El puente nos han traído la mala noticia de la muerte de Alfonso Valverde Palencia. Estábamos fuera. Nos sorprendió, como nos sorprende cada vez que un amigo nos deja. Días antes tomábamos una copa con él y Eduardo Valdés en el bar de Sebas, en la plaza de abastos. Buen vino, a cuarenta céntimos, y los lunes unas bogas, exquisitas, que presumíamos de saberlas comer, que no es fácil.

Alfonso era un magnífico oftalmólogo, buen jugador, entrañable persona y amigo de la caza. Todo lo hacía bien. Hizo sus pinitos en el fútbol con Carlos Chacón; tirador de pichón con innumerables trofeos y un conversador incansable. Socarrón, con un sentido del humor que le hizo tirarse más de un farol a la mismísima muerte, ésta, que no perdona, se la jugó en su mismo terreno, en la residencia de Mérida, mientras hacía una visita rutinaria a su mujer. Tenía que cogerle descuidado.

Le veía por la calle Félix Valverde Lillo, su abuelo, o por la calle Santa Eulalia. Nos parábamos a contarnos algo. Deseaba siempre estar al tanto de los acontecimientos.

Hace años que el corazón le comenzó a fallar. Nunca hizo caso de sus compañeros de medicina y siguió sus instintos. Fumaba. No se cuidaba y nos dio varios sustos. Era de esos hombres que se les quiere desde el principio. Bonachón, con una sonrisa que te daba confianza. Se le recordará siempre. Son de las personas que hacen historia en cada una de las parcelas que tocaba. Adiós Alfonso.