La muerte nos coge siempre desprevenidos. No somos capaces de acostumbrarnos. El domingo despedíamos a José Romero Mejías, Pepe el de Benito, que era un clásico de siempre. Su gordura estaba acorde con su humanidad. Sentado durante años en la puerta de su bar con un buen puro. Un comilón de cantidad. Sus desayunos, en sus buenos años, eran pantagruélicos y al final, para reposar lo que se había tomado se bebía un sifón sin dejar una gota y de un sorbo.

Estuvo en su juventud en la Legión y era de esos personajes que todos conocen. Paso tranquilo. Sombrero. Un pañuelo que le sale del bolsillo superior de la chaqueta. Bien peinado. Y el puro. No le faltó hasta el último instante. Murió en la residencia de la Seguridad Social con todas las atenciones del cuadro médico, pero Pepe había comido, bebido y fumado como pocos y esto, al final, se paga.

Al tener un bar con carisma de tasca pero de lujo, sus clientes eran muchos y buenos amigos, entre los que nos encontrábamos, y mi familia, mi padre cuando venía a Mérida, siempre se tomaba unas copas con Pepe y charlaban de los viejos tiempos. Mientras estuvo de maestro en Mérida tenía en Casa Benito una tertulia con Antonio Vaquero Poblador que ha fallecido hace poco en Badajoz; Esteban Sánchez, Luis Alvarez Lencero, José Antonio Ferreiro, Julio Moríñigo y en determinados días se agregaban otros contertulios a la vista de lo bien que se lo pasaban con la jarra de vino y unos hígados guisados, un poco picantes, de aperitivo o una ensalada de patatas que tenían un toque especial de la casa.

Al cerrar el bar la familia Romero tanto su hermano Manolo como él estuvieron acompañados de los amigos de siempre, entre los que nos encontrábamos. Casa Benito sigue abierta con otros dueños. Pepe siempre estará en la puerta saludando y con su puro en la boca.