TEtn mi época, las bodas era un acontecimiento de magnitud fuera de lo común. No había restaurantes y la familia tenía que hacer el menú según sus posibilidades. Los menos pudientes tenían que ceñirse a los rodeos , ofrecer dulces y, al mismo tiempo, pasaban dos copas, una para el coñac y otra para el anís. Todos bebían de los mismos vasos; en aquellos tiempos eras inmune a todos los microbios. Los virus no existían. Ahora hasta son mutantes y, si te cogen, hasta luego, Lucas . Ahora, los médicos tienen ahora una salida extraordinaria cuando no dan con la enfermedad: Es un virus desconocido que ha venido de fuera.

Después del rodeo , las mujeres llevaban un pañuelo para guardarse los dulces si no tenían más ganas. Eran más listos, hoy no te dejan llevar el tupper , que a muchos les encantaría. Y después, el baile. Los más pudientes, la clásica caldereta con distintos aperitivos, todos de la matanza y queso, aceitunas: machadas, rayadas y de año.

Ahora las bodas son tan diferentes. Ya lo cantaba Don Hilarión en la Verbena de la Paloma: "Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. ¡Es una brutalidad!" Se ha impuesto el cóctel. Lo más común es el jamón que se parte allí, todos son de bellota, por lo menos eso dicen, claro que lo de las bellotas debe ser como los coches, hay Mercedes de muchos precios y todos son Mercedes .

Dos horas de pie, tomando copas y esperando que los camareros pasen las bandejas, cada vez son más abundantes, cuando terminas, pasas al comedor sin ganas de probar el exquisito menú. Nunca se termina tomando el último plato. Después barra libre , el mayor engaño de las bodas, cuestan un riñón. De ahí que de regalo, exceptuando ocasiones que te ponen una lista en el Corte Inglés, lo más común es dar a los novios una determinada cantidad. Como en un año tengas cinco o seis bodas, el palo a tu economía es mortal.

Ya hay bodas civiles y religiosas, faltan las militares. Todo se andará.