Ultimo domingo soleado y frío de noviembre. Voy a misa a la multi parroquia de San Andrés, San Germán y San Servando que embellece su altar con una hermosísima imagen de la Inmaculada orando. Al lado, San Francisco con su ‘Paz y bien’, reminiscencia de cuando los franciscanos predicaban por aquí. Entras y a la derecha un cestito repleto de rosarios y un taco de imágenes con oraciones para «rezar por los sacerdotes». La amplia nave del templo está casi llena, lo nunca visto, quizá porque es la primera eucaristía tras el destierro desde las Escolapias, donde provisionalmente se ha celebrado misa los últimos 25 años.

Que no digo yo que las religiosas no tengan razón al no renovar al Arzobispado la cesión de su salón multiusos donde se oficiaban sacramentos, están en su derecho aunque manca finezza que dicen los italianos y yo me entiendo (y ellas también). Sale de rojiblanco el párroco (ya es casualidad) que es el mismo que todas las mañanas celebra en el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, pongo el nombre completo porque ilustra y define lo que es ese lugar de acogida.

Este hombre se ha debido de dar cuenta de que el éxito no es vencer sino no darse por vencido nunca y eso se consigue acercándose a quien todo lo puede. Es lo primero que dice señalando al Sagrario: «Ahí está, no es una imagen, no es cuadro, ahí está real y verdaderamente presente el Amigo que nunca defrauda». Hechas las presentaciones, comienza la misa. Los parroquianos deben estar por la labor, además de cumplir el precepto dominical han venido también a testimoniar su apoyo, cariño y calor al sufrido párroco que bastante tiene con los desplazamientos.

Así, esta parroquia de Cantarranas será punto de referencia humano y cristiano, convencido el señor párroco de que la Iglesia no se construye solo con ladrillos (y está tiene muchos) sino que todos los que aquí venimos somos piedras de este templo. Esta Iglesia es como el equipo del párroco, del pueblo (y él y yo nos entendemos).