Mérida comienza a envolverse en niebla. Es la época. Las nieblas de la mártir. Se han escrito infinidad de artículos relacionados con ese recogimiento que supone estas nieblas, sobre todo al anochecer, cuando alguna farola se ve a lo lejos como una estrella que quiere nacer en un rincón emeritense.

Es una niebla distinta. Se mastica. Se palpa y se medita en ella. Ese escalofrío te sobrecoge, y al pasear, o ir al hornito a ver a la niña te acompaña, como si estuviera a tu lado, es ese espíritu que tiene Mérida en los momentos de la niebla.

El silencio se toca. Se respira con sentimiento y recuerdas tu niñez. Muchos salen de casa sólo a dar un paseo en esa niebla, adentrarse en ella y caminar sin rumbo.

Me encanta la niebla, no sólo al atardecer, sino en el alba, al comenzar la mañana, y ver como poco a poco aparece el día. La luz. La esperanza.

Mérida vive unos días que sólo pueden entender los que han pasado aquí muchos años. No sólo los que nacieron, también los que paseamos de la mano de la novia en aquellas frías tarde de finales de noviembre y diciembre.

Ese paseo en la niebla con la novia no se olvida. Con tus hijos, y ahora con tus nietos, enseñando que detrás de esta niebla está la mártir con todos los emeritenses que ya nos faltan.

Este año no estará Vicente Castelló que tanto la quería y que le encantaba ir al hornito a visitarla. Fue su última visita. Y, estará a su lado y en esa niebla lo vemos en su compañía, como tantos emeritenses desaparecidos y todos, en esa niebla, nos unimos como una gran familia que quiere y siente a esta ciudad.