Dejo a mi hijo Juan, a sus amigos y a los 43 grados centígrados en la muralla de la Charca y a la altura del Tiro de Pichón me encuentro a Pelín en la puerta de lo que en el cuaternario fue un camping (antes un palomar) en una pose atractiva (dentro del tipo espectral) y que me mira (es un decir) con una expresión de cachondo mental.

Como por mucho que discutamos soy incapaz de estar enfadado con él (igualito que con Domingo) le esbozo mi más entrañable sonrisa (calurosa no hace falta). Para mi sorpresa me responde: «¿Eso de tu cara no será una fake news?». «¿Intentas cabrearme, Pelín, ahórrate los sermones laicos?», respondo.

Pero Pelín me ha levantado la liebre de esta columna, el fenómeno de las noticias falsas que atraen más que las verdaderas, pues parece que a los humanos nos atraen los inventos más que las certezas; que la gente no está interesada por la verdad porque no es atractiva (la mentira, sí).

Si el año pasado fué la posverdad (como si la verdad pudiera ser posterior a algo) ahora son las noticias falsas, ambas electrificadas desde la política, que nos llevan a consumir más noticias falsas que verdaderas (y sin capacidad para contrarrestarlas).

Incluso hay presidentes de los que se elogia su sinceridad en lo que dicen (aunque lo digan sin pensar).

Es verdad que ya los nazis fueron maestros en esto, pero ahora son más sutiles (tildar a uno de ultraderecha es una fake fina) pero al compartirlas las multiplicas y a la postre los hechos acaban no importando, sólo las opiniones, porque los hay que prefieren el autoengaño.

La realidad dicen es irrelevante, cuando, no hay nada más surrealista, nada más abstracto que la realidad (palabra de pintor).

«Fíjate en la mentira organizada de la memoria histórica, una fake news nazi simulada a lo burdo», dice Pelín. Adiós, amigo, me dice Pelín: Te deseo lo mejor, te deseo un lugar en el cielo.