-Comencemos por la infancia...

-La primera etapa fue en Jaraíz de la Vera. Mi padre trabajaba allí de electricista en la Eléctrica de Cáceres. Mi madre vino a dar a luz en la Casa de la Madre un día de Nochebuena de 1946, por lo tanto estoy a punto de cumplir los 72 años. Retorné a Jaraíz, donde estuve hasta los 10. A partir de ahí, con el traslado a la ciudad, la barriada de Pinilla fue la que nos acogió como vecinos, aunque yo tenía muchas connotaciones con Cáceres porque los veranos venía a pasarlos con mi abuelo, que vivía en la calle Caleros. Por lo tanto, el cacereñismo me viene desde la cuna.

-¿Qué ha cambiado en Cáceres?

-Socialmente hay un mayor acercamiento de las clases sociales, en el sentido de que antes la masa obrera estaba más encasillada en determinados barrios y podíamos hablar prácticamente de lo que era San Juan para arriba, San Juan para abajo. San Juan para abajo incluía la plaza de Italia, la plaza de toros, la barriada de San Blas, Pinilla, las autoconstruidas... eran casas donde generalmente solían vivir las familias obreras. Y de San Juan para arriba, lógicamente con las excepciones que puedan darse, vivía la gente de la burocracia: los administrativos, los funcionarios, los profesionales de titulaciones: abogados, médicos... San Juan marcaba prácticamente la frontera en todos los órdenes porque incluso en las zonas de esparcimiento de la propia juventud también se notaba. Le he leído a usted lo de Cursilandia para la gente más acomodada y la zona de Pintores y los portales para los que éramos un poquito más...

-¿Un poquito más qué?

-Más humildes, con menos recursos. A veces nos daba la curiosidad y acudíamos a aquellas otras zonas, pero en eso sí se notaba una diferencia social grande.

-Usted fue profesor de francés...

-Fue una etapa muy concreta por una petición que me hizo el superior del Colegio San Antonio cuando doña Emilia, que era la profesora titular, estaba en estado. La sustituí, lo cual fue un honor enorme porque yo había sido estudiante allí, había hecho allí todo mi Bachillerato hasta el Preu, y por lo tanto volver me significó una gratificación moral y personal muy interesante. Luego pasé a estar adscrito al claustro de los profesores de Primaria durante dos o tres años, pero realmente lo que fue la labor como enseñante la llevé más a la práctica en la Academia Santiago, que teníamos configurada tres compañeros en la plaza de Santiago, y por allí pasaron cientos de chavales. Aquella academia me dio, probablemente, la posibilidad de darle a la gente lo que ha sido para mí una obsesión, he sido siempre muy altruista y los conocimientos si se los guarda uno y los alberga para sí es de un egoísmo que no va conmigo. Hay que irradiar, comunicar, hacer partícipe a los demás de lo que tú puedas saber.

-¿En qué son mejores los franceses que los españoles?

-Francia ha ido siempre a la cabeza de la vanguardia de Europa en cuanto a cultura, reivindicaciones y comportamientos sociales. España ha ido más a remolque. Estamos hablando de los años 50, 60, 70. Luego las cosas se han ido igualando, pero aún así no hay que dejar de reconocer que las potencias de primer orden, Reino Unido, Alemania, Francia... siempre llevan un nivel por encima del nuestro.

-Y en este contexto está Cáceres. ¿Usted cree que agoniza?

-Son puntos de vista muy personales. Hay gente que puede tener argumentos para ello. A mí, sinceramente, Cáceres siempre me ha enamorado en el sentido de que he visto condiciones ideales para la convivencia, una tranquilidad y una seguridad, con un complemento que probablemente no haya sido utilizado de la forma más correcta para una mayor divulgación de nuestro patrimonio. Me refiero al conjunto monumental que, siendo envidia absolutamente de todos los que vienen a visitarnos, se mantiene la extrañeza de cómo es posible que si no en el anonimato, sí pueda estar a unos niveles de conocimiento muy reducidos por parte del gran público nacional e internacional. La perspectiva cambia cuando se descubre Cáceres por vez primera, pero los que vivimos aquí tampoco hemos sido capaces de impulsar a todos los niveles, social y político, lo que debería corresponder a una denominación que tiene por detrás un título de Patrimonio de la Humanidad.

-¿Como guía turístico que ha sido, qué hace falta para impulsarla?

-La ciudad lo tiene casi todo, pero no se puede dejar que sea inerte, que sea la propia monumentalidad la que describa o proyecte el futuro de este conjunto por sí solo. Son las personas las que tienen que propiciar que eso sea el sello de Cáceres. La circulación en la ciudad monumental, los estacionamientos, son algo que todas las corporaciones se comprometen a eliminar y ninguna es capaz. Y luego hemos de reconocer que Cáceres, teniendo el conjunto más armónico y completo de España, no tiene monumento con nombre propio, porque las ciudades que son hoy en España emblemáticas del arte y el turismo, están asociadas a la ciudad. La Giralda es de Sevilla, la Mezquita de Córdoba, el Acueducto de Segovia, la Alhambra de Granada, la catedral de Burgos. ¿Y el qué de Cáceres? La ciudad monumental es tan general que nadie se hace una idea; y sobre todo porque esa Giralda, esa Mezquita, esa Alhambra o ese Teatro Romano de Mérida lo han visto los niños en la escuela y los escolares de Italia, Alemania, Nueva Zelanda, porque estudian el arte de España, pero de Cáceres no han visto ni un solo monumento. Aunque nuestro entorno no lo tenga nadie.

-Lo que ocurre es que no tenemos río, ni esa industria que perdimos tras el cierre de las minas de Aldea Moret. ¿No cree que con el turismo no es suficiente y que le hemos dado la espalda a la industrialización?

-Pero eso ha pasado en todas partes: los altos hornos de Bilbao y Vizcaya, las grandes industrias del tejido de Cataluña, los astilleros de Cartagena, de San Fernando o de Ferrol... Es que la transformación económica pasa por otros parámetros. Y cierto que Cáceres tuvo esos yacimientos, pero la evolución industrial y social exige ya de otros métodos. Lo que sí se podía haber hecho es, si no reconvertirlos, al menos haber buscado otras alternativas; pero para eso se necesitan recursos. Ahora nuestros polígonos industriales son almacenes, más que industrias de transformación propiamente dichas.

-¿Entonces tenemos que renunciar a esas grandes firmas?

-Es que esa no es la industria cacereña, es la industria importada de otros señores que quieren extender su campo de actuación y de ventas. Las franquicias pueden tener cabida, pero no es Cáceres una de las ciudades que cuenta con más atractivos a la hora de acoger esas industrias. De ahí que surjan tantas comparaciones con Badajoz, que todo se va allí, que aquí se ponen problemas a las iniciativas privadas, que los alquileres son muy caros... Por eso hay que buscar soluciones; a ver si en ese sentido se puede desarrollar más la ciudad.

-Y en medio, las comunicaciones...

-En carreteras no veo tantas carencias. Pero el tren sí es la gran asignatura pendiente, sobre todo después de la supresión del Lusitania, que nos unía con Portugal. El AVE, después de tantas promesas, ya podríamos estar disfrutándolo si se hubieran cumplido todas.

-¿Cómo llega a la radio?

-Fue curioso, porque yo había terminado mis estudios y al no poder por temas económicos hacer la carrera en Salamanca, entre mi padre y un capitán amigo suyo se encargaron de meterme voluntario en la mili. En el año 68 se había anunciado que iban a abrir una emisora en Cáceres, que se llamaba Radio Popular. Asistí a unos cursos de formación que se impartieron en la primera planta del edificio Coliseum, donde luego se instaló la emisora. Pero cuando se inauguró la radio yo estaba haciendo el servicio militar y no pude incorporarme con los compañeros que entraron. Consecuencia: me quedé sin plaza en la primera de las plantillas. En la academia donde dábamos clases, Florencio Bañeza, que terminó siendo director de la emisora, era alumno nuestro. A mí me habían regalado un magnetofón pequeño, de cintas pequeñitas para escuchar música en el coche. Y le encargué que me grabara una cinta. Me acompañó a la emisora. Era el año 70, cuando se habían separado Los Beatles. Era y soy un forofo de Los Beatles y estaban haciendo un programa sobre ellos. Le pregunté a Jeremías Clemente Simón, que entonces era el control, que quiénes eran los invitados. Me dijo que eran unos que sabían mucho de Los Beatles. Entonces le comenté: «Pues ya han metido la pata tres veces». Jeremías me sugirió: «Como te gustan tanto Los Beatles vente mañana y los ayudas». El director de la emisora, que era don Celso Bañeza, me dijo: «Pues tú vente por aquí, tú no te preocupes, que si no hubo oportunidad la primera vez, ya la habrá». Al final terminé haciendo un programa de Los Beatles, que duró un año y pico, que se llamaba ‘La hora B’. Y me dediqué a la discoteca. Estoy hablando de 1970. En el 71 hacían Deportes en la radio Julio Melchor, y su cuñado Francisco Antonio Tato. Yo era todavía futbolista. Me dijeron que fuera a ayudarles, pero claro, me tocaba hacer la crónica de los humildes, entre ellos el Cacereño Atlético, donde yo jugaba. Me parecía muy atrevido destacarme a mí mismo si yo jugaba bien; así que decidí dejar el fútbol. Los dos de Deportes se marcharon y a partir de ahí comenzó mi andadura en la radio en 1971 como profesional, y así hasta la jubilación, que se produjo cuando llegó la edad reglamentaria, a pesar de que el bicho es tan tan tan poderoso que no me resisto a pasar cada semana dos veces por la emisora con alguna colaboración pequeñita para matar el gusanillo. La radio me ha permitido conocer media Europa, sobre todo con los viajes que hice con el Cáceres de Baloncesto y esto no deja de ser gratificante, sobre todo cuando has hecho lo que has querido, te ha sido reconocido el trabajo, te ha sido compensado y te ha permitido tener acceso a unos niveles y situaciones muy concretas de las que hoy estoy muy orgulloso.

-Ha sido locutor deportivo junto a grandes como Tomás Pérez, Andrés Sierra, Manolo Fernández o Carlos Tejado y también con la nueva hornada: José María Ortiz, Javier Ortiz, Jaime Jiménez, Juan Carlos Vera...

-Todos compañeros. Para mí el corporativismo entre los compañeros ha sido algo que siempre he tenido como norma fija. Hacer piña entre el colectivo. Las relaciones eran intensas, primero porque compartíamos, como a ti te pasa en otras facetas de la actualidad, el deporte, que probablemente era la actividad dentro del mundo de la comunicación que menos te comprometía socialmente, porque a veces los pensamientos, la ideología, te condicionan luego a la hora de verter tus sensaciones a los demás. Y en eso parece que el fútbol encasilla menos que la información política, que llega a definirte en muchos casos. De todos los compañeros guardo un grandísimo recuerdo, y a pesar de que poco a poco por la lógica situación generacional vayamos quedando cada vez menos, porque los años no pasan en vano, con los actuales, con los compañeros que ejercen la información deportiva hoy en Cáceres, trato de mantener ese vínculo que me permita no digo enseñarles, porque aquí no va uno de maestro de nada, pero sí cuanto menos compartir esas sensaciones. Y agradezco muchísimo que de cuando en cuando se me consulte algún tema concreto.

-¿Qué cree que la nueva generación puede aprender de ustedes?

-Nosotros, que no tuvimos que pasar por la Facultad de Ciencias de la Información porque nació en 1971 y la mayoría ya llevábamos un tiempo, hicimos del periodismo nuestra profesión, más que nuestra titulación. Pero no nos engañemos, España es un país de titulitis y parece que solamente puede ejercer una actividad concreta aquél que tiene el reconocimiento por los estudios cursados. Yo no tuve necesidad de ir cinco años a la facultad, como habéis tenido que ir muchos de vosotros, para conseguir una formación que me permitía comunicar, yo no digo con la misma altura que podían hacerlo los titulados, pero en realidad las empresas se plantean que lo que importa es el rendimiento del profesional. Y el rendimiento no te lo da un título, te lo da tu formación, tu credibilidad, y para eso lógicamente, años más tarde, en los 80, cuando comenzaron a aparecer las titulaciones de Periodismo y se reinvidicaba, con toda justicia, lo que era un puesto en los medios de comunicación, las empresas se vieron atrapadas de pies y manos, porque tenían gente formadísima sin título y gente con título sin formación. Y entonces se tuvo que arbitrar una fórmula por la cual fueron reconocidos nuestros conocimientos y nuestra formación y se nos recogió e inscribió en el registro de los profesionales de radio y televisión. Estos chavales que ahora mismo ejercen seguro que van a aprender mucho más en las redacciones, en el día a día, porque esa es la auténtica escuela del periodismo.

¿Habla del baloncesto, qué pasó para que el Cáceres ACB se diluyera?

-Pues lo que ha pasado tantas veces en Cáceres: la apatía. El pueblo cacereño no se vuelca en proyectos y casi todo quiere que se lo den hecho y se exige mucho y se oferta poco. Y es más, hasta cuando hay algo especial y se les reclama la ayuda, protestan. El Cáceres de Baloncesto fue una situación que se dio gracias a que en aquel aniversario del 92 había muchas cosas que podían hacerse y las instituciones se volcaron. La Junta, el ayuntamiento, la diputación, la Caja de Extremadura y el tejido industrial de Cáceres apostaron por un proyecto que logramos de rebote, porque nos encontramos el ascenso casi de rebote, porque no era una plantilla para ascender. Enfrentamos una situación y un estatus que era ascender a la liga más importante de Europa. Eso había que mantenerlo, pero con el recorte de ayudas todo eso se resintió. Y afortunadamente hemos podido resistir hasta ahora en la LEB Oro gracias a que todavía hay gente comprometida. Pero el público debe contribuir a que eso siga, que no se lo den todo hecho.

-Pasa lo mismo con el Cacereño...

-Del Cacereño mejor no hablar porque después de la conversión en sociedad anónima deportiva ha perdido la identidad que tenía con la ciudad en el sentido más estricto de la palabra, de cacereñismo, de paisanismo, regentado por un señor que primero era de Salamanca, luego que era de Zafra, luego vino una mejicana, ahora ha venido uno de Chile... ¿qué afectos pueden tener esos señores que no sean intereses propios para venir a hacer grande a un equipo de Cáceres, por qué no lo hacen en su tierra? Porque no les interesa más que su propio cartel publicitario y comercial y el Cacereño pienso que cavó su tumba porque dejó de ser un patrimonio de la ciudad, y tiene difícil solución hasta que no sea regentado y organizado y gestionado por cacereños. Y por supuesto, las entidades públicas no pueden favorecer a un club privado.

-Así que para terminar esta entrevista, querido Mangut, nunca volveremos a ser como antes...

-Eso nunca. Ya quisiera yo volver a tener 15 o 20 años (risas). Yo tenía un profesor de Filosofía, el padre Ángel Orduña, que me lo dejó muy claro: hay que ser realistas y el pasado ya no es, el futuro todavía no es. Solo es el presente, pero es efímero. Volver al pasado es imposible, así que vamos a mirar el presente tratando de hacer un futuro mejor para Cáceres.