Mis nietos Carlos y Fernando tienen un disgusto que no quieren ni hablar de la situación deportiva del Atlético de Madrid. Sobre todo Carlos, que es mayor y le encanta jugar al fútbol.

Después de la alegría de ganar al Barcelona e ir ganando por 0-2 a la Real Sociedad y al final perder y perder en casa con el Getafe... se acostó con un disgustó de antología. No hay derecho.

Yo ya estoy acostumbrado, gane o pierda. Prefiero que gane. Soy atlético hasta la muerte. Pero me cojo mis disgustos. Reconozco que ser del Atlético es algo consustancial con la persona. Del Real Madrid o del Barcelona se hace, del Atlético de Madrid se nace. Esa es la diferencia.

Ver el Vicente Calderón con ese grito de Atletiiiii, atletiiiiiii y encontrar ese calor que se siente con los colores rojo y blanco, es inenarrable.

Nos tenemos que acostumbrar a lo bueno y a lo malo. Somos como un matrimonio. Estamos en las alegrías y en las penas con sofocones, que al hacerse habituales los llevas con resignación.

Pero ahora, prefiero que gane. Más, por mi familia. Mis hijos y mis nietos, todos, sin excepción, son colchoneros. Faltaría más. Pero esto no viene de familia. Mi hermano José María, y toda su familia, son del Barcelona. Lo que ocurre es que como no están acostumbrados a perder tanto como nosotros, los sofocones aumentan de grado.

Ser Atlético es una seña de identidad. Es pertenecer a la mejor afición de España. Sin la menor duda. Y a pesar de todo, un atlético se siente orgulloso de pertenecer a este equipo. Lo viví en el Metropolitano en la década de los cincuenta.