Jacqueline du Pré convirtió el violonchelo en un volcán de sentimientos. En el escenario su cuerpo vibraba con cada nota, mientras la larga melena dorada se cimbreaba en el aire. Nadie había entendido de manera tan dramática y desgarrada ese venerable instrumento. Su estilo era único e hipnotizador. Viéndola un día interpretar a Haydn, el entonces joven príncipe Carlos, decidió tomar él mismo clases de violonchelo. El público la adoraba, la crítica la situó en el olimpo. Genio precoz, niña prodigio, su matrimonio con Daniel Barenboim y su trágica retirada en la cumbre de la fama, la convirtieron en un mito. Una leyenda que sobrepasa el ámbito de la música clásica.

El jueves se cumplieron tres décadas que Jackie, como la llamaban los que la conocieron, moría en Londres a los 42 años a causa de una esclerosis múltiple. La enfermedad la había postrado hacía tiempo en una silla de ruedas y había puesto un abrupto final a su carrera. Deprimida, débil, acabó su vida envuelta en la misma soledad que la había perseguido desde la infancia.

Jackie (Oxford, 1945), hija de un contable y de una profesora de piano, comenzó a los cinco años a tocar el violonchelo. Tímida, retraída, aquel enorme instrumento, tan alto como ella, se convirtió en su amigo inseparable y en su modo de expresión. Desde ese momento su madre encarriló el talento innato de la niña con disciplina inflexible. La atención materna le valió la envidia de sus dos hermanos. Más tarde, ya muerta, se vengarían con un libro escandaloso tratando de desacreditarla.

No tuvo amigas, ni tiempo para jugar. A los nueve años dedicaba cuatro horas diarias a las clases de música. El tiempo libre era para el violonchelo. Jacqueline vivió aislada, en una burbuja que se prolongó a lo largo de toda la adolescencia. Su vida social era inexistente. Su madre la acompañaba permanentemente y aunque la familia vivía en el centro de Londres, la primera vez que tomó el metro tenía 17 años. Dos años antes, había sido la participante más joven de las clases magistrales que impartía en Suiza Pau Casals.

Carol Easton cuenta en su biografía sobre Jacqueline du Pré que el maestro español, de 84 años entonces, tras oírla tocar le preguntó que de dónde era. Cuando la adolescente le contestó que inglesa, Casals no la creyó. «Imposible, con ese temperamento musical tan desbordante». A Jackie, Pau Casals le pareció demasiado dogmático en sus enseñanzas. Su relación fue mucho más cordial y fructífera con Mstislav Rostropóvich, que la tuvo como alumna en Moscú y quedó deslumbrado por aquella chiquilla, que entonces llevaba pelo corto y se vestía sin el menor glamur. «De todos los violonchelistas que he conocido de esta generación, tú eres la más interesante», le dijo. «Puedes llegar muy lejos. Más lejos que yo».

El debut oficial tuvo lugar en Wigmore Hall de Londres al cumplir 16 años, con un Stradivarius construido en 1673, que actualmente posee István Várdai. El concierto fue apoteósico. «Hablar de ella como una promesa sería insultante. Tiene una maestría increíble para alguien tan joven», escribió el crítico del diario The Times. Solista de talla mundial a edad prematura, su Concierto para violonchelo de Elgar se convertiría en la pieza obligada de su repertorio. En 1967, enamorada, se casó en Jerusalén con otra estrella, Daniel Barenboim, después de convertirse al judaísmo. Su familia jamás se lo perdonó.

El director de orquesta y la chelista era la pareja del momento. La prensa los comparó a Robert y Clara Schumann. Juntos realizaron giras por el mundo y dejaron para la historia fabulosas grabaciones de Beethoven y Brahms. Pero Jackie se cansaba más y más. La vista le fallaba, los dedos entumecidos no respondían. Lo que en principio se atribuyó al estrés, terminó siendo el mal degenerativo, que la obligó a abandonar el chelo para siempre en 1972. Tenía solo 27 años.