Entre el 21 y el 31 de mayo de 1938, los Junkers Ju 87A despegaron en el municipio tarraconense de La Sénia, pusieron rumbo al sur y soltaron unas 30 bombas de media tonelada en los cascos urbanos de Albocàsser, Ares del Maestrat, Vilar de Canes y Benassal, cuatro localidades de la provincia de Castellón sin ningún objetivo militar que justificara la operación. Oficialmente hubo 36 civiles y cuatro militares muertos pero se sospecha que fueron muchos más porque hay quien recuerda hileras de camillas con heridos graves.

Nieves Gralla tiene 92 años y estaba en Albocàsser en el primero de esos bombardeos. «Primero pasó La Pava (avión de combate Heinkel-46)», cuenta lúcida a este diario. Era el apodo del aeroplano de reconocimiento del que, por si acaso, convenía esconderse. «Algunas vecinas vinieron a esta casa -recuerda en su salón- y nos resguardamos bajo de la escalera. Cuando ya había pasado, no quería bajar pero mi padre insistió y bajé. Al rato tiraron las bombas en la calle de detrás y del temblor cayó un tabique encima de mi cama. Si no hubiera bajado me habría caído encima».

La Luftwaffe, la fuerza aérea germana, combinó en la guerra civil la ayuda al bando golpista con sus propios intereses ante el inminente conflicto mundial. El momento cumbre de esa doble estrategia fue el bombardeo de Gernika el 26 de abril de 1937. Allí, experimentó la eficacia de combinar el bombardeo en alfombra con el bombardeo en cadena y las bombas explosivas con las incendiarias.

La presencia del periodista George Steer del The Times frustró la intención de Franco de sembrar dudas sobre la autoría de una masacre que la República utilizó como propaganda. Además del famoso cuadro de Picasso ha dado para centenares de libros y artículos, para películas y polémicas. Aún hoy se discute si la cifra de muertos está más cerca de los 126 oficiales o de los 2.000 de los últimos estudios.

Mención en un libro

Pero de los bombardeos del Maestrazgo no se supo nada hasta que en el 2012 Òscar Vives, vecino de Benassal, encontró en el libro La Guerra Civil Española de Antony Beevor una referencia que se los atribuía a la Legión Cóndor y aportaba una escueta explicación a una acción que nadie entendía. «Les interesaba, sobre todo, verificar la precisión de los bombardeos de los Stuka con bombas de 500 kilos», afirmaba. El historiador inglés ha asegurado que esos bombardeos fueron «el arma de mayor importancia psicológica que ensayaron en España». Todo sería pues una prueba, con los habitantes de estos pueblos y sus casas como conejillos de indias.

Vives, profesor de Física de la Universidad de Valencia, se puso en marcha con el Grupo de Recuperación de la Memoria Histórica del S. XX de Benassal y rastrearon la referencia de Beevor hasta a los archivos militares ubicados en la localidad alemana de de Friburgo. Finalmente consiguieron el informe RL35/34, un documento de unas 50 páginas con 65 fotografías que recoge «los efectos de las bombas de 500 kilos» en esos cuatro pueblos de Castellón y que les permitió conocer los entresijos de la operación. Una primera pasada de un avión de reconocimiento que fotografió los pueblos intactos, después, las bombas de los Stuka, una segunda pasada para inmortalizar los daños y, finalmente, una visita al lugar de los hechos. «Las fotos demuestran que intentaban recoger la máxima información posible», constata Vives.

Al poco de empezar la guerra, Alemania había mandado un primer Stuka al sur pero era un modelo poco avanzado y volvió pronto a casa. Los Ju 87A llegaron a principios del 38 y participaron ya en la batalla de Teruel. Partida en dos la zona republicana por Vinaroz, los miembros del escuadrón Stukakette se instalaron en el aeródromo tarraconense, un cuartel general bien comunicado y cerca del mar que habían construido los rusos meses antes. En aquel paradisiaco enclave alternaban sus jornadas laborales de bombardeo con paseos por la zona con sus cámaras de fotos al cuello.

Símbolo de los primeros triunfos de la Alemania nazi al inicio de la contienda mundial, los Stuka eran biplaza, con alas en forma de gaviota invertida y muy precisos, pues al soltar sus bombas a apenas 500 metros del objetivo acertaban en un radio de 5 metros cuadrados del blanco.

Hasta aquel mes de mayo atacaron con bombas de hasta 250 kilos pero, con el frente parado, decidieron probar con unas del doble de peso. «En Friburgo tuvimos en nuestras manos el libro de instrucciones de operación y montaje de los Junkers 87A, en el que pone explícitamente que la carga máxima era de 250 con 45 kilos de munición», recuerda Vives. Los números, desgrana, son fáciles. Se quita el peso del segundo piloto, la munición y se reduce el combustible. Esa ecuación señaló los objetivos en el mapa. Eran los cuatro primeros pueblos en manos de los republicanos y sin protección aérea al sur de La Sénia. Esa fue su condena.

Como en Gernika, la falta de órdenes escritas deja la incógnita de cuándo lo supo Franco, que había prohibido bombardear cascos urbanos sin un permiso expreso. «La Legión Cóndor tenía cierta autonomía pero desde luego mandaban informes al cuartel general franquista. Tuvo que tener conocimiento, antes o después», señala el profesor.

Comprobación sobre el terreno

Lo tuvo que saber, entre otras cosas, porque los alemanes no se escondieron y a mediados de junio, con la zona ya en manos franquistas, comprobaron sobre el terreno la devastación causada. Pero como allí no había un Steer, el franquismo triunfó con su avanzada fake news de que los republicanos habían bombardeado sus propios pueblos. «En Benassal -explica Vives-, murieron tres hermanas y su padre, que era uno de los jefes del partido carlista y estaba encerrado en el cuartelillo, siempre culpó a los republicamos».

Pero a los responsables de las matanzas les supo a poco. «Mi padre se encontró a los alemanes en su visita -explica Gralla- y le dijeron que las bombas no habían hecho efecto, que si hubiera salido como querían no habría quedado una piedra sobre otra en 500 metros a la redonda». Vives apunta que «como las bombas pesaban tanto, se metían demasiado en el suelo y no destrozaban como querían».

Pero pese al fracaso, la nonagenaria asegura que «los escombros en la calle llegaban hasta el primer piso».

Había aún otro objetivo que era sembrar el terror y ése lo lograron. Hay quien apenas recuerda el bombardeo pero sí el ruido que lo acompañaba. Tomás Ferrer es el marido de Nieves y tiene 93 años. Él estaba en la cercana Culla y recuerda que «eran aviones mucho más grandes que La Pava y que Los Pavitos (los cazas que les resguardaban)». También tiene esa imagen otro superviviente, José Miguel Sebastià, vecino de Ares. «Murió mucha gente, se cayeron muchas casas pero son demasiados años para acordarme. Me viene como un pensamiento. Los que tiraron las bombas eran aviones muy grandotes y hacían mucho ruido», afirma. Las responsables debían ser las famosas Trompetas de Jericó, dos sirenas que emitían un ensordecedor bramido mientras el avión se lanzaba en picado. Cuando el 31 de mayo, tras soltar la última bomba, se callaron, empezaron 70 años de silencio.