Intento bañarme en lugar discreto en la Charca, por ocultar barriga, y me voy cerca de la abandonada ermita de San Isidro entre polvo, sudor y jaramagos; como el año está seco, la Charca está baja pero en esas estoy cuando veo a Pelín por el arroyo de las Pardillas enmarcado por ese resplandor rojizo que a veces tiñe de hermosura los atardeceres de Proserpina. Creo ver en su rostro una cierta apariencia humana y ese halo delicado, como un resplandor, que acompaña su hondo silencio ausente de tristeza. Porque Pelín puede que sufra o que llore, pero triste no está nunca, es otro de los convencidos de que la tristeza es aliada del enemigo e incluso en los peores momentos me habla como si murmurase palabras de amor (sencillas y tiernas, Joan Manuel), consiguiendo que me divierta, entendiendo por divertido aquello que me hace soñar. Intentando huir de la melancolía le pregunto por su vida (es un decir) y me responde que anda buscando cotufas (debe ser otro decir) de las que era muy rica el arroyo de las Pardillas en tiempos de los romanos. Solo le falta indicar que lleva un saco para coger gamusinos, porque le creería, el fantasma cuentan las cosas como le parece, no como son (mi hermana Gloria dice que yo también) y transmite sinceridad aunque se ponga épico, lírico, cómico o atlético rojiblanco.

Pelín me invita a ver el eclipse allá por la Sierra Carija, junto a un chumbano que se hizo en tiempos inmemoriales y desde el que oteaba el sol desde su orto hasta el ocaso. Todo un poema, cursi pero poema. El martes a las 10 de la noche allí estábamos intentando ver cómo la sombra de la tierra ensombrecía a la luna un ratino y un cacho pero, aunque estaba oscuro, aquello era como eclipse un desastre, como ocultamiento una chapuza y como tertulia un fracaso pues no había ni comida ni bebida. Pelín me hizo notar que aquel fiasco era la venganza de la Luna porque ese día, esa noche (en ese satélite siempre es de noche) el eclipse coincidía con el lanzamiento hace 50 años de la misión Apolo 11 que subió a los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins para hollar su superficie. «Eso, más que un eclipse es un aserejé», me dijo imperturbable. ¿Y qué es un aserejé?, le pregunté. Pues, «Ja deje tejebe tude jebere, sebiunouba majabi an de bugui an de buididipí», me dijo el pícaro riéndose, una vez más, de mí.