El día del San José de Calasanz, patrón del magisterio, ha pasado sin pena ni gloria. Antes, hace años, los maestros se reunían, si no eran todos, al menos un buen número de ellos, a festejar su patrón y para pasar una jornada con los compañeros en amor y concordia.

Ha cambiado mucho la sociedad que rodea el entorno del maestro. La unión entre padres, profesores y niños ha desaparecido casi en su totalidad y se hace, como en medicina, un trabajo defensivo. Cumpliendo con las obligaciones hasta sus últimas consecuencias, pero sin pasar a esa palmada en la espalda, a esa charla amistosa entre el maestro y el padre donde el principal objetivo era el niño.

He pasado casi cuarenta años como maestro y, de lo que viví, a lo que me cuentan, en pocos años ha cambiado de forma radical, a peor, esas relaciones que eran imprescindibles,

Es una pena que el niño tenga que pagar las consecuencias de una sociedad que está bajando de forma precipitada a un abismo que va a costar mucho subir. Los maestros están atemorizados, muchos de ellos, con los últimos acontecimientos. Se tiene miedo y se palpa un ambiente poco propicio.

El maestro, que era una figura entrañable, amistosa y casi de familia, ha pasado a ser un trabajador que cumple con su horario y se acabó.

Esa confraternidad, ese paseo comentando, las preocupaciones de una clase y esa unión de todo un colectivo de la enseñanza se ha ido al garete.

No nos extraña que haya fracaso escolar. Un buen examen de conciencia por parte de todos no vendría mal.