Laia es una chica Down que juega al voleibol porque los Down juegan a lo que les da la gana (es lo que tiene ser Down) y juegan bien. Laia tiene catorce años y ficha de cadete; sus compañeras tienen un año menos, 13, son infantiles, pero se compensa con que Laia tiene un cromosoma más (es lo que tiene Down). Aparte de esa insignificancia, Laia es normal y corriente, como las demás.

Allá lejos la Federación le puso a su equipo pegas para inscribirla en la Copa de España (todavía en territorio nacional) y acá sus compañeras se plantaron afirmando que jugarían con Laia aunque les dieran por perdidos todos los partidos. Querían tenerla cerca (es lo que tiene) demostrando que el antídoto frente a los adversarios son los amigos. Estas chicas respiran camaradería. Al final, se han dado cuenta que la fecha de nacimiento no es lo incompatible sino la edad ‘real’ por decirlo así, sus capacidades, estímulos y desarrollo físico. Y, claro, la han inscrito: eso es integrar, incluir y unir.

Un trozo de mi corazón, con sus afanes e ilusiones, tiene un nombre: Jorge, que es así, Down, con su capacidad para transitar por la estrecha senda de la vida y su sensibilidad para asombrarse cuando entre sus pensamientos encuentra tantas cosas divertidas: comer churrasco, partidazos, llaves de judo, nadar como delfines, monaguillo con Don Antonio (Becerra, claro). Para un pufo de tío, cascoporro como yo, caminar al lado de Jorge estimula para ser mejor persona (es lo que tiene ser Down), porque Jorge es un chico normal con una capacidad especial (así te hace la trisomía). Jorge, como en la película, es un campeón que milita en esa clase media de la sociedad (y si me apuran de la bondad) de la que todos podemos formar parte con sus vivencias y decisiones. Y es campeón porque mucho de lo que es está marcado por la manera en que ha sido criado (ahora casi se cría a si mismo), por el apego a los suyos y de los suyos que aleja la inseguridad. Por resumir: Gracias, Jorge.