-Relate su infancia...

-Nací en Trujillo hace 68 años. Allí me crié hasta cumplir los 10, cuando la empresa Eusebio González y Cia, en la que trabajaba mi padre, lo trasladó a Cáceres. Somos tres hermanos, dos varones y una hermana. Mi padre era contable en esa empresa, que se dedicaba a los electrodoméstidos, era distribuidora oficial de butano en Extremadura y tenía tiendas repartidas por la región. Mi madre era ama de casa.

-Hable de su llegada a Cáceres...

-Nos fuimos a vivir a la calle Vicente Barrantes, en la plaza de Italia. Fui alumno durante tres años de una gran profesora, doña Paula Bustamante, que falleció la semana pasada. En su casa nos enseñaba las primeras lecciones.

-¿Cómo era el barrio?

-Recuerdo a Emilio, a Paco Paniagua Matas, que vivía por bajo de mi casa... Era un barrio muy familiar, de casas de una planta. Éramos como familia, nos veíamos todos los días, por la mañana, por la tarde, no había televisión y jugábamos en la calle, especialmente en la plaza de Italia, que era el sitio donde quedábamos. Me acuerdo del comercio de Antonio, el bar Cobo, el Bar Cañas. Eran otros tiempos...

-¿Dónde hizo el Bachiller?

-Hice hasta 4º en El Brocense. Me dieron clase don Miguel Antonio o don Segundino Pérez. A don Miguel Antonio lo veo con frecuencia. Me suspendía casi siempre, me daba Matemáticas y buuuu, me hacía pasar unos veranos ‘mu’ malos. Después hemos jugado muchas veces al billar y siempre le digo: «Pues aquí me voy a vengar yo de ti» (risas).

-¿Cómo siguió su vida?

-De allí me fui a estudiar Formación Profesional al Taller Escuela Sindical Virgen de Guadalupe. Hice 1º y 2º de Aprendizaje, me examiné de Reválida, aprobé, y cuando fui a entrar en Maestría Industrial me suspendieron: era un trabajo que consistía en una avería en el torno y no fui capaz de repararla. Así que ahí lo dejé.

-¿Y qué pasó luego?

-Me enteré por mi padre, estando todavía en Eusebio González, que había una plaza de mecánico de electrodomésticos, para reparar estufas, calentadores, cocinas... me preparé un poquito, lo saqué y estuve allí cuatro años de mecánico, llevando toda Extremadura. A los pueblos más inverosímiles de Extremadura iba yo a reparar la cocina y la estufa de gas, que era lo que había antes.

-¿Qué recuerdos tiene de esa época?

-Buah, me acuerdo en Fregenal de la Sierra una noche, ¡que caía agua, pero vamos, de escándalo! Iba yo con el Seat 600, que era lo que tenía entonces, y de golpe y porrazo, en un pequeño cambio de rasante (las carreteras antes eran de pena), me veo a una persona como un vampiro, con los brazos abiertos, y era la Guardia Civil con una capa verde. ¡Me pegaron un susto... Dije, madre mía de mi alma, se acabó conducir de noche! (carcajadas). Tengo otra anécdota en Fuente de Cantos de meterme en una cama y decir: «¡Oye, qué picor tengo, qué picor tengo! Y resulta que entre las sábanas había un gato metido. ¡Qué aventuras! En aquella época mi madre me hacía la comida, para ahorrarme el dinero, claro, porque entonces no me pagaban mucho como mecánico. Como le digo, me hacía mi madre la comida y me acuerdo que entre Villanueva y Don Benito, por el Guadiana, me metí debajo de un puente y me eché la siesta después de comer. Al despertarme, dije: «Voy a comerme la naranja que dejo siempre para lo último»; meto la mano ¡y encuentro una culebra dentro de la bolsa! La tiré a hacer gárgaras al río y no volví a ver la bolsa (más risas).

-Su trayectoria continuó...

-Hablé con un buen amigo, don Tomás Cano, que era gerente de la Waechsterbach, y comencé a trabajar allí.

-¿Cómo era la Waechsterbach?

-Una gran fábrica de cerámicas. Catelsa y ellos eran los mejores. Entonces había futuro, se producía mucho. Los dueños hicieron un contrato con Cola Cao y a diario había que hacerles 30.000 tazas. Era una producción de horas extra constantes, a destajo se trabajaba. Era otro mundo.

-Entrar en la Waechsterbach era como entrar en una factoría de la Zona Franca de Barcelona...

-Aquello era grandísimo. Allí entré de reparador de máquinas, entraba a las seis de la mañana y salía a las ocho o nueve de la noche. Aparte de reparar la máquina tenías que saber trabajar en todos los puestos, porque cuando alguien se ponía enfermo o iba al servicio, la máquina no podía parar, tenías que ocupar su puesto porque aquello era una cadena. Recuerdo de esa época al señor Conrad Smith, un alemán que todavía vive; estaba luego mi jefe, Laureano Benito, una maravilla de persona. Recuerdo a Pedro, que era disc-jockey de la discoteca New People. A los dos años pedí la cuenta porque trabajaba muchas horas y cobraba 15.000 pesetas.

-¿Cuánta gente podía trabajar allí?

-He visto trabajar allí a más de 300 personas en un día.

-¿De esa factoría, dónde fue?

-Me llamó otro gran amigo mío, Pepe Cobo Sánchez, de Cristalería Cobo. Me dijo: «Vente conmigo de vendedor, que tú tienes mucho don de gentes». Esa cristalería estaba por Alfonso IX. Estuve con él seis meses y en 1978 monté mi propia empresa, Cristalería Alvarado.

-Y lo hizo en La Madrila...

-Así es. En la calle Santa Teresa de Jesús.

-La montó usted solo...

-Yo solo. Mi padre me decía: «Estás loco». Le contesté: «Mira, me voy a meter. Si pierdo, ¿qué pierdo, los ahorros que tengo?» Mi padre me prestó dinero, mi suegra también, y así empecé. Busqué un carpintero de Aliseda, Jacinto se llamaba, y se vino a trabajar; y un mecánico de coches. No teníamos ninguno ni idea. Mi primer cliente fue Cafetería Delfos, que estaba en La Madrila; se les había roto un cristal; para poner ese cristal romperíamos como veinte (carcajadas).

-Hable de ese negocio...

-Yo me dedicaba a vender. Tenía un cortador. Mi mujer empezó a llevar los papeles, luego lo dejó; vino mi cuñada Lola; se portó de maravilla con nosotros, trabajando muy bien, lo que pasa es que aprobó una oposición en diputación y se fue. Cogimos una chica, Isabel María, que estuvo con nosotros dos años. Y yo iba por los pueblos. Me cogía la ruta de Cáceres, Trujillo, Madroñera, Zorita, Logrosán, Cañamero, Guadalupe, daba la vuelta y el camión mío iba a servir cristales por todos esos pueblos. Todo Cáceres y provincia llevaba; aparte de hacer obras. Empecé poquito a poco, me iba a los pueblos, porque aquí no me daban ninguna obra. Entraban Cristalería La Veneciana, Cristalería Cacereña, Cristalería Cobo... y me quitaban todas las obras.

-Pero eso cambió...

-Eso cambió totalmente. Empecé a hacer un dinerillo por la provincia, me iba hasta Piedras Albas. En un camión pequeñito llevábamos las planchas de vidrio, me acuerdo de la medida: 1,14 por 2 metros o 2,52, y se lo llevábamos a los carpinteros. Para ganarme a esos clientes lo que hacía era ayudarles a cortar y a montar. Eran unos clientes muy buenos. Luego ya empezaron a meterse de Plasencia, de Salamanca, dejé las rutas y me dediqué a la obra, a la instalación. Empecé a contratar gente. La plantilla es el alma del negocio, sin ella esto no hubiera funcionado. Mi padre me llevaba la contabilidad por la tarde, porque se jubiló y le dio un infarto; le dijo Palomino, gran cardiólogo: «Mire, señor Fernández, vaya con su hijo a la cristalería y allí le lleva los papeles». El negocio empezó a subir, a tener una plantilla de 15 o 16 empleados, ahora tengo 14. Tengo gente muy buena, como Diego, mi mano derecha, mi encargado general; tuve otro buen encargado, Fernando Álvaro Cruz; tuvo tres derrames cerebrales y no pudo trabajar, fue mi mano derecha durante 35 años. Está Rosa, que lleva treinta y tantos años, una gran mujer, muy trabajadora; mi hija María entró conmigo, pero se dedica ahora a los apartamentos turísticos; ella hizo Turismo. También cuento en la oficina con mis cuñados Julián y Antonio.

-¿Y de La Madrila?

-Me fui a la avenida de París, número 5, monté allí la tienda, seguía en La Madrila, y me hice una fábrica en Las Capellanías, me la construyó Progemisa, muy bien por cierto, no me ha dado ningún problema. Quité las tiendas y centralicé todo en la fábrica.

-¿Qué grandes obras ha hecho?

-He acristalado Montesol, Cabezarrubia, El Vivero, Nuevo Cáceres, a Pinilla le construía todo (una gran empresa), a Aesa, a Progemisa, Población, Casado, Magenta. Ahora he hecho el nuevo hospital de Cáceres (una gran obra); el Gran Teatro lo acristalé con Abreu (una gran empresa de restauración, impresionante). Con Abreu hice también el Complejo Cultural San Francisco, con sus arcos de medio punto; el Monasterío de Tentudía; el I+D+I de Badajoz. A Mercadona le llevo trabajando 11 años; trabajamos para las mejores compañías de seguros.

-O sea que usted es un buen arquitecto del cristal...

-Te tiene que gustar. Yo no tenía ni puñetera idea, pero tenía palique, y a lo que me comprometía lo cumplía. Luego tuve que contratar a profesionales que cortaran el vidrio a mano porque entonces no había máquinas, lo cortábamos todo a mano, y tenías que hacer el cristal de una mesa cortándolo a pulso. Tengo muy buenos cristaleros entre mi plantilla, que la componen Santi, Juanjo, Salva, Juan, Vicente, Rubén, Tomás, Pedro, Alberto y Roberto. Recuerdo que Juanjo entró cuando murió mi hijo... (se emociona). En el 2001 murió mi hijo Marcos, tenía 22 años; estaba conmigo en la cristalería, fue a Ponferrada a por unos cristales, se quedó dormido conduciendo y falleció. Me pegó un palo muy grande la vida. Mi padre había muerto dos meses antes. He pasado tres crisis muy grandes, me han dejado a deber muchos muchos miles de euros, pero gracias a mi familia, a la contabilidad que llevaba mi padre y al colchón que había que dejar en la empresa (siempre había que dejar dinero en los bancos y prever los pagos tres meses antes) el negocio se ha mantenido.

-Habla con cariño de su familia...

-Me quedan dos niñas, Ana, que está en Fomento, y la otra, María, que tiene apartamentos turísticos en el Rincón de la Monja y en San Justo. Están muy bien, son muy felices, tengo dos nietos maravillosos, buuuuahhhh, se me cae la baba. No me voy a jubilar. Estuve jubilado tres días y pensé que había firmado los papeles y no había firmado nada. Me dijo mi mujer: «Si yo sabía que no te ibas a jubilar». Me gusta mi trabajo.

-Además fue rey mago...

-Fui en el 2010, fue tan maravilloso y tan bonito... Hablé con la entonces alcaldesa, Carmen Heras; le dije: «¿Me dejas que cree la Asociación de Reyes Magos? Y con Juan Carlos Bravo, un buen amigo, lo hicimos. Y ahí seguimos, y es una maravilla lo que estamos haciendo por la gente y para la gente.

-¿Qué rey fue?

-Melchor.

-Ah, ese es mi favorito...

-Estaba recién operado de un tumor benigno en la garganta. Me dijeron que no hablara mucho, pero yo no me callo ni debajo del agua, así que hablé en la plaza, me emocionó mucho ver esa sonrisa de los niños, de los padres, de los mayores. He tenido como rey anécdotas muy duras...

-¿Por ejemplo?

-Fuimos a ver a un matrimonio en Aldea Moret. Nos lo pidió la alcaldesa. La mujer estaba ya muy mal, con un cáncer, con dos niñas pequeñitas. Fuimos a las cuatro de la tarde, la mujer se emocionó. Estaba muy mal. Al día siguiente murió. Lloré... Y en Neonatos es impresionante. Te hace sentir... bufff... dices: «Joder, y te quejas de la vida cuando hay cosas fuertes y duras que están pasando». Eso te fortalece.

-Ha hablado antes de su mujer...

-Mi mujer, Conchi Salado, es una maravilla. Es la mayor de seis hermanos, su padre murió muy joven, entonces ella se tuvo que hacer cargo de la familia. La conocí haciéndole la pelota a mi suegro (risas). Yo jugaba al tenis en la Ciudad Deportiva, porque él jugaba muy bien. Éramos muy jovenes. Llevamos cincuenta y tantos años juntos. Trabajaba en el Centro de Información Sanitaria, en Gómez Becerra, donde ha estado hasta el año pasado, que se jubiló. Además, sin ella esto no hubiera tirado adelante, porque me ayudó muchísimo: «Tira ‘palante’», me decía; no quería porque a ella la carretera le da mucho miedo, pero le dije: «Conchi, ¿pero dónde me voy, si no sirvo ya para que me manden?» Y gracias a ella, a mis hijas, a mi familia, tengo unas cuñadas y unos cuñados maravillosos. Estamos todos muy unidos. Y amigos, como usted sabe, se cuentan con la mano. Tengo un gran amigo, que le pegaron un palo en el negocio, José Rodríguez, que llevaba Hermanos Rodríguez, que está en Malpartida, y yo por él doy todo; lo que me ha pedido se lo he dado y lo que le he pedido se lo he dado.

-Ha citado antes a su hijo. Resulta dolorosa pero inevitable esta pregunta: ¿cómo se supera la muerte de un hijo?

-Eso no se supera nunca. Simplemente intentas no darle vueltas a la cabeza. Me acuerdo de él constantemente porque estoy siempre hablando de él. Te quitan algo de tu carne y eso es muy duro.

-También fue directivo del Cáceres de Baloncesto...

-Sí. Con César García, que fue el que me metió, Pedro Núñez, Eduardo Chacón, Pilar Acosta, Abelardo Martín. Para mí han sido muy buenos compañeros.

-¿Y por qué se metíó en el Cáceres?

-Me metí porque me llamó César y me dijo: «Necesitamos dinero, tío, y aquí el único que conoce a la gente en la calle y puede hacerlo eres tú. Saca publicidad». Entonces, cuando lo dejó José María Bermejo (que hizo una gran labor y mantuvo al Cáceres en la ACB) entramos nosotros y me puse en la calle a sacar publicidad: bares, constructores, restaurantes... y llené el pabellón de carteles. Entonces cobrábamos cada cartel a 500.000 pesetas. A un vecino mío le tocaron 1.500 millones de pesetas. Un día me pidió un pequeño favor, se lo hice, y me invitó a cenar. A las doce de la noche, cuando salimos, le hablé del baloncesto y me preguntó: «¿Cuánto necesitas?»; le contesté: «70 millones». Me dijo: «Mañana mismo los tienes para el Cáceres, pero me tienes que ayudar a vender el mobiliario que tengo». Llamé a César García a las tres de la mañana: «César, tengo 70 millones y ya podemos seguir con José Antonio Paraíso». Y nos mantuvimos en la ACB. Pero un día me cansé. Hubo unos gestos muy feos de unas personas en el pabellón exigiéndonos que nos fuéramos. Pensé: «Pero si el Cáceres se mantiene gracias a nosotros». Había que dejarlo y no he vuelto.

-¿Y cómo ve al equipo?

-Muy mal. Se mantiene gracias a Pedro, Eduardo y Abelardo, que han dado todo y no lo dejan porque le han cogido cariño.

-¿Y a Cáceres, cómo lo ve?

-Es una maravilla. Tenemos la mejor ciudad de toda Europa. Hombre, se podrían involucrar un poquito más los políticos, en vez de tanto discutir y echarse tierra encima entre ellos, para fomentar más la ciudad.

-¿No cree que desde el punto de vista industrial debería estar mejor?

-Mucho mejor, pero aquí no hay infraestructuras. No tenemos un tren en condiciones, es un desastre.

-¿Cómo ve el panorama político?

-No me gusta la política, mi política es esta (se echa mano a los hombros), la espalda. Es muy difícil ser político, porque es muy fácil criticar pero muy difícil gobernar.

-Y para terminar... ¿Cataluña?

-Una pena. No saben lo que están haciendo. Se están cargando una tierra maravillosa de una forma brutal. Y no van a sacar nada. Están haciendo que grandes empresas se vayan de allí y se ubiquen en Valencia, Madrid, Sevilla... No se merece Cataluña lo que está pasando.