Su nombre, en realidad, era Elizabeth Jane Cochran, pero ha pasado a la historia como Nellie Bly, la primera reportera que se metió en el meollo de la noticia. La atrevida plumilla estadounidense subvirtió el género del reportaje al convertirse ella misma en la protagonista de sus artículos, adelantándose así casi un siglo a Hunter S. Thompson y al llamado periodismo gonzo. Nellie Bly trabajó en una fábrica para denunciar las deplorables condiciones laborales de las mujeres, durmió en un albergue destinado a indigentes, ingresó en un manicomio, visitó un fumadero de opio, acudió a una agencia de empleo corrupta con el fin de destapar sus malas artes y, en su actuación más sonada, batió el récord de Phileas Fogg y dio la vuelta al mundo en solo 72 días. Y, a todo esto, no lo olviden, estamos hablando de una mujer del siglo XIX.

La editorial Capitán Swing acaba de publicar una antología de sus textos bajo el título La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos… El libro permite ahondar en la figura de esta atípica pionera del periodismo que tuvo el coraje de ponerle a la sociedad de su época un espejo en frente para sacarle sus vergüenzas.

Nacida en Cochran’s Mills, Pensilvania, en 1864, en una familia muy modesta que no le pudo dar estudios y que tuvo que mudarse a Pittsburgh para subsistir, pasó una infancia y adolescencia difíciles. La periodista y crítica literaria Maureen Corrigan, autora del prólogo de la antología, atribuye a la muerte de su padre, cuando ella solo tenía 6 años, y al desgraciado nuevo matrimonio de su madre con un alcohólico y acosador, la naturaleza independiente, casi descarada, de la reportera, que aprendió a no depender de los hombres desde muy temprano.

En 1885, con 20 años, debutó en The Pittsburg Dispatch, con una columna (al principio había sido una carta al director, pero este, dada su calidad, la animó a transformarla en artículo) de respuesta a otra titulada Para qué sirven las chicas, de marcado carácter machista. La frescura del texto y el desparpajo de la joven convenció al director del Dispatch, quien la contrató y la bautizó, ya para siempre, como Nellie Bly. El entusiasmo de la reportera en ciernes duró poco, ya que los encargos de sus jefes -reportajes sobre moda, jardinería, peluquería, colecciones de mariposas…- no la motivaban en absoluto. Ella hubiera preferido escribir acerca de las penurias que sufrían las mujeres trabajadoras u otros temas sociales.

Encargo de Joseph Pulitzer

Así que, un año después de su fichaje por el Dispatch, se fue por su cuenta a México -eso sí, con su madre-, para escribir sobre el país. No hablar ni una sola palabra de español no la arredró. Allí pasó cinco meses, escribió una treintena de artículos -que fue publicando en el Dispatch-,y tuvo que volver deprisa y corriendo a casa cuando la amenazaron con meterla en la cárcel por escribir un artículo sobre la detención de un periodista que había criticado al Gobierno.

Regresó al Dispatch, sí, pero por poco tiempo. Había paladeado la épica del periodismo, y era incapaz de escribir de nuevo de conjuntos florales y corsés. De modo que se largó, pero antes le dejó una nota al editor: «Estimado Q. O.: Me voy a Nueva York. Esté atento. Bly». Genio y figura. Los que le sirvieron para ir a pedir trabajo al New York World, el de Joseph Pulitzer, burlando a los guardias de la puerta. No obtuvo un empleo convencional, pero salió de la redacción con una propuesta: fingir locura para lograr ingresar en el frenopático de Blackwell’s Island e investigar los lamentables abusos que sufrían las internas.

El reportaje sobre aquella experiencia fue un éxito, tanto que el World la contrató y le dejó la pista libre para escribir sobre lo que deseara. Su especialidad fue el periodismo de investigación cuando aún no se había ni inventado el concepto. Bly se reveló también como una notable entrevistadora. Aunque sus entrevistas eran más conversaciones que otra cosa. En ellas, adquiría -lo que ya era marca de la casa-un papel principal.

La verdadera fama le llegó en 1889 tras tener una epifanía: iba a batir el récord de dar la vuelta al mundo en 80 días que ostentaba un personaje literario: Phileas Fogg. Y, efectivamente, lo hizo. Empleó 72 días. Y, además, ganó la carrera a su colega Elizabeth Bisland, cuyo medio, la revista Cosmopolitan, le había encargado hacer el mismo itinerario en menos tiempo. La inmensa difusión que tuvo el viaje conllevó, sin embargo, un inconveniente y una decepción. Por una parte, Nellie Bly se había hecho tan conocida que eso le complicaba, incluso impedía, a partir de ese momento infiltrarse para llevar a cabo sus investigaciones periodísticas. Y, por otra, el World se negaba a subirle el sueldo. Así que se plantó.

Tras una etapa en la que hizo sus pinitos en la ficción y volvió al periodismo esporádicamente, se casó, a los 30 años, con un industrial que le sacaba 40, Robert Livingston Seaman, y se puso al frente de sus negocios siderúrgicos, pero tras la muerte de su marido y enredada en litigios de la empresa por un fraude del que había sido víctima, se fue a Europa. Corría 1914 y acababa de estallar la primera guerra mundial. Sus crónicas de esos días recogen lo que verdaderamente le interesaba: el sufrimiento de la población civil. A su regreso, en 1919, el New York Evening Journal, donde había publicado sus impresiones de la guerra, la contrató como columnista.

Murió tres años después, a los 57. Arthur Brisbane, el director del Evening escribió su necrológica, en la que la calificó como+ «la mejor periodista de Estados Unidos».