El convento de las Madres Concepcionistas fue fundado por el emeritense Francisco Moreno de Almaraz, que luchó en América al lado de Hernán Cortés y Pizarro. La primera abadesa y religiosas fundadoras se hicieron cargo de forma provisional de este convento en 1597, un año antes de la escritura fundacional, que se rubricó con la aprobación del prior de la Provincia de León, residente en Mérida, Nicolás Corriazo, murió siendo obispo de Guadix.

LAS MONJAS En el convento se recibieron las cinco monjas la sin dote que manda la escritura, de la familia del fundador. Creció hasta tal punto el número de religiosas, según el historiador Bernabé Moreno de Vargas, en 1630 llegaron a cuarenta, entre ellas ocho sobrinas de Francisco Moreno de Almaraz. Algunas fueron abadesas. Más tarde se fundó otro convento de las mismas características en Guadalcanal (Sevilla). La primera abadesa, Juana Moreno de la Concepción, era la sobrina del fundador.

Durante la invasión francesa en la Guerra de la Independencia, en 1811, este convento, como tantos otros, ermitas e iglesias, fue reducido casi a ruinas. Las monjas tuvieron que abandonarlo. En este edificio del convento las fuerzas españolas se resistieron con bravura y esta es la causa de que los franceses emplazaran su artillería para atacar el enclave y las descargas que sufrió el edificio fueron tales que casi lo hacen desaparecer.

Las religiosas no quisieron abandonar Mérida y se refugiaron en la calle Obispo y Arco número 2 donde permanecieron hasta 1820, cuando se restauró y se hizo lo indispensable para que las monjas volvieran a ocuparlo, aunque muy pobremente.

Arrasaron los franceses, como en ellos era habitual, ya lo habían hecho en el convento de Alcántara destruyendo su biblioteca. Aquí se perdieron todos los bienes, documentación, fondos y todo aquello que pudiera darnos un idea de como vivían estas monjas desde su fundación.

Sólo se conserva la iglesia y la imagen de Nuestra Madre Purísima y un Niño Jesús de talla que guardaron en un hueco de la escalera. Durante los dieciocho años de exclaustración y de extravío de la documentación no podían recoger rentas. Un sacerdote estuvo durante estos años a su lado, Diego de Salas. Fue quien implicó a la ciudadanía emeritense, principalmente a los ricos y empresarios fuertes para reedificar el convento.

Este sacerdote logró casi el milagro, interesó a pobres y ricos según consta en los archivos en la restauración, unos daban limosnas en metálico y otros en especie o en trabajos personales ayudando a sacar escombros.

Se creó un ambiente tal que se hizo como costumbre el que las hortelanas que vendían en la plaza daban como limosna diaria algunas de su hortalizas. La comunidad las obsequiaba con dulces en Navidad.

Cuando la desamortización de Mendizabal existían cuatro conventos en Mérida. Fueron ocupados el convento de Santa Clara, actual Museo Visigodo; Dominicas; La Piedad y Comendadoras y se salvó las Concepcionistas Franciscanas, por la forma que el fundador había cedido sus derechos, únicamente a las monjas, de tal modo que faltando estas, pasaba a la propiedad de sus descendientes.

Grandes fueron las estrecheces de aquellos años. La caridad de estas religiosas y el comportamiento de Mérida supuso su continuidad y cada año se unen con ella en su festividad.