La imposibilidad de circular por Mérida viene de atrás. Antes de las primera elecciones democráticas aparcar era fácil. Incluso había sus reservas, como el trozo que le permitían al párroco de Santa María, Pedro Rodríguez de Tena, junto a su iglesia, hoy Concatedral de Santa María. Se podía aparcar en la plaza de España y dejar el coche en doble fila mientras tomabas una copa en uno de los kioscos o en la puerta del Círculo Emeritense. Hoy es realmente impensable.

Vinieron las elecciones y los problemas. La primera que estuvo como delegada de Tráfico fue Paloma Marín, que era madrileña y de circulación tenía sólo la idea del camino que le llevaba la Facultad de Derecho. Fracasó. Y fracasó una persona que deseaba por todos los medios triunfar, Joaquín Martínez Trejo, ambos de la ORT.

Gana por mayoría absoluta Antonio Vélez del PSOE y pone a sus concejales para resolver el problema. Fracasan todos: Valeriano Prida, Juan Antonio Pacheco y Agustín del Olmo, que cada vez que se le pedía algo contestaba: "estamos en ello".

Cambia el signo político y lo toma con ganas el abogado del PP, José Luis Ortiz Belda, que no da ni golpe. Siembra de palitroques (bolos) las calles de Mérida y para joder más pone maceteros de hierro fundido en determinadas calles y en el centro de la misma calzada para impedir el paso de ambulancias y bomberos.

El alcalde Pedro Acedo le pasa el testigo a Gonzalo García de Blanes, que sigue la política de su antecesor. Nada. Se aparca en las calles peatonales. Se amenaza con la grúa y las multas. Se sigue sin poder circular por el centro de la ciudad. Ahora Pilar Vargas es la responsable de esta conflictiva delegación. Han pasado los cien días y no ha cambiado nada.

La queja es unánime a pesar que los ediles han creado cinco aparcamientos: calle Atarazanas, Politécnica, Avenida de José Fernández López, Renfe y cuartel. La dichosa delegación se las trae.