Como es invierno, hace frío y llueve, para compensar por la tarde me puse a escuchar a María Jiménez (como ripio, pésimo). Ella es artista racial, sanguínea, con canciones cuya letra es biográfica o casi. Quiero decir que allí no hay trampa ni cartón ni impostura: vive, con voz rasgada, lo que canta, canta lo que siente y siente una vida llena de desgarros, amores y dolores, penas, penitas penas y alguna alegría (Qué felicidad la mía de estar contigo y amarte con rabia). Eso sí, carácter tiene la señora y convendrán conmigo que cuando a alguien se le atribuye ‘carácter’ en la mayoría de los casos se quiere decir que, por lo menos, lo tiene chungo. Y vamos a dejarlo así, gitana (que lo es).

Cuando María Jiménez canta ‘Se acabó’ es porque efectivamente ella acabó con un prenda puñetero, nadie se lo ha contado, se lo propuso y ‘ahora ya mi mundo es otro’; y cuando entona con Miguel Poveda eso de que ‘tú le has transmitido a mi corazón el sentir con ganas’ lo dice con tal tono, timbre y compás que uno lo siente a flor de piel, sin pamplinas. Parece como si sus canciones se las hubieran compuesto al alba tras una noche de trasiego, bebiendo la vida no a sorbos sino a tragos, ‘en mi boca verdadera’.

Es tremenda esta mujer, catedrática en mal de amores en un mundo de analfabetos del querer (donde es mejor querer y después perder que nunca haber querido), artista que une vida y canción, personalidad y estrofas, latir cantado de manera descarnada. Tiene versiones de canciones, de Sabina por ejemplo, que sencillamente son maravillosas y baladas mexicanas de José Alfredo Jiménez, sublimes (y de México en mi casa algo sabemos). Así de charro. ‘Amanecí otra vez entre tus brazos y desperté llorando de alegría’ y uno va... y amanece. Les recomiendo su último disco (si es que todavía se llaman así), La vida a mi manera, muy apropiado nombre para lo suyo y verán que cuando dice: ‘Te estoy queriendo tanto’ uno va... y se lo cree.