Desde finales de los 80, el arquitecto holandés Rem Koolhaas ha creado obras tan fascinantes como el Kunsthal de Rotterdam, la Casa da Música de Oporto, la Biblioteca Central de Seattle y, por poco (al final el proyecto se canceló), el Centro de Congresos de Córdoba.

¿Qué tienen estos edificios en común? No un estilo en concreto, sino más bien el modo singular en que responden a necesidades específicas. Para Tomas Koolhaas, el estilo de su padre es el «no estilo»: «Existe una cierta filosofía que salta de un proyecto a otro, pero, en realidad, para cada trabajo empieza desde cero y se hace todas las preguntas necesarias de nuevo», nos explica este ya veterano director de fotografía pasado a documentalista.

Con su notable película REM, que mañana se podrá ver en Movistar Xtra (22.30) y estará disponible bajo demanda, Tomas quería explorar esa «cierta filosofía» que impulsa el trabajo de Rem Koolhaas y también el lado humano de lo que hace, a menudo obviado en documentales sobre él u otros arquitectos. «Para mí, era importante tratar ese aspecto: Rem da mucha importancia a la colaboración y siempre ha reconocido el papel de toda la gente involucrada en una obra, desde los clientes a los compañeros de trabajo -en la afamada OMA (Office for Metropolitan Architecture)-, pasando por los obreros de la construcción».

La opinión de los sin techo

Para Tomas Koolhaas, uno de los mayores problemas del cine sobre arquitectura es que suele acabar siendo, casi siempre, una lección árida y académica. «Yo quería evitar esa idea. Busqué una perspectiva realmente subjetiva -desde el punto de vista de Rem Koolhaas, cuya voz en off domina la narración- y quise incluir historias de gente común o que no se dedica a la arquitectura».

Cuando visitamos la Biblioteca Central de Seattle, quienes hablan sobre el edificio no son colaboradores de Rem Koolhaas, ni un par de críticos, sino Chris y Phil, dos personas sin hogar que han encontrado allí una especie de refugio de la soledad y el dolor. «Para gente como ellos -explica el director-, el efecto de un edificio es especialmente importante porque sus vidas son frágiles; no tienen cubiertas las necesidades básicas. Pequeñas decisiones de diseño pueden afectar a su mundo de forma positiva o negativa. Por ejemplo, la decisión de incluir una habitación donde puedan tocar instrumentos musicales marca una diferencia realmente positiva».

Como explica Rem Koolhaas en la película, un edificio tiene dos vidas: por un lado, la imaginada por su creador, y por otro, la que arranca cuando se acaba la construcción y la gente entra en él para empezar a usarlo. Es una de las infinitas ideas en una masterclass de pensamientos reveladores sobre arquitectura y arte y vida. Rem Koolhaas expone sus teorías a la vez que exhibe sus sentimientos profundos, dejando ver un lado vulnerable de su personalidad poco conocido. Tomas Koolhaas es un privilegiado. ¿Las ventajas de ser su hijo? «Sí y no. A Rem no le gusta que le filmen, se pone nervioso, pero siendo yo quien filmaba se sentía más libre para revelar aspectos íntimos de sí mismo. Pero creo sinceramente que también fue cuestión de hacer las preguntas adecuadas. Casi siempre le hacen la misma clase de preguntas, siempre basadas en ideas de arquitectura. Yo no soy ningún experto en la materia, así que hice preguntas más filosóficas y humanas, lo que derivó en esas respuestas generosas».

Tomas Koolhaas también da respuestas generosas, salvo cuando se le pregunta si alguna vez quiso ser arquitecto. «Nunca», se limita a decir. Culpen a la ansiedad de la influencia. Pero, desde luego, admite felizmente haber estado marcado desde niño por la altura intelectual de su padre. «Cuando era pequeño, él trabajaba en casa, así que… Imagínese. Tenía a gente del estilo de Zaha [Hadid; la famosa arquitectura neodeconstructivista que nos dejó en el 2016] cenando en casa cada noche. Eran días importantes para el desarrollo de la OMA, y crecí alrededor de una energía y una clase de conversaciones que fueron muy influyentes en mi joven mente». Tomas Koolhaas llegó a involucrarse manualmente en una de las obras que más tiempo de pantalla tienen en REM: la fascinante Maison à Bordeaux, una residencia privada con necesario núcleo maquinal. «Excavé un montículo para el jardín y ahí sigue», dice, orgulloso.

El ejemplo de Soderbergh

Tomas Koolhaas ha aprendido nuevas cosas haciendo esta película, tanto a nivel filosófico como artístico. Siguiendo a su padre alrededor del mundo y filmando paisajes y construcciones contrastados, ha desaprendido su propia idea de belleza para entender que, a veces, lo menos cuidado es lo más bonito: «Tenía inclinación a filmar todo de forma, digamos, bonita porque es lo que los clientes buscan cuando te contratan. Cuando empecé a hacer esta película, quería que cada plano fuera eso, bonito, pero muy pronto advertí que los planos más crudos eran los que mejor funcionaban. La vida no es siempre bonita, y la fotografía de REM debía reflejar eso si quería hacer una película que respirase autenticidad».

Un poco al estilo de su padre, a la hora de diseñar visualmente la película tuvo en cuenta más que nada las necesidades específicas del proyecto. «Cuando me preguntan sobre otros directores, sobre posibles influencias, suelo decir que ninguno fue importante. Pero algunos documentales hechos de forma poco tradicional me animaron a experimentar y confiar en mis instintos: clásicos como Baraka y Samsara, o Bebés, o The Carter, el documental sobre el rapero Lil Wayne».

¿Ni siquiera el polivalente Steven Soderbergh ha sido una inspiración? Se diría que es factible, habiéndose encargado Tomas Koolhaas, como suele hacer Soderbergh, de la fotografía y el montaje de su propia película. «Eso es verdad. Cuando la gente me dice que estoy loco por querer hacer todo eso a la vez, siempre saco el ejemplo de Soderbergh. Pero lo interesante es que, además, ha popularizado técnicas que yo mismo he usado en REM, como usar tratamientos de color radicalmente diferentes para cada localización y jugar con la falta de sincronización deliberada del diálogo en algunas escenas».

Ese juego con el diálogo, como el constante uso de la música o un montaje siempre astuto, convierten el visionado de REM en sesión de hipnosis. Esta película no debería verse (no al menos la primera vez) tomando notas en una libreta, sino, simplemente, dejándose arrastrar: «Quería que la película fuese una experiencia visceral, inmediata y subconsciente. En lugar de enseñar cosas al espectador, quería que se dejase llevar en un viaje constante y fluido entre lugares y perspectivas; dentro y fuera de las cabezas de la gente y las historias».