No recuerdo un mes de marzo tan lluvioso. Normalmente a estas alturas tenemos ya fines de semana de sol en los que lanzarnos a las terrazas o al campo. Sin embargo este año la lluvia no cesaba y mustiaba el carácter de la gente tan poco acostumbrada a ver cielos grises cada día. Un agua que incluso estaba siendo perjudicial para los cultivos casi siempre sedientos.

El barrio del Bizcocho, hizo honor a su nombre, empapándose y recibiendo casi en el descansillo de sus casas a un Guadiana demasiado cercano. Con los ojos puestos en San Antonio y la zona de la Cruzcampo, no podíamos dejar de mirar el manto parduzco que había cubierto la ronda de los Eméritos y ocupado un ferial que casi sin duda no podrá acoger al mercadillo la próxima semana. En la calle Anas un río excesivamente cercano, lamía las barandillas de la acera que pasea entre la carretera y el terraplén que da al parque, sobre todo a la altura de la depuradora.

El pasado martes, entre lloviznas, unos tímidos rayos de sol arrojaban luz sobre el rápido caudal de nuestro río, ahora chocolatoso y ancho, más hinchado de lo que mi memoria pueda recordar. La breve tregua del tiempo, había soltado las compuertas que retenían a los emeritenses encerrados en sus casas y habían salido a la calle contentos de ver el sol, cámara o móvil en mano, para ver curiosos como el Guadiana había reclamado un cauce mayor, quedándose para sí con los maravillosos paseos que descansaban verdes en sus orillas y que han conseguido mejor que ninguna otra medida pensada para incentivar estilos de vida saludables que los emeritenses salieran a hacer ejercicio con sus niños a las zonas de juego diseminadas a lo largo de estos parques, a andar, correr, ir con la bici o con sus mascotas. Un entorno de ocio saludable en el que convivir con la naturaleza y la diversidad, sobre todo de avifauna, que nos regala el Guadiana. Ahora todo ha sido engullido por el agua y tendremos que ser pacientes hasta que logremos recuperarlos.