó. Eran tres tíos pegándole una paliza a un transexual, lo montaban en un carro de estos de obras en los que se transporta el cemento.

-Precisamente usted se siente atraída por personas con vidas diferentes, lo demostró en la exposición Person@s, otra visión de las transexualidades...

-Desde joven he tenido mucho contacto con transexuales. Cuando era pequeña me llamaban muchísimo la atención, eran unas tías de 1,80, que además la mayoría estaban todas buenísimas. Eran obligadas a prostituirse y a mí eso me dolía un montón. Recuerdo que me iba al campo del Barça, a las hogueras, donde se prostituían, a echar la noche allí con ellas. Esta muestra era algo que les debía, algo que llevaba dentro, que tenía que hacer, y surgió aquí en Extremadura. Ahora ya tengo 44 años y no quiero dar esa visión negativa porque creo que hay que apostar por un mundo mejor. Entonces estos chavales y chavalas de hoy no tienen que vivir como vivían aquellos de ayer. Por eso decidí hacer una apuesta positiva.

-Así que le gusta meterse en líos...

-No es que me meta en líos, es que los líos están. Mi opinión es que si se fotografía, el problema existe. Y sé que si lo fotografío lo voy a hacer desde el corazón.

-¿A qué responde el nombre de pila Mai Saki?

-Curioso. Siempre firmaba como Mai, de Maite, hasta que en una exposición me dijeron: ‘No puedes firmar como Maite’. Pensé entonces en Saki, un escritor indio con ascendencia inglesa que tiene una serie de relatos eróticos muy chulis, y me dije, Mai Saki, fonética maravillosa.

-¿Comenzó en la fotografía de un modo accidental, cómo se ve el mundo a través de su cámara?

-Bastante gris (siempre fotografío en blanco y negro, aunque el último premio que me han dado es a color). La gente suele huir de los problemas sociales y a mí me gusta poner la mirada ahí porque me gusta fotografiar las cosas con identidad. Ya desde pequeña me fijaba siempre en los vagabundos y mi padre me reñía. Tengo recuerdos de estar en las Ramblas de Barcelona y tirarme derecha a tocar a la gente que vivía en la calle.

-Precisamente su manera de ver el mundo comenzó en Barcelona. Hable de la ciudad donde nació...

-Para mí Barcelona es como un gran amor, y como todos los grandes amores a veces lo amas y a veces lo odias con una intensidad brutal. Cuando salí de Barcelona y me vine a Extremadura estaba en un momento casi de odio, estaba un poco cansada de la ciudad. Pero para mí Barcelona es una ciudad muy cosmopolita, que eso lo dice todo el mundo. Creo que antes tenía mejor turismo que ahora, pero es una ciudad que te permite desarrollarte y eso te hace crecer porque tienes mucha interacción con otras culturas. Es una ciudad de acogida. A mí Barcelona me gusta.

-Y fue en esa ciudad y en 2007 cuando publicó su primer libro, ‘Barcelona las otras esquinas’, en el que recogía a través de su cámara la precaria situación del barrio del Raval...

-Cierto. En una exposición sobre culturas vi una maqueta gigante de las esquinas más famosas del mundo. Entonces me pregunté: ¿buah, y dónde están los vagabundos que viven en las calles? Cogí la cámara (la verdad es que estaba muy deprimida), y me empecé a fotografiar la calle como un exorcismo, y me sirvió. Fue mi primer trabajo en serio. Ahí me di cuenta de que tenía que hacer series, de que tenía que coger un tema, porque normalmente yo hacía fotos pero no las aglutinaba en algo, no le daba forma, era como todo muy impulsivo.

-El barrio del Raval fue, de siempre, el barrio Chino en la Barcelona sur de los años 60, del Chino se cruzaba hasta el Apolo donde Tania Doris, por ejemplo, devolvió el esplendor a la revista...

-Si, y donde nosotros bailábamos tecno en el Apolo precisamente, y yo era una de las que lo frecuentaba. Ahora que he regresado a Barcelona con más asiduidad he vuelto a fotografiar el Raval, un barrio que tiene magia.

-Y fíjese, entre putas y marinos de la Sexta Flota de aquel barrio nació nada menos que la rumba catalana...

-Sí. Como he dicho antes Barcelona es una ciudad de mezcla de culturas. Creo que los catalanes en general, y en Barcelona quizá se note un poco más, somos unas personas que queremos conocer lo que viene de fuera. En vez de poner barreras nos abrimos hacia el exterior. Y de esas mezclas nace algo tan maravilloso como la rumba catalana.

-Viéndola a usted no se puede por menos que recordar a Joan Colom, que acaba de fallecer, y que comenzó a retratar el Chino y a sus gentes, con su Leica camuflada bajo la gabardina, a finales de los años 50 en aquel barrio de la explotación, de los pisos insalubres de las calles estrechas y sin sol...

-Hay una parte del Raval que sigue siendo insalubre, con calles estrechas y sin sol y que sigue siendo una parte marginal, por mucho que hayan abierto la Rambla del Raval y que hayan hecho el Hilton, y que haya un gato de Botero... al final sigue habiendo una parte del Raval que sigue siendo igual de insalubre que antes. De hecho en ‘Barcelona las otras esquinas’ solo no pude fotografiar una calle, que es donde está el bar de la absenta; ahí hay una calle donde se acumula muchísima prostitución y yo me fui a un pequeño hostal y le pregunté al tío: ‘¿Oye, perdona, puedo alquilar una habitación para hacer fotos?’ y me contestó: ‘Al último que lo intentó tuvieron que venir los mossos a rescatarlo’. Y no me dejaron. O sea, quiero decir que el Raval mantiene esa parte y a mí me fascina.

-¿En Barcelona ha dejado de brillar el sol?

-En Barcelona jamás deja de brillar el sol. Aparte de la independencia, que es lo que se ve y lo que vende, lo que más valoro de todo lo que sucede en Barcelona es la desobediencia civil. De hecho, solo hay que ver que nunca jamás en el País Vasco se llevaron 14.000 o 15.000 policías y en Barcelona ahora tenemos tres barcos conocidos como los Piolines, llenos de policías a los cuales les estamos pagando dietas diarias, que no salen a trabajar y que cada día de esos barcos cuestan 300.000 euros, cuando en Barcelona todavía no ha habido ningún acto de violencia por parte de la ciudadanía. Entonces ¿qué es lo importante del hecho?, la desobediencia, que da mucho más miedo que las tortas.

-Usted acaba de fotografiar de nuevo a Barcelona, ha recorrido con su cámara el sentir de las calles, la forma de pensar de decenas de miles de catalanes. ¿Qué ha visto?

-Ilusión, fraternidad entre ellos y ganas de cambio. Mucha gente me habla de si hay españolofobia, de si los catalanes sentimos odio a los españoles. Es mentira, no lo vivo allí. No sé si una parte la tiene, vale, porque no hay verdades absolutas, pero lo que se respira no es eso, lo que se respira son ganas de cambio y quizás una parte de dolor. El ‘A por ellos’ hizo mucho daño porque no lo entendían, cuando mucha gente de allí tiene familia fuera. En Cataluña lo que se quiere es acabar con todo lo que está sucediendo en el resto de España a nivel político, no se han sentido comprendidos por el problema del Estatut y ahora mismo están dolidos y lo que quieren es separarse. Pero bueno, todo se andará.

-¿Y qué le parece todo esto del independentimo, está a favor de esta corriente, es imparable, sueña con una Cataluña independiente o encajada en España?

-Yo sueño con un mundo mejor. Me da igual si Cataluña está dentro o está fuera siempre y cuando todo el mundo sea lo más feliz posible. Lo guay sería una España mucho más competitiva para todos donde tú como periodista o yo como fotógrafa ganemos lo mismo que gana un europeo de verdad. Porque al final nosotros no somos europeos, nos tienen en Europa pero somos el patio de colegio de franceses y alemanes. Porque mientras ellos se toman aquí una cerveza a 1 euro nosotros en Bruselas nos la tomamos a 6 con un sueldo de 1.000.

-Además de Cataluña también ha visto otros mundos, el de Cuba, por ejemplo, donde ha fotografiado la disidencia...

-Sí, he fotografiado la disidencia cubana, también estoy en contra del comunismo. Mi padre era comunista acérrimo; cuando yo era muy joven siempre me peleaba con él por esto y le decía que el comunismo era un tipo de dictadura igual que la de Pinochet. Entonces me fui a ver la disidencia cubana y la sensación que tuve fue como si estuviera en la guerra civil española, que no la he vivido nunca, pero me sentía como escondida fotografiando a aquella gente, que era perseguida por un régimen donde el tío va vestido con un chándal Adidas y come langostas y su pueblo por su idelogía malvive. Me di cuenta de que ninguna ideología llevada al extremo vale la pena.

-¿Es mejor Cuba sin Fidel?

-Yo creo que sí, evidentemente. La revolución tuvo su momento de gloria, o no, no me atrevo ni a decirlo. Pero actualmente seguramente que Cuba sin Fidel es muchísimo mejor.

-En ese periplo suyo por el mundo nos encontramos con una Mai Saki activista que lleva ya15 años dedicada a este oficio, y que se ha adentrado en campamentos gitanos y documentado la senda de huida de los refugiados sirios hacia Europa. ‘El camino de la vergüenza’ fue el resultado de una muestra donde nos enseñó el calvario de un viaje que recorren los refugiados para llegar a Europa...

-Sí, el camino de la vergüenza todavía sigue, no está stop. Ha sido un trabajo muy doloroso, probablemente el que más, pero por la incomprensión. La impotencia que se siente en territorio europeo, ver cómo está muriendo gente que podríamos montar en un avión y traerla de manera segura, eso se me quedará grabado para el resto de mi vida. He llegado a odiar a todos los estamentos europeos después de eso.

-¿Cómo hacer para que el ser humano recupere su dignidad, porque está visto que lo del avión no está funcionando?

-Creo que el ser humano jamás recuperará su dignidad. Estamos condenados a desaparecer como especie porque no nos merecemos vivir en este planeta.

-Además fue a Sierra Leona para documentar la prostitución infantil...

-En Sierra Leona vi la grandeza y la miseria del ser humano, desde unos que se dejan la piel para ayudar a estas niñas a reconstruir su vida a otros que pagan 100 euros para que cualquier pequeña tenga sexo con un perro en un barco chino.

-Y también fotografía Extremadura. ¿Cómo y por qué fue su viaje hasta aquí, vino en tren?

-Lo hice en tren porque soy una romántica. Y me vine aquí por amor. Porque solo hay dos cosas en el mundo que te mueven: el amor y el trabajo. Conocí a una persona maravillosa en Barcelona que era de Olivenza y vivía en Badajoz. Como Barcelona estaba sumida en una crisis brutal, que era la que empezaba en España, decidimos venirnos aquí.

-Actualmente está dando los últimos retoques a un nuevo fotolibro que lleva por título ‘El lugar donde habito’. ¿Puede describir cómo es ese lugar?

-El barrio donde vivo, la plaza Alta. Es un lugar que parece muy triste, pero donde esa gente, que son drogodependientes muchos, otros no evidentemente, pero los que yo fotografío cada día me dedican una sonrisa, y cuando me ven en un aprieto me ayudan, me preguntan: ‘¿Mai, te llevo las bolsas?’ Así que me siento muy bien acogida, me recuerda a mi Raval en cierta manera, porque es un barrio así canalla. Para mí es el alma de la ciudad de Badajoz.

-Recientemente ha obtenido el tercer premio del concurso PX3 de París y el primer premio Ciudad de Badajoz. Hable de esos trabajos...

-El premio en París me hizo mucha ilusión por el anonimato, y el de Badajoz por lo contrario, porque soy una irreverente y políticamente incorrecta. Que te reconozcan con unos premios es maravilloso. En París mostré la prostitución infantil en Sierra Leona y en Badajoz, un niño saltando como un guerrero contemporáneo parando una pelota de fútbol en un campo, también en Sierra Leona. Y por eso se llama ‘El gran guerrero’, porque era como parar la vida con el pecho.

-¿Así las cosas, el fotoperiodismo es acción o vocación?

-Para mí vocación y luego mucha adrenalina, porque a mí me pones un antidisturbios delante y ya estoy sin dormir lo que haga falta. Me encanta correr como los Sanfermines, pero como soy animalista, corro delante de los antidisturbios.

-¿Y para terminar esta entrevista, siendo fotógrafa, cómo se ve?

-No me paro a mirar eso, no tengo tiempo. Prefiero que me miren los demás. Me juzgo en mi interior, pero la visión que tienen sobre mí es problema de los demás. Incluso hace mucho tiempo que dejó de importarme. Cuando era más joven (aunque parezca muy segura soy una persona insegura, sobre todo con mi trabajo), me importaba mucho gustar. Ha llegado un momento en que todo eso ha pasado a un segundo plano, me da igual, ya no me interesa, yo tengo que trabajar porque lo siento yo, es algo que llevo dentro, es como soy feliz. Siempre a mi pareja y a la gente les digo que la versión de mí misma es la que está trabajando con una cámara de fotos.