Desde hace algunos años veníamos observando un auge del feminismo entre las estrellas más representativas del nuevo star system de Hollywood. La mayoría abrazaron la causa para poner de manifiesto las desigualdades entre hombres y mujeres.

Intérpretes como Jennifer Lawrence, Emma Watson, Jessica Chastain y por supuesto Angelina Jolie se convirtieron en abanderadas de un movimiento que parecía haber saltado de las páginas de los manifiestos intelectuales al ruedo del activismo mainstream. Personalidades como Lena Dunham a través de su serie Girls terminaron por sentar las bases del nuevo feminismo millennial y las redes sociales hicieron el resto. ¿Conciencia social o simple postureo? ¿Militancia u oportunismo?

Así estaban las cosas hasta que se destapó el escándalo de Harvey Weinstein. Ese fue el punto de inflexión. Las celebrities se unieron para rebelarse contra los abusos de poder, dejando a un lado el miedo y atreviéndose a apuntar con el dedo las actitudes machistas. Por primera vez las denuncias y la campaña #MeToo han tenido consecuencias.

Así que Hollywood ahora no ha tenido más remedio que tomar medidas extremas. Tolerancia cero para todo aquel sobre el que recayera la más mínima duda. El caso más claro ha sido el de James Franco. Ganó el Globlo de Oro por su interpretación en The disaster artist justo antes de ser acusado por varias mujeres por conducta inapropiada. Como consecuencia, unos días después su nombre no figuró entre los candidatos a los Oscar cuando su nominación se daba prácticamente por segura.

Sin embargo, no hay que irse muy lejos para destapar la hipocresía de la Academia de cine al respecto. Un año antes, Casey Affleck fue denunciado por varias mujeres por acoso durante el rodaje de I’m still here y las acusaciones volvieron a salir a la luz justo antes de la temporada de premios. Sin embargo, esto no supuso ningún impedimento para que consiguiera reconocimientos, incluido el Oscar por su trabajo en Manchester frente al mar. Este año algo así sería impensable.

Cara a la galería

En el ambiente parece flotar una pregunta… ¿se trata de medidas para apaciguar los ánimos de cara a la galería? Porque la realidad es que, hasta el momento, tan solo cuatro mujeres habían sido nominadas a mejor dirección hasta que Greta Gerwig se ha convertido en la quinta este año gracias a Lady Bird. ¿Ha aprovechado con ella la Academia la oportunidad para cubrir la cuota femenina?

Lo cierto es que este año había un buen puñado de películas dirigidas por mujeres que podían haber estado nominadas: Kathryn Bigelow por Detroit (¿demasiado incómoda?), Patty Jenkins por Wonder Woman (¿demasiado comercial?), Sofia Coppola por La seducción (¿demasiada poca repercusión?) y quizás la gran oportunidad perdida, la de Dee Rees por Mudbound (¿por ser de Netflix?), que hubiera sido la primera mujer afroamericana distinguida en esa categoría. Otras películas con un claro mensaje feminista también han quedado fuera de las nominaciones, como la comedia Plan de chicas o La batalla de los sexos, en la que Emma Stone interpreta a una tenista que luchó por los derechos de las mujeres a principios de los setenta. Como compensación, Rachel Morris se ha convertido en la primera mujer nominada en el apartado de mejor fotografía por Mudbound y Agnès Vardá, después de su Oscar de honor, podría ganar el premio al mejor documental por Caras y lugares. Resultan estas mínimas presencias suficientes?Para la actriz Amber Tamblyn, una de las voces más activas del movimiento Time’s Up, no es un problema de exclusión, sino de representación. El número de mujeres detrás de la cámara continúa siendo en Hollywood solamente de un 7,3%.

La pregunta es, ¿se quedará este clima de euforia como simple anécdota o habrá de una vez verdaderos cambios estructurales en el seno de la industria? Esa es la cuestión.