Paseando por el solar que antes había sido chatarrería Fu-Man-Chu y, antes, la Corchera y, antes, el huerto de Publio (Carisio) me encontré con Pelín que jugaba con una cabra. ¿Qué haces amigo?, le pregunté mientras le oía tararerar aquel antiguo dicho de ‘Viva el clero y don José el del Matadero’. «Ya ves, me dijo, amaestrando a una cabra porque, como le escuché a alguien, quien amaestra una cabra ya tiene eso ganado». Pero Pelín, si esa cabra es de trapo, restos de un peluche de los tiempos de fumanchú. «Bueno ¿y qué?, anda que no eres an-ti-guo tú; estoy haciendo un tutorial de amaestrar cabras y no hace falta que estén vivas». Bien mirado, es lógico, tampoco lo estás tú, fantasma moderno de un tiempo antiguo. Pelín se me quedó mirando, asaz melancólico pero de buen talante (y eso que era la hora de la siesta), con esa mirada que me desconcierta pues no adivino por dónde va a salir, es más imprevisible que un calambre aunque, a veces, sus respuestas son tan memorables como un anuncio de la ONCE.

«Hablando de cabras, tú cómo ves la situación política y el gobierno. ¿Quién va a ganar?» Bueno, todo no son cabras en el gobierno, tengo que tener cuidado esta vez con la ideología de género porque estar como una cabra tiene un pase, pero de macho cabrío salen otras acepciones, y esto lo digo hoy porque mañana puede ser delito. Además, más que quien va a ganar, la pregunta Pelín me parece que es cómo va acabar esto. ¿Tú como lo ves? Te lo digo en catalán que ahora parece que cunde más: «Estic fins al collons de tots nosaltres». Las cabras como se acostumbren a la moqueta no hay manera de quitarlas, ni con asperón, dice Pelín, y encima como cuentan con los de tu profesión, con esos periodistas sobrecogedores, para que los animalitos se alimenten papel. Pelín, la madre que te parió y tanta ropa te planchó; me dejas planchado, mira por dónde tira la cabra, la cabra.