Deambulo por la zona del Polvorín al rebusco de la uva que haya quedado tras la vendimia. Nada de nada. Ni un mísero racimito, este año parece que los vendimiadores han ido al peso o yo me he acercado muy tarde o las dos cosas. Frustrado bajo por el Camino del Peral, atravieso el de Paseras y, en la linde del campo del Pizarro, me encuentro al Oráculo de Cantarranas con cara de empachado (este se ha comido mi uva, sospecho) cavilando sobre un enorme edificio que tenemos enfrente.

¿Qué piensas Andrés? «¿A quien se le ocurrió en una barriada tan pequeñita construir una iglesia tan grande? La voy a proponer como Sede de la Solidaridad Constante de Mérida». ¿Y eso? Eso es la hartera de solidaridad que tenemos en este pueblo que a cualquier actividad que se publicite se la llama ‘Solidaria’. Eso sí que es un empacho: sin ir más lejos, en el último año hemos tenido torrijas solidarias, migas solidarias, ‘pollo solidario’, libros de textos solidarios, calderetas solidarias, tómbolas solidarias... Una asociación de vecinos que no ponga una barra solidaria ni es asociación ni van vecinos y cuando llegan las Navidades, la muletilla de la solidaridad se convierte en coñazo de tanto repetirla sin contenido alguno.

La solidaridad ya no es un sentimiento sino una frase hecha y, así, está perdiendo su razón de ser. La van a pasar de moda de tanto repetirla como una coletilla, usándola sin ton ni son como un nefasto tic verbal. Sutilmente deduzco que el Oráculo (de Cantarranas) no está por la solidaridad así entendida y le digo: «En esa pedazo iglesia de ahí enfrente se hartan de conjugar el solidarizar pero, eso sí, no andan pregonándolo antes ni después ni mucho menos durante los repartos». ¿Por qué será que quien hace auténtica solidaridad no lo dice? Y la hacen a manos llenas (y unidas)... y sin pedir ni recibir subvención alguna.